UN AÑO DE LA MASACRE

"Del 17-A recuerdo el silencio que había en La Rambla"

Clara López, enfermera del Sistema de Emergencias Médicas (SEM), integraba una de las primeras unidades que atendió a los heridos del atentado de Barcelona

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Carla Riverola

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- Seguro que recordará siempre la emergencia que atendió el 17 de agosto de 2017.

- Fue un día muy complicado. Entré a trabajar a las dos de la tarde, como siempre. Hicimos un par de servicios antes de las cinco y entonces recibimos un primer aviso de un atropello múltiple con varios afectados, pero nada más.

- ¿Pensaba ya que era un atentado terrorista?

- Es que solo un minuto más tarde del primer aviso nos llamaron para pedirnos precaución, porque decían que posiblemente se trataba de un atentado terrorista. Fuimos hacia el bar Zurich, que era el punto de encuentro, y la policía nos dijo que la mayoría de los heridos estaban a lo largo de casi 600 metros Rambla abajo. 

- ¿Y cómo se organizan?

- Llegamos tres ambulancias y nos repartimos por la Rambla, aunque estábamos muy lejos unos de otros y pensé que sería muy complicado poder atender a todo el mundo. Poco después, los Mossos decretaron que la zona no era segura y tuvimos que trabajar muy rápido para sacar a la gente de allí. Unificamos a las víctimas en dos puntos de asistencia: uno en Colón y otro en la plaza Catalunya, donde estuve hasta las dos de la madrugada.

- El lema de esos días fue ‘No tinc por’ (No tengo miedo). ¿Usted lo tuvo cuando supo que era un atentado terrorista?

- Al saber que era la hipótesis más problable, corrimos para ir aún más rápido. En vez de tener miedo, de ser más cautos, intentamos llegar lo antes posible a una situación que ya preveíamos que podía ser muy grave. Solo tuve miedo cuando se oyeron unas detonaciones. Pero fue momentáneo, porque el despliegue policial era increíble. 

- ¿Cómo se crea una barrera entre el profesional y los pacientes ante una emergencia de esta magnitud?

- No lo sé. Supongo que ya la tenemos creada de otras veces. Intentamos no personalizar a las víctimas, que no nos recuerden a nuestro abuelo o a nuestro hijo. La barrera nos ayuda a trabajar como máquinas. Pero la vertiente humana siempre aparece y hay que saber canalizarla.

- ¿Cómo estaba la Rambla esa tarde?

- Recuerdo mucho silencio. Un silencio frío e incómodo que me permitía incluso oír los pasos de la gente. Pero lo que más me impactó fue una imagen: las personas que señalizaban a los heridos levantaban la mano para pedir nuestra atención, pero no gritaban en ningún momento porque entendían que estábamos atendiendo a otros heridos antes.

- La humanidad de la gente ante las tragedias…

- Exacto. Y tampoco olvidaré la imagen de la Rambla llena de flores y de las pertenencias de la gente tiradas por el suelo, mientras pensaba: “Esto no tendría que estar así”.

- Un año después, ¿con qué se queda después de vivir una experiencia así?

- Con la parte humana de nuestro trabajo. Nos ponemos el uniforme y parece que tengamos que ser robots programados para atender a gente. Pero tenemos un objetivo humano muy claro: transmitir la tranquilidad que la gente necesita.

- ¿Ha vuelto a la Rambla?

- Sí. Al día siguiente, el 18 de agosto, pero para trabajar en el dispositivo del minuto de silencio y la entrega de flores. Volví a recordar todas las imágenes. Pero yo, como Clara ciudadana, tardé unos cinco meses en volver.

- ¿Y lo vivió igual?

- No. Cuando volví al día siguiente con el uniforme pensé que las Ramblas estaban muy diferentes. Había allí personas solidarias, que recordaban a las que no tuvieron suerte. Me sentí una espectadora, como si no formara parte de ello. Pero cuando volví meses después, con ropa de calle y con mis sobrinas a dar una vuelta, me puse en la piel de las familias que ese 17 de agosto estaban caminando tranquilamente y a las que de repente les cambió la vida.