Análisis

El calvario de la selectividad

Las pruebas deben ser más competenciales, resolutivas de prácticas y dilemas, con ejercicios también orales y mucho menos memorísticas

Exámenes de selectividad en la Universitat Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona. / JOAN CORTADELLAS

Los primeros exámenes aparecieron en China para acceder a la burocracia imperial en el siglo VII a.C. Duraban 3 días y 2 noches, los candidatos eran encerrados en celdas con un escritorio y debían memorizar 400.000 caracteres de texto confuciano. Era tanta la dureza de los exámenes imperiales que tan solo se estima un 2% de aprobados. Desde entonces, el examen escrito ha servido como instrumento de selección para acceder al funcionariado y como ejercicio de evaluación y calificación de los méritos escolares. Hemos heredado esta doble función histórica del examen escrito en la popularmente conocida 'selectividad' de ingreso a la universidad.

Nuestro modelo, y aún más con los cambios de la LOMCE, mezcla esas dos funciones. De un lado, impone unos temarios de estructura similar a los de las oposiciones a funcionario. Se selecciona a los candidatos en virtud de su capacidad memorística por escrito. De ese modo, el examen de selectividad condiciona los dos años de bachillerato a reproducir pedagogías memorísticas, frenando todo intento de innovación pedagógica. También incentiva a los institutos y centros a excluir a los menos preparados dado que tan solo aprueban la selectividad el 68% de los matriculados en segundo de bachillerato. Por tanto, memorización, pedagogía instructiva ('teach to the test') y exclusión preventiva para prestigiarse como centro exigente.

Decisión de las comunidades autónomas

Por otro lado, a partir de un complejo cálculo de ponderaciones se fija la nota de acceso que sirve para clasificar y ordenar los candidatos a la oferta de plazas universitarias del distrito único que, recordemos, abarca toda España. Las comunidades autónomas son las que deciden los temarios a partir de unos referentes comunes para todo el Estado. Sin embargo, el Gobierno del PP en Castilla y León tenía 97 temas en historia de España y, tras las protestas los ha rebajado a 63 cuando otras comunidades autónomas solo tienen entre 20 y 30 temas. ¿Qué sucede? Pues que hay más suspendidos y mucho agravio acumulado, defendiéndose desde Castilla y León una selectividad única en toda España que será campo de batalla futura para el PP y Ciudadanos. Sin embargo no ven problema en sobresaturar los temarios.

La derecha educativa sigue anclada en una concepción tradicionalista de la selectividad como si se tratase de un examen imperial chino o de unas oposiciones al Estado. En una época de exceso de información es más importante saber hacer preguntas que saber dar la respuesta. Las pruebas de selectividad deben ser más competenciales, resolutivas de prácticas y dilemas, con ejercicios también orales y mucho menos memorísticas.

Para el futuro robotizado y complejo necesitamos cabezas menos amuebladas pero mucho mejor estructuradas, interdisciplinares y sin ansiedad por ser evaluados. Una selectividad competencial liberaría al bachillerato de su corsé escolástico y permitiría construir itinerarios más flexibles, madurativos y más vocacionales. Sin embargo, esta alternativa es mucho más cara y, ya se sabe, nada más barato que estandarizar exámenes memorísticos como hace 2.800 años.

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