Bloglobal

Crecen las incertidumbres

Albert Garrido

Albert Garrido

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El final de la abundancia proclamado por Emmanuel Macron y el cambio de época mencionado con frecuencia por Olaf Scholz son dos formas diferentes de describir la profundidad y las repercusiones de la crisis en curso. Todo son vaticinios sombríos, las certidumbres esenciales han dejado de serlo y las consecuencias de la guerra de Ucrania, de la emergencia climática y de la crisis de suministros en sectores básicos de los procesos productivos en las sociedades desarrolladas dan razón a quienes concluyen que todo o al menos demasiado ha dejado de funcionar como es debido. La sensación de que las dificultades se concretan más deprisa que las soluciones presagia tiempos difíciles más allá incluso de los desalentadores pronósticos para el próximo invierno: energía cara, puede que insuficiente, inflación disparada y los males asociados a ambos datos.

La muerte de Mijail Gorbachov ha dado pie a comparaciones de toda índole sobre la distensión que siguió al final de la Guerra Fría, de la que él fue actor principal, y el paroxismo de la guerra de Ucrania, con el Kremlin decidido a recobrar la grandeza e influencia de la era soviética. Con posterioridad a la caída del Muro de Berlín y por un corto periodo de tiempo se asentó la idea de que por primera vez cabía hablar de una única hiperpotencia, Estados Unidos, capaz de ordenar los asuntos mundiales de acuerdo con sus intereses. La Rusia de Boris Yeltsin era la viva imagen de la decadencia extrema y a China le quedaba, se decía, recorrer un largo camino antes de que pudiera aspirar a la hegemonía. Aquellos cálculos resultaron ser precipitados: a partir de los primeros años 2000 tanto Rusia como China se sumaron a una disputa global destinada a configurar un mundo multipolar, progresivamente tensionado y menos predecible habida cuenta su naturaleza cambiante.

La guerra de Ucrania no ha hecho más que complicar la resolución estable del rompecabezas. Quizá el cambio de época del que habla Scholz es en realidad la falta de un sistema reconocible con normas y usos establecidos, por escrito o por necesidad -la Guerra Fría lo fue-, que ha cohesionado la OTAN, pero ha puesto a los aliados europeos, más que nunca, a expensas de la gestión estadounidense de la crisis; que ha fortalecido el matrimonio de conveniencia ruso-chino y, al mismo tiempo, ha desestabilizado el Pacífico occidental a partir del uso irresponsable de la situación en Taiwan; que ha dañado la economía global, condenada a partirse en dos: una globalización en torno al eje Estados Unidos-Unión Europea y otra orbitando, a saber por cuánto tiempo, alrededor del planeta China-Rusia.

En una conferencia pronunciada el 29 de agosto por Olaf Scholz en la Universidad Carolina de Praga, el canciller se sumó a la iniciativa de Macron de crear una comunidad política europea, que incluya a los estados que no son socios de la UE, pero tan afectados por el desafío ruso como los que sí lo son. La propuesta tiene un cuádruple objetivo: sumar esfuerzos en los campos de la seguridad, la energía, el cambio climático y la conectividad, pero debe afrontar antes los problemas inherentes a la diversidad de intereses en el seno del bloque europeo (la oposición de Francia al gasoducto Midcat, el último ejemplo). La alternativa sin unidad europea es la sujeción al enfoque que la Casa Blanca da a los problemas del presente y a los que puedan surgir en el futuro: como dijo Scholz en Praga, “es precisamente esta Europa unida la que representa un sinsentido para Putin”.

La condición de “guerra mundializada” que el politólogo francés Bertrand Badie otorga a la de Ucrania no hace más que justificar la necesidad de que los europeos perseveren en la unidad para hablar con voz propia. Una primera y gran razón de peso es que quienes más cerca tienen esa guerra mundializada y sus consecuencias son los europeos, quienes dependen en gran medida del gas ruso son europeos, los perjudicados inmediatos por una escalada serían europeos, quienes, en fin, temen que Rusia interfiera sin disimulo en procesos electorales en apoyo de la extrema derecha son europeos. Como dijo Scholz, urge aplicar a la política europea “la fórmula de la arquitectura moderna: la función determina la forma”.

Desde luego, el fenómeno de la intromisión en la política interior no se circunscribe a Europa -las pruebas de la injerencia en la de Estados Unidos son abrumadoras-, pero es en la UE donde la repercusión puede ser mayor porque acoge 27 escenarios electorales diferentes y el auge de la extrema derecha antieuropeísta es manifiesto en todos ellos. Dicho de otra forma: la posibilidad de fragmentar el espacio político es mayor en Europa y el riesgo de debilitamiento de la cohesión europea es asimismo mayor. Bien es cierto que se dan por seguros los manejos rusos en el espacio virtual para intervenir en las elecciones de noviembre en Estados Unidos -en apoyo de los candidatos republicanos, de Donald Trump si se quiere-, pero sucede que mientras allí progresa la división sin freno, en Europa se pretende avanzar en la ardua empresa de la unión política.

La profesora especialista en Rusia Dina Khapaeva, de Georgia Tech, sostiene: “En todo el mundo, la crisis de la democracia y el auge de las políticas de memoria neomedievales van de la mano. Al falsificar y elevar los legados de Alexander Nevsky, Iván el Terrible y otras figuras canónicas, Vladimir Putin espera justificar su propio autoritarismo y las guerras de agresión neoimperiales”. Elda Cantú, analista de The New York Times, recuerda que Mijail Gorbachov declaró cuando ya era un político jubilado: “Aun con todos los errores de juicio y de cálculo, conseguimos hacer la parte fundamental del trabajo preliminar”, y añadió que era imposible “que la sociedad retroceda”. Entre el historicismo y la interpretación del presente, lo único seguro es que el retroceso es posible, que nada es permanentemente seguro y que la epopeya europea está llena de episodios que lo prueban, incluido el desmedido optimismo del último presidente de la URSS.

Suscríbete para seguir leyendo