tú y yo somos tres

La lengua de Barrionuevo

José Barrionuevo, en Almería, con Jordi Évole ('Salvados').

José Barrionuevo, en Almería, con Jordi Évole ('Salvados').

Ferran Monegal

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Esta semana, El Follonero Jordi Évole (Salvados, La Sexta) ha viajado a Almería, y ha visitado a José Barrionuevo. El que fuera controvertido ministro de Interior, y luego de Turismo y Transportes, en los gobiernos de Felipe González, vive ahora aparcado en una casita playera de la costa almeriense. No nos ha parecido, precisamente, una mansión lujosa; y en la humildad de su jardincillo hemos visto que florece ahí, plantada, enhiesta, una enorme piedra por la que se interesó vivamente Évole. Le dijo Barronuevo, acariciando el duro lomo del pedrusco como si fuera un compañero: «Es una escultura de Felipe González. Es sólida, ¡sólida como el felipismo. ¡Ah!, no sabría decirles si este exministro es un ingenuo, o un notable humorista. Nos comentó Évole entonces que la entrevista en profundidad nos la va a pasar la semana próxima, pero sentados allí, a la sombra del pedrusco, le hizo ya algunas pintorescas preguntas. Pongamos dos. Una: «¿Con Zapatero cómo te llevas?». Y Barrionuevo respondió: «No me llevo», y sonrió suavemente. Dos: «¿Cómo tienes la lengua? ¿La tienes sana? He leído que el día que dejes de mordértela alguien se va a poner a temblar». Entonces el exministro levantó la cabeza, la ladeó, cerró los labios prietamente, luego pareció que los iba a abrir un momento, ¡pero en ese instante cortaron el avance y nos emplazaron hasta la semana próxima! ¡Ah!, nos hemos quedado en casa con un frenesí tremendo. Un nerviosismo feroz. Unas ganas enormes de saber si finalmente Barrionuevo abre la boca, deja suelta la lengua, y la enseña. ¡Ah! Debe ser una lengua tremenda. Tan mordida, tan llagada, tan muda, tan reprimida en la jaula de su boca, encerrada entre los barrotes de su dentadura.

UNA CRUZ –. Gran malestar en el programa El gato al agua de Intereconomía TV. La propuesta de retirar los crucifijos de las escuelas públicas les ha sumido en un desasosiego profundo. Hasta tal punto, que el otro día, su presentador y director Antonio Jiménez, mandó que le trajeran uno allí mismo. Lo colocó devotamente en el centro de la mesa. Y el realizador, con un criterio muy artístico, logró planos hermosísimos fundiendo la cara de Jiménez, con la de Jesucristo. ¡Ah! Si no fuera por el enojo que tenía, hubiera sido un piadoso instante televisivo. Sí.