NOVEDAD

Un libro recrea el férreo control en una colonia textil en los años 50

Sílvia Alcàntara.

Sílvia Alcàntara.

CARLES LÓPEZ
BARCELONA

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La vida en una colonia textil del Alt Llobregat durante los años 50, y las «envenenadas relaciones sociales» que se producían en ella, es el leitmotiv de Olor de colònia (Edicions de 1984), la primera novela publicada por Sílvia Alcàntara (Puig-reig, Bergadà, 1944).

El de Alcàntara es un caso de vocación tardía. No aprendió el catalán hasta terminada la dictadura. Pero al hacer sus primeros pinitos en catalán surgió la vocación. Eso fue a principios de los 80. Aprendió técnicas de escritura y depuró su lenguaje. Sin embargo, hasta ahora no había publicado ningún libro. Y su estreno ha sido con un tema –el de las colonias textiles en Catalunya-- muy familiar: Sílvia Alcàntara vivió en una de ellas desde niña y hasta los 20 años.

La autora insiste en queOlor de colònia(Edicions de 1984) es pura ficción, pero reconoce que en sus vivencias subyace una visión muy crítica: «Existía un control total sobre las personas». Una percepción que se traslada a la novela.

Un control que en nombre del patrón --el señor Viladomat en la obra–ejercen el director y el cura. «Gràcies a Déu i als senyors Viladomat, avui encara n’hi ha per a tothom»,llega a afirmar uno de los personajes. Alcàntara considera, sin embargo, que no todo era negativo en la colonia en la que creció y que le ha servido de inspiración. «Si tenemos en cuenta cómo estaba la situación en los años 50, aquello podía parecer idílico. Las necesidades primarias estaban cubiertas». Quien se conformara con esto podía sentirse plenamente satisfecho. Alcàntara admite que de pequeña fue muy feliz, pero al llegar la adolescencia percibió una asfixiante falta de libertad.

El dueño de la colonia mantenía el convento de monjas y fijaba los límites de lo que debían aprender los niños. «Decían ‘hasta aquí podéis enseñar, más no’», recuerda Alcàntara. «En mi caso –afirma la autora-- a los 10 años ya sabía todo lo que los amos consideraban que debía saber. De los 10 años a los 14 fui repitiendo siempre el mismo libro. Para mí era algo terrible». Unas relaciones opresivas que terminaron en 1964, cuando con 20 años, abandonó la colonia textil en la que un día fue feliz. H