crónica

'Don Giovanni', un ejercicio teatral de primera, provocó abucheos y también aplausos en el Liceu

Un momento de Don Giovanni en el Liceu.

Un momento de Don Giovanni en el Liceu.

MANEL CEREIJO
BARCELONA

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El martes subió por segunda vez al escenario del Liceu la versión del Don Giovanni mozartiano tamizado por el travieso intelecto de Calixto Bieito, levantándose, si cabe, más barullo que en su estreno, en la temporada 2002-03: un alboroto inesperado --si se tiene en cuenta que el público ya conocía el montaje-- y que llegó en forma de abucheos mezclados con entusiasmados aplausos al final de la representación que se dejó sentir cuando Bieito, digno y decidido, apareció en escena en su turno de saludos.

El director catalán, que por su peculiar visión de estedramma giocosoen dos actos incluso se ganó una denuncia en Alemania en el 2002 por su generosa carga violenta, sigue creando controversia entre el público liceísta. Pero hay que quitarle mucho hierro al asunto, porque la propuesta de Bieito, con toda su dureza, drogas, sexo y demás excesos contextualizados en la Barcelona del siglo XXI, no es el resultado de una vacua lectura del mito de Don Juan, sino un ejercicio teatral de primera basado en una dirección de actores que raya la perfección.

Su mirada, eso sí, es unidireccional, porque en su afán de enfatizar enfermizamente la visión del personaje protagonista que vive al límite, se le quedan por el camino abundantes ítems que emanan de la música de Mozart --cuyo espíritu muchas veces está en las antípodas de lo que ocurre en escena-- y, por supuesto, del libreto de Da Ponte.

Para disfrutar del montaje, es mejor convencerse que se va a ver una película de Bieito con banda sonora del genio salzburgués. Una vez puesto en situación, el goce es descomunal, sobre todo si el elenco de actores-cantantes que defiende la obra es soberbio, como el que está en el cartel liceísta en esta reposición.

UN ACIERTO

Fue un enorme acierto tener a Simon Keenlyside como Giovanni, maravilloso y metido hasta la médula en el personaje que le pedía Bieito, o a Ángeles Blancas como Anna, quien cantó desde las mismísimas entrañas con una voz plena de armónicos, o a Kyle Ketelsen como Leporello, que compartió una química escénica del todo orgánica con Keenlyside, o a Veronique Gens como Elvira, la mejor en terreno mozartiano. También atrajeron las intervenciones de Juanita Lascarro (Zerlina), Christoph Strehl (Ottavio) --le faltó presencia vocal--, David Me- néndez (Masetto) y Günter Groiss- böck, fantástico Comendatore.

Musicalmente, las cosas lucieron poco: Friedrich Haider dirigió a una Simfònica del Liceu llena de impurezas, entradas titubeantes y cuadratura inexacta. Pero da lo mismo, porque en esta osada versión el genio de Mozart no es protagonista.