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Eric Clapton desnuda su lado más oscuro en su autobiografía

JORDI BIANCIOTTO
BARCELONA

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Alcoholismo y drogadicción de largo recorrido, dos hijos extramatrimoniales, gamberrismo de estrella del rock caprichosa, maltrato emocional a varias parejas y un intento de suicidio. Más de lo que cabría esperar de un guitarrista respetado, miembro de la realeza del rock británico, que sale a escena con gafas graduadas y aspecto de profesor. Eric Clapton ha volcado su contenedor de basuras completo en un libro de memorias en el que muestra poca piedad consigo mismo. La gran catarsis del autor deLaylaresponde porClapton. La autobiografía(editorial Global Rhythm).

DESORDEN AFECTIVO

La adicción a la heroína esnifada y al alcohol traza el hilo conductor del libro; es la diabólica espina dorsal de una vida llena de desórdenes afectivos. Solo la música parece dar a Clapton (Ripley, Gran Bretaña, 1945) el poder necesario para sobrellevar una existencia convulsa desde su niñez. Creció en una casa "llena de secretos": un día descubrió que sus padres eran en realidad sus abuelos; que su hermanastra era su madre, y que él era fruto de un idilio juvenil de esta con un piloto canadiense durante la segunda guerra mundial. El resultado fue un niño inseguro y acomplejado, que encontró un aliciente en el rock y el blues. Clapton no recuerda qué hacía el día que mataron a Kennedy, pero sí el patio de la escuela en el que estaba cuando corrió la noticia de la muerte de Buddy Holly.

Su ascenso como guitarrista de prestigio quemó etapas con rapidez. De los Bluesbreakers de John Mayall a The Yardbirds, y de ahí, a los efímerossupergruposCream y Blind Faith, las sesiones con los Beatles y las pintadasClapton is God(Clapton es Dios) en el metro londinense. Pero, mientras su estrellato crecía, su vida emocional era caótica. Su obsesión se llamaba Pattie Boyd. Problema: era la esposa de su amigo George Harrison. Pero eso no fue obstáculo para exponerle sus sentimientos,puenteara Harrison y dedicarle un disco, el de Derek & The Dominos, conLaylacomo tótem. Acabaron casándose (y divorciándose).

Infeliz pese al éxito, Clapton se ajustó al rol de estrella ego- céntrica acostum- brada a que le rieran las ocurrencias; un producto genuino de los años 70. Hay que imaginarlo trepando por la fachada de un hotel con una espada de samurai y colándose en la habitación de uno de sus músicos como broma. El servicio de seguridad se activó antes de acabarla, y la gracia derivó en bochorno.

También probó su propia medicina de manos de alguien másdivinoque él: Carla Bruni, de quien Clapton solo cita el nombre de pila, y que lo usó y lo tiró como a tantos otros. El guitarrista se la presentó a Jagger con una advertencia desesperada. "Por favor, Mick, esta no. Creo que estoy enamorado". De poco sirvió la petición. Dos exnovios de Bruni ya le avisaron de que "Carla tenía tendencia a cambiar de hombre rápido, a veces de forma despiadada".

La muerte de su hijo Conor, de 4 años, en 1991, que cayó desde un piso 49 en Nueva York, le hizo tocar fondo. Se abre la última etapa del libro; la del Clapton convertido en músico de éxito comercial (Tears in heaven) cuya vida es cada vez menos rockera. A finales de los 90 conoce a Melia; se casan y tienen tres hijas. Presume de estabilidad, de mansión y de yate. Al final, la música llama a la puerta: aunque destaca que los últimos 10 años son "los mejores" de su vida, se sabe deudor de Little Walter, Buddy Guy, Muddy Waters... Los invoca como a fantasmas. Algún observador plantearía objeciones, pero Clapton se sigue considerando un miembro de "la familia del blues".