Moda sostenible contra el 'fast fashion'

¿Tiene la ropa de usar y tirar los días contados?

Cada vez más personas toman consciencia del poder que tienen como consumidores. Poder para, con sus compras, apoyar o condenar ciertos modelos de producción y las prácticas de las empresas que los utilizan. Esta es la historia de cómo la industria textil sucumbió al ‘fast fashion’. Y de las marcas, asociaciones y consumidores que quieren cambiar este modelo de despilfarro y explotación.

Esta es la historia de cómo la industria textil sucumbió al 'fast fashion'. Y de las marcas, asociaciones y consumidores que quieren cambiar este modelo de despilfarro y explotación

Industria textil

Industria textil / economia

Agustina Barbaresi

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Hasta hace pocos años, las temporadas de rebajas, que se producían generalmente al final de las campañas de verano e invierno, eran el gran momento esperado por la mayoría de consumidores para renovar su armario. Sin embargo, cada vez más se está tendiendo a un estado de rebajas eternas, de alta rotación de colecciones. De ropa de usar y tirar a precios cada vez más bajos. “El modelo que impera ahora en el mundo de la moda es el fast fashion, que quiere decir que constantemente se están introduciendo prendas nuevas en las tiendas: todas las semanas hay novedades y el cliente puede comprar cada vez más barato y más rápido”, explica Arantxa Cañadasinfluencer y alma máter de la marca de moda Tulle Rouge. ¿Qué es lo que hace posible este modelo? La deslocalización de la producción: su traslado a países en vías de desarrollo, principalmente orientales. Con todo lo que esto implica.

La industria textil es “el 4º sector más productivo del mundo, el más fuerte en cuanto a beneficio neto. Y da trabajo a más de 75 millones de personas, de las cuales tres cuartas partes son mujeres. A la sombra de este crecimiento encontramos unas cadenas de suministro líderes en violaciones de derechos humanos y laborales”, señalan desde Campaña Ropa Limpia (CRL), una red de ONGs, sindicatos y organizaciones de consumidores de 17 países que buscan mejorar las condiciones de las personas trabajadoras de la industria global de la confección.

La deslocalización de la producción textil se inició a partir de 1970, por parte de las grandes marcas, que buscaban un abaratamiento de los costes laborales y una mejora del margen de beneficio. Con la consolidación de este modelo en la década de los 90, las marcas de moda se convirtieron en empresas de diseño y comercialización de ropa fabricada globalmente, “configurando un complejo entramado de largas redes de subcontratación”. Crean cadenas opacas y difíciles de trazar en cada pedido y la mayoría de marcas no hace público su listado de proveedores. “Esto complica la observación y vigilancia de las condiciones de trabajo y la trazabilidad del producto”, recalcan desde CRL.

La necesaria reflexión del consumidor

En 2013 se produjo un importante punto de inflexión en este modelo, tal como recuerda Arantxa Cañadas en un vídeo de YouTube que acumula más de 33.000 reproducciones. Fue motivado por un grave accidente ocurrido en Bangladesh: el derrumbe del Rana Plaza, un complejo de fabricación textil de marcas internacionales, que provocó alrededor de 1100 muertos, varios miles de heridos y que destapó las miserias de la industria y las condiciones infrahumanas de los trabajadores.

Sin embargo, llegar a cambiar una realidad así exige, por un lado y en palabras de Cañadas, “un cambio de mentalidad (de los consumidores). Ser conscientes de lo que estamos haciendo, replantearnos si nuestro nivel de consumismo es necesario. Quizá nos interese más invertir en prendas de mejor calidad, que podamos usar más veces. La media de uso de una prenda de fast fashion es de 5 veces. Estas prendas tienen un precio, pero no un valor”. Habla de la no culpabilización del consumidor, pero sí de su responsabilidad y de cómo es necesario que comprendamos que tenemos el poder para fomentar una u otra realidad.

Así, apuesta por introducir poco a poco soluciones como comprar en la medida de lo posible producción de proximidad, que además tiene un impacto ambiental positivo. Y es que, tal y como explica “la industria textil es la segunda industria más contaminante del mundo”. También por las firmas de moda vintage, que recuperan “prendas que ya están producidas y las vuelven a vender”. O mercados y mercadillos de venta e intercambio de segunda mano.

Reciclaje y alternativas de moda sostenible

Por otro lado y desde el punto de vista de las empresas, la realidad es que cambiar las reglas del juego textil no es fácil. Ni barato. Cada vez se pueden encontrar más marcas que se unen al movimiento de la moda sostenible, pero se trata en muchos casos de compañías de menor tamaño, que no tienen nada fácil competir en este mercado. Así lo explica Marina López, presidenta de la Asociación de Moda Sostenible de España (AMSE): “somos pymes y autónomos, con las dificultades que pueden tener otras empresas de similares características. Somos éticas, trabajamos con materiales orgánicos o reciclados, producciones cortas, talleres cercanos, condiciones de los trabajadores…”, detalla.

Sin embargo, asociaciones como la que preside Marina López apuestan porque todas las marcas, también las de gran tamaño, den un giro hacia la sostenibilidad. Así, poco a poco va calando la idea de una moda circular: “los diseñadores hablan de ecodiseños, de prendas pensadas para ser recicladas fácilmente”. Coincide con esta apreciación Paloma G. López, CEO y fundadora de The Circular Project y presidenta de la Asociación Moda Sostenible de Madrid (MSMAD), que ve en el reciclado “la gran propuesta desde la moda sostenible, ya que la sobreproducción que tenemos ahora mismo bastaría para vestir al planeta durante décadas”.

Paloma G. López augura “un cambio total de tendencia” y pone como ejemplo de esta transformación el hito que supuso la presentación de El Boulevard de los sueños rotos, de Viktor&Rolf. Esta colección, presentada en 2017 en la pasarela de Alta Costura de la Semana de la Moda de París, consistía en la recuperación de vestidos de anteriores colecciones, en muchos casos deteriorados, que fueron desmontados y reutilizados por los diseñadores. Un colorista ejemplo de la segunda vida que puede haber en nuestro armario.