OLIVIER LONGUÉ, DIRECTOR GENERAL DE ACCIÓN CONTRA EL HAMBRE

"Somos la primera generación que puede acabar con el hambre en el mundo: tenemos tecnología y comida de sobra"

En esta segunda entrevista de la serie "17 caras para los ODS", hablamos sobre el hambre, cómo combatirlo y las iniciativas locales e internacionales de esta ONG

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Agustina Barbaresi

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Olivier Longué (Lourdes, Francia, 1964) siempre soñó con viajar y emular el exotismo de Tintín, su personaje favorito de la infancia. En sus palabras, quería hacerlo “por amor a la geografía, urbana y humana”. Tras estudiar ciencias políticas y relaciones internacionales, descartó una carrera diplomática por ser demasiado rígida y recaló en la ONU. Gracias a eso descubrió las ONG profesionales y acabó de este lado. Hoy es director general de Acción contra el Hambre, una organización que considera España un mercado prioritario. Él nos concede la segunda entrevista de nuestra serie “17 caras para los Objetivos de Desarrollo Sostenible” para hablar del segundo punto de la lista de la ONU: Hambre cero.

¿De qué hablamos cuando hablamos de hambre?

El hambre para nosotros es algo que merece toda nuestra atención. Detrás de la palabra hambre hay muchas cosas. Distinguimos dos grandes tipos de desnutrición: la que se produce por la malnutrición y la que se produce por una nutrición insuficiente o falta de calorías. Ésta última está desapareciendo pero se mantiene, por desgracia, en las zonas de conflicto. Los conflictos desorganizan los mercados las vías de transporte, la producción agrícola…  Es el hambre que realmente mata en muy poco tiempo y el que podemos tener en África, en países como Guatemala o algunas zonas de Asia. Entre 5 y 8 millones de niños mueren al año en el mundo por esta causa. Son niños que no tienen alimento o que logran comer algo, pero no lo suficiente. Por otro lado, están los que ingieren la cantidad de calorías suficientes, pero tienen una alimentación pobre. El cuerpo humano, para funcionar bien, necesita 52 nutrientes. Somos una máquina muy fuerte pasados los 3 años de edad, pero antes de eso, hay que aplicar lo que llamamos la regla de los 1.000 días. En los 1.000 primeros días de vida de un niño, desde su concepción hasta los 2 años y medio aproximadamente, si hay carencias de hierro o de vitaminas, el desarrollo de sus órganos y su cerebro va a estar muy, muy afectado. Y es poco probable que se recupere, aunque luego coma correctamente el resto de su vida.

¿En qué países están las mayores emergencias alimentarias a día de hoy?

En Yemen, Nigeria, Congo, Somalia y Sudán del Sur. Todos ellos están en conflicto. Y es que el conflicto es un acelerador terrible del hambre, porque dificulta el acceso, desorganiza los mercados y absorbe los recursos disponibles. Mantenernos neutrales es básico para conseguir llegar a la población de estos lugares. En general lo conseguimos, pero es una pelea de cada día. Se dan situaciones perversas, en las que se aplica el paternalismo y no te dejan acceder a zonas necesitadas en conflicto “por tu propia seguridad”. También existe la negación: hay muchos países que niegan que exista la desnutrición en sus fronteras. Vemos de forma creciente gobiernos que no quieren admitir que tienen un problema de hambre, o que lo intentan justificar de otra forma. Hay que admitir que, para un gobierno, aceptar que hay hambre en su territorio es un fracaso. Entre los ciudadanos y gobiernos hay un pacto no escrito de protección, se supone que el gobierno tiene que hacer lo que esté en su mano para garantizar el bienestar de su población. El hambre debería ser lo primero, porque si un niño no está nutrido, no sirve de mucho luchar contra otras violencias, como la violencia de género. Hay algunas zonas del mundo, por ejemplo, en las que si una madre se ve en la tesitura de alimentar a un hijo o a una hija, elige al niño. Porque que muera el niño es quedar mal como madre, la niña... A veces el pequeño varón tiene la primacía absoluta de los cuidados maternos. Es una elección de verdad dramática.

¿Es posible erradicar el hambre?

Somos, desde nuestro punto de vista, la primera generación que puede erradicar el hambre. Tenemos la tecnología y el planeta produce comida de sobra para alimentar a todos los que estamos aquí. Incluso aunque la humanidad para 2050 alcanzará los 10.000 millones de personas. Lo que hay es un enorme problema de distribución.

¿Cómo se combate esta lacra?

Luchando en tres frentes. El primero es el fatalismo: hay muchas escuelas económicas o incluso religiosas que quieren pensar que el hambre es una fatalidad. Se considera una especie de mecanismo de la naturaleza para regular la población, o bien un mecanismo divino. Algo inevitable. El segundo frente es la complejidad. Es un fenómeno tan complejo que se tiende a pensar que no se puede abordar y no hay solución. Esta problemática se arrastra desde la Segunda Guerra Mundial. Todo el sistema de Naciones Unidas se construyó en base a una idea: si luchamos contra la pobreza, vamos a acabar con el hambre. Pero nosotros hemos visto que esto no es exactamente así y de hecho tenemos datos de muchos países que lo demuestran. Uno, por ejemplo, es Perú, que casi ha conseguido acabar con la extrema pobreza, pero aún tiene un nivel residual en la zona Andina de desnutrición que afecta a uno de cada dos niños.

¿Cómo se explica esto?

Sucede porque las familias reciben más recursos, más dinero. Pero no lo dedican a mejorar la dieta de los niños. Y no porque son malos padres y se lo gastan todo en ropa o un cochazo, sino que tienen hábitos culturales, tradiciones, que hace que los niños tengan un déficit de comida que afecta a su desarrollo.

¿Qué se puede hacer ante esta realidad? ¿Es una cuestión de educación, de concienciación…?

Hay una parte de educación y una parte también cultural. En el caso de Perú, durante mucho tiempo hemos trabajador de la educación. Pero luego hemos visto que la gente culta en Perú, los médicos, las enfermeras o la gente que estamos formando hablaban español, cuando la gente que tiene problemas de nutrición habla español, pero sobre todo quechua. Y en la creencia quechua, hay muchas cosas que tienen más peso que lo que me dice un hombre o mujer de bata blanca. Por lo tanto, la forma de llegar a estas personas es adaptando el discurso para que encaje con su sistema cultural, religioso, su idiosincrasia.

¿Cuál sería el tercer frente a combatir?

El tercer frente es la perspectiva y la dimensión. Nadie acepta que haya hambre en el mundo pero, ¿cómo hablar de dimensiones en este problema? Es imposible hacerse una idea del volumen, la gente no lo percibe y por lo tanto hay una gran indiferencia ciudadana. Estamos notando una pérdida de sensibilidad para las temáticas lejanas… y no tan lejanas. Vemos, por ejemplo, el impacto de la obesidad, que no deja de ser un trastorno alimenticio. Esto también es resultado de una mala nutrición y en España es un tema muy preocupante, ya que es el país que lidera, junto a Gran Bretaña la proporción y niños obesos a nivel europeo, con alrededor del 16/17% de niños obesos. La obesidad se parece a la malnutrición en que estos niños van a ser unos adultos con problemas de salud, en su caso diabetes, etc. Y también un niño menos productivo, probablemente menos feliz. Esta indiferencia en torno la nutrición es algo que choca de frente con el hecho de que nunca jamás se había hablado tanto de cocina, en la tele, en internet...

¿Cómo puede ayudar la tecnología en la lucha contra el hambre?

La tecnología ayuda a producir alimentos en cantidad suficiente y en calidad suficiente para todos. Además, permite detectar dónde hay hambre, hacer diagnósticos rápidos que permiten dar una respuesta acorde. Por último, la tecnología permite hacer llegar comida a los sitios donde hace falta, por muy remotos que sean.

¿En qué consiste la iniciativa ‘Restaurantes contra el hambre’?

Esto parte de la idea de que a todos nos gusta cocinar en esta casa. Y comer es un acto de suma generosidad. En España, la mesa es un lugar muy importante en España. Nosotros no compartimos la visión estrecha que dice que el bien que tenemos aquí se hace a costa de los que pasan hambre, Esta ecuación puede tener una lógica en clave medioambiental, pero no del hambre. Nosotros la conciencia de que existe el hambre no la queremos presentar nunca como un castigo. No es ninguna contradicción salir con tus amigos a comer y elegir un restaurante en el que, además de comer con ellos, vas a hacer un pequeño gesto. Un gesto de autocastigo no va a beneficiar a un niño que pasa hambre (a menos que hubiese una transmisión directa a ese niño). Sobre África tiene poco impacto que dejes de comer pastel de chocolate. El valor de la generosidad, de la gastronomía y del buen comer nos parece que funciona muy bien con la lucha contra el hambre. Que un chef con estrella Michelín sea nuestro embajador pensamos que es algo positivo, los cocineros tienen una preocupación por la calidad de los nutrientes.

¿Qué opinas de los bancos de alimentos?

Los bancos de alimentos cumplen una necesidad. Yo creo que dado el estigma social, sospecho que la gente que va al Banco de Alimentos es porque realmente lo necesita. Es una iniciativa que cubre esta necesidad. Lo que me gusta de los bancos de alimentos en España es que lo están haciendo de forma digna. Aquí la gente puede elegir lo que se lleva a casa. No hay paternalismo parroquial. Además, la iniciativa ciudadana que hay detrás de los bancos de alimentos es importante, es un elemento de solidaridad. Hay una sana identificación de la gente con el banco. Y no me escandalizo pensando que quizá esto debería hacerlo el estado. Quizá funciona mejor así.

¿Son solidarios los españoles?

Depende de lo que entiendas por solidario, del criterio de generosidad que apliques. Si se compara con los países de nuestro entorno, un 67% de los británicos dan una ONG, un 54% de los franceses. En España esta cifra es del 18%. Ahora, pensando por un momento en la crisis que hemos vivido, lo que explica que no hayamos caído en una revolución social es que funcionó la generosidad entre los españoles, la solidaridad intergeneracional. Si medimos el apoyo a ONGs, a su realidad, es mejorable. Pero si miramos lo que han hecho las familias en la crisis, creo que es una fantástica elección de generosidad, existen pocos países donde estas redes funcionen tan bien.

Hablando un poco más de vuestra labor en España, estáis comprometidos con el fomento del empleo. ¿Cómo apoyáis a la gente que busca trabajo?

Estar en desempleo o en una situación laboral precaria conlleva la desaparición o una merma de los ingresos, y en caso de no contar con una red de protección social (ONG, servicios públicos de empleo, servicios sociales…), supone la imposibilidad de sostener a la familia y aumenta la posibilidad de iniciar una trayectoria social descendente. Así, empezamos a intervenir en España en el año 2013, cuando el paro alcanzó cifras históricas, afectando a más de 6 millones de personas, el 27% de la población. Desde entonces tenemos en  marcha programas que favorecen la inclusión sociolaboral de los sectores más vulnerables de la población: jóvenes, mujeres (sobre las que recaen habitualmente las cargas familiares), inmigrantes, mayores de 45 años o personas desempleadas de larga duración, entre otros.

La base de nuestros proyectos consiste en dotar a las personas de las competencias que hoy demanda el mercado laboral o que se requieren para poner en marcha y consolidar un negocio. Porque, en la actualidad, para desempeñar un puesto de trabajo y para emprender son casi tan importantes los conocimientos técnicos como las competencias personales. Nuestros programas dotan a las personas de esas habilidades y destrezas que van desde saber crear y gestionar su red de contactos o ser más flexibles a tener capacidad de adaptarse al cambio o automotivarse.

Desde que iniciamos nuestra acción social en España, hemos apoyado a más de 9300 personas a mejorar sus oportunidades laborales. Estamos presentes en 19 provincias.

¿Qué opinas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible? ¿Se cumplirá la Agenda 2030?

Yo creo que es una forma de objetivizar los grandes objetivos de la humanidad. Es una forma interesante de marcar una dirección común. En lo que se puede hacer más es a la hora de reportar, a la hora de indicar nuestra contribución. Si nos quedamos en los titulares, parece que todo va a peor. Pero muchas cosas van a mejor y trabajar en una forma de dejar constancia de nuestra contribución sería un gran motivo de orgullo.