Bots, cuentas falsas y likes: la ley del tramposo

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J. A. Alguacil (Ilusionlabs)

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370 millones de cuentas en Facebook son falsas. Esto es, una de cada seis, tal y como aseguró hace unos meses la compañía de Mark Zuckerberg. Algo similares son los datos de Twitter, que sitúan entre los 30 y 48 millones de perfiles falsos, es decir, entre el 9% y el 15% del total de usuarios, según datos extraídos de informes de las universidades de Carolina del Sur e Indiana. Instagram, por su parte, tiene más de 150 Millones de cuentas falsas, acorde a los datos ofrecidos por un estudio realizado por Instascreener.

Una situación que refleja una realidad de las redes sociales: se rigen por los sesgos sociales primarios. Con la aparición de las redes sociales hace unos 10 años, se abría la puerta a la demanda social de expresarse, conectar, compartir, conversar y crecer mediante la inteligencia colectiva. Grandes propósitos que han quedado relegados por su capacidad de influencia e imagen social.

El simple hecho de publicar una opinión, un momento o un contenido, tiene el efecto inmediato de validación social mediante un “me gusta”, comentarios o iniciando una conversación, según la red en la que se comparta. La salud de un contenido es inherente a la capacidad de interacción que tenga con su audiencia, que a su vez crece si los contenidos interesantes, útiles o divertidos son frecuentes en la cuenta que los proporciona.

Esta simple dinámica, ha convertido a los medios sociales en los medios de comunicación más poderosos de la historia. Por primera vez existe una interacción con el contenido que se publica. Por otro lado, abre la puerta a la conversación social, es decir, todo el mundo puede aportar, comentar, criticar. Este factor hace que personas anónimas puedan gozar de gran fama dentro de las propias redes y esto al mismo tiempo, proporciona una autenticidad que instituciones empresas y marcas no poseen. 

Por último, está el factor de la enorme difusión que tienen las redes sociales, las cuales superan a los medios tradicionales. Cuando un contenido tiene muchas interacciones, tiene una validación social muy poderosa que hace que tanto la noticia como el que la emite gane una mejor posición en nuestra conciencia colectiva.

Sin embargo, esta herramienta, que en principio puede parecer interesante, también tiene sus sombras, como los mercados de seguidores e interacciones fantasmas. Por un módico precio cualquiera se puede comprar un pequeño ejército de followers o hacer que una publicación tenga muchos likes y de ese modo parecer más influyente, cercano o positivo a los nuevos visitantes incautos.

Las consecuencias en la práctica son nulas. Sencillamente son una mentira. Un onanismo virtual donde particulares y empresas tratan de parecer interesantes con interacciones falsas. Sin embargo, cuando se trata de asuntos como la política, la cosa se pone seria.

Buscar una respuesta positiva mintiendo es un signo de decadencia de las ideas. Engañar para parecer más cercano, autentico y popular es un delito

Buscar una respuesta positiva mintiendo es un signo de decadencia de las ideas. Engañar para parecer más cercano, autentico y popular es un delito. Estos días estamos viendo cómo nuestras instituciones han quedado manchadas por un escándalo sin precedentes, donde los perfiles del Ministerio de Sanidad estaban plagados de seguidores falsos e interacciones de la misma naturaleza. Algo que ha puesto el grito en el cielo a muchos y ha resonado en los medios.

Esperemos que las investigaciones de las empresas que suministran el servicio, como de los cuerpos policiales abran la puerta a una resolución clara sobre el asunto. Que se gasten el dinero de nuestros impuestos en plena crisis sanitaria en estos asuntos, es obsceno.

Sin embargo, también hay otra posibilidad y es que la compra de seguidores e interacciones no fuese del propio Gobierno si no de alguien que buscase dañarle. Para los profanos, este submundo de las redes sociales es nuevo y escandaloso, para los que trabajamos en comunicación, es parte de nuestro día a día.

Las soluciones solo pueden venir de las propias plataformas sociales, obligando a identificar al usuario o de lo contrario no abrir un perfil

Las soluciones solo pueden venir de las propias plataformas sociales, obligando a identificar al usuario o de lo contrario no abrir un perfil. Esto aseguraría que, en la red social, no hubiese nadie que no existiese, pero también implica un mayor control personal. Sin embargo, este volumen ingente de perfiles fake, de interacciones y de imagen social, generan para las plataformas unos ingresos mayores, ya que justifican a su vez los esfuerzos reales por crecer en número de interacciones

Quien hizo la ley, hizo la trampa. Puede que existan muchos tramposos, pero quien permite la trampa como moneda de cambio, es siempre el que gana con ella.