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La ultraderecha pone en jaque a las democracias europeas

Las fuerzas de extrema derecha se consolidan con un gran poder de destrucción de los valores democráticos

Giorgia Meloni.

Giorgia Meloni. / EFE / GIUSEPPE LAMI

Marta López

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Si a los electores italianos no les ha entrado un miedo súbito en los últimos días en los que no ha habido sondeos, este domingo se disponen a convertir en próxima primera ministra a la ultraderechista Giorgia Meloni, líder del partido Hermanos de Italia, surgido de las cenizas del posfacista Movimiento Social Italiano (MSI). Una elección que inquieta a Europa porque supone un nuevo y gran salto en la consolidación y normalización de un discurso y una ideología en un continente que ya no se puede conformar con mirar a esas fuerzas reaccionarias y retrógradas como movimientos marginales o una fiebre pasajera, relacionada con descontentos y desarraigos coyunturales. La extrema derecha, dispersa por los distintos países en una constelación de fuerzas, ha llegado para quedarse, sostienen politólogos y analistas, ante la incapacidad de los partidos tradicionales para frenar su progresión, con el riesgo que eso comporta para el modelo de democracia liberal europeo.

El previsible triunfo de Meloni, romana, de 45 años y desacomplejada en el uso de lemas – «Dios, patria y familia»- y símbolos –la llama tricolor- neofacistas ha desatado todas las alarmas. Pero en realidad solo confirma un «tren que empezó hace años», recuerda Steven Forti, profesor de Historia contemporánea en la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) y autor del libro Extrema derecha 2.0: Que es y como combatirla, recordando que ya en 1999, Jörg Haider, convirtió a su formación política, el Partido de la Libertad (FPÖ) en socio de la coalición de Gobierno austriaca. 

Extremos en un mundo polarizado

«Hay un exceso de alarmismo. Muchas de estas fuerzas llevan ahí desde los años 80. Lo que está cambiando es la correlación de fuerzas», apunta también Jorge Tamames, investigador del Real Instituto Elcano. Camino Mortera-Martínez, analista de El Periódico e investigadora del Centre for European Reform, apuntala esta idea: «Llevamos bastante tiempo viendo el ascenso de partidos extremos y no solo de la derecha. Esto no va a cambiar porque el mundo está cada vez más polarizado».

Hoy será Italia, país de la Unión Europea, el que se arroje en brazos de la ultraderecha. Pero hace dos semanas fue Suecia, cuna de la socialdemocracia y paradigma del estado del bienestar, el que encumbró hasta un segundo lugar a una fuerza de extrema derecha. Y en Francia, el pasado mes de junio Marine Le Pen convirtió a Reagrupación Nacional (RN)en la tercera fuerza parlamentaria, con 89 diputados. En Hungría, el populista Viktor Orban lleva 12 años en el poder y en Polonia gobierna desde 2015 un Ejecutivo ultraconservador nacionalista. En otros países, como Australia, Finlandia o Países Bajos han estado presentes en anteriores Ejecutivos. Y en España, país en el que la ultraderecha ha irrumpido con bastante más retraso, Vox forma parte por primera vez desde abril de un gobierno regional, el de Castilla y León. 

En otros estados, como Bulgaria, son una fuerza clave para facilitar la gobernabilidad mientras que en la tolerante Dinamarca una primera ministra socialdemócrata, Mette Frederiksen, abraza desacomplejada los postulados ultras en un asunto tan candente como la inmigración. Solo en cuatro países europeos, Reino Unido, Irlanda, Luxemburgo e Islandia, la extrema derecha es una fuerza residual o no tiene representación parlamentaria. Portugal pertenecía a este grupo hasta enero de este año, cuando el partido Chega escaló hasta convertirse en la tercera fuerza en las legislativas

«Las ideas de la extrema derecha están legitimadas para gobernar en todo el mundo occidental» incide Forti. «Estamos hablando de una ultraderecha normalizada, que capta un voto de descontento pero no solo. Ha conseguido que muchos partidos de la derecha tradicional les copien el discurso pero muchos electores prefieren el original a la copia y se decantarán por partidos que siempre les han dicho lo mismo, que han sido coherentes», anota Héctor Sánchez Margalef, investigador del CIDOB.

«Las ideas de la extrema derecha están legitimadas para gobernar en todo el mundo occidental» afirma Steven Forti.

Aunque son partidos que difieren unos de otros, «son más las cosas que comparten que las que les diferencian, lo que les convierte en una familia a nivel global», destaca Forti. Junto con otros analistas , enumera estos nexos : ultranacionalismo y defensa de la soberanía nacional, euroescepticismo, contra el multilateralismo, defensa de los valores sociales ultraconservadores, rechazo a la inmigración – «pobre y de países musulmanes y África», matiza Tamames- antiintelectualismo, crítica a la conquista de derechos sociales, y posturas reaccionarias frente a los nuevos movimientos sociales (ecologismo, feminismo). En el terreno económico son mucho más difusos, pudiendo aplicar tanto recetas ultraliberales, como en el caso de Vox, como de corte casi socialista, como Le Pen o Meloni, lo que ha permitido a estas dos últimas penetrar con fuerza entre la clase obrera.

Las guerras culturales

Comparten el populismo y estrategias comunicativas que alientan las guerras culturales para polarizar a la sociedad. Adoptan una posturas provocadoras, transgresoras que les dan visibilidad, con lo que pueden marcar la agenda mediática. A ello se une un hábil manejo de las redes sociales y las nuevas tecnologías , «incluso de forma alegal o ilegal», subraya Forti, que recuerda el escándalo de Cambridge Analytica, la consultora británica que obtuvo datos de los perfiles de 87 millones de usuarios de Facebook que luego fueron utilizados por las campañas del 'brexit' y de Donald Trump. 

Impotentes para frenar la progresión de estas fuerzas extremas, los partidos tradicionales, sobre todo desde la izquierda, no dudan en aludir al fantasma del fascismo y evocar un pasado doloroso al que muy pocos quieren volver. Pero, ¿son realmente fascistas estos partidos? Para los expertos consultados, ni el partido Hermanos de Italia de Meloni, el que más conexiones tiene con ese pasado, puede llamarse fascista. 

«Tiene una ideología anclada en el fascismo. Pero es más ultranacionalista, conservador e iliberal», afirma también Mortera-Martínez, que critica la estrategia de los partidos tradicionales de apelar continuamente al miedo al lobo. «Hay que entrar en los debates que plantean sobre temas que preocupan a una parte de la gente, como por ejemplo el aborto, y no recurrir siempre a la palabra fascista. Etiquetas entonces a una parte de la población que se siente alienada y que no va a dejar de votar a las fuerzas que piensan como ella», sostiene.

"Hermanos de Italia iene una ideología anclada en el fascismo. Pero es más ultranacionalista, conservador e iliberal», sostiene Camino Mortera-Martínez,

«Fascistas tradicionales no son, en el sentido que no hay camisas pardas desfilando y el elemento de la violencia física tampoco está presente. Pero es un fascismo arraigado, que se ha puesto americana, gafas de pasta, se ha dejado crecer el pelo y de la única violencia que se sirve es la verbal», subraya Sánchez Margalef. Es lo que Forti llama extrema derecha 2.0: «Un fenómeno radicalmente nueve que no excluye que tenga líneas de continuidad con experiencias del pasado, que en algunos casos pueden ser más marcadas», como en el caso italiano. «No podemos llamar fascismo a cualquier cosa, aunque se le parezca», remacha.

Pero que no sean fascistas porque no defienden dictaduras, ni regímenes de partido único y acepten la alternancia en el poder –aunque merece la pena recordar el asalto al Capitolio en Washington que alentó el propio Donald Trump-, no significa que estos partidos no sean una amenaza para las democracias ni para los derechos democráticos. «Para estas fuerzas es un problema el pluralismo que damos por aceptado en nuestras sociedades. Lo intentan socavar», explica Tamames. Una afirmación que encaja con el reciente pronunciamiento del Parlamento Europeo, que señaló a Hungría como una «autocracia electoral» y no una democracia plena por sus continuas vulneraciones del estado de derecho.

Para Mortera-Martínez, «hay que medir bien el poder de destrucción que tiene sobre nuestras democracias liberales cuando empiezan a desmantelar las instituciones liberales», por ejemplo el poder judicial . Y Forti reflexiona: «¿Se puede concebir una democracia que no sea pluralista, que no respete a las minorías, que no garantice una serie de derechos a sus ciudadanos, el estado de derecho y el pluralismo informativo?». Es categórico: «Son la mayor amenaza hoy en día existente para la democracia».

Los cordones sanitarios, el pasado

Frente a a su auge, los partidos han utilizado dos estrategias hasta ahora: los cordones sanitarios -que solo han funcionado en Francia o Alemania- o han intentado neutralizarlos integrando parte del discurso de la extrema derecha en sus programas. Pero apenas le han disputado el relato. «La solución más válida sería presentar una alternativa diferente donde la extrema derecha no tenga nada que decir y no pueda aportar nada», sostiene Sánchez Margalef. 

Tamames critica la aproximación que se hace también desde posiciones pogresistas y desde la izquierda hacia estos partidos:«Se han de entender como un problema político y no como una castástrofe moral», dice. Quizá opción sea confiar en un sistema lo suficientemente fuerte para asumir a las fuerzas ultras, pero la gran incógnita es cuánto se puede tensionar el sistema democrático antes de romperse. 

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