DESIGUALDAD

Las desigualdades sociales afectan más a nuestro bienestar que las económicas

Según un reciente informe de BCG, las desigualdades sociales no reciben la misma atención que las económicas, a pesar de que influyen más en nuestro bienestar. Hablamos con ellos y el sociólogo Mariano Urraco para analizar por qué ocurre esto.

Según un reciente informe de BCG, las desigualdades sociales no reciben la misma atención que las económicas, a pesar de que influyen más en nuestro bienestar. Hablamos con ellos y el sociólogo Mariano Urraco para analizar por qué ocurre esto.

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Fran Leal

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La salida de la crisis no ha sido igual para todos, ni mucho menos. De hecho, la desigualdad no para de crecer, y cuando hablamos de desigualdad, entendemos por defecto la económica. Pero la de índole social también existe y, según el informe Sustainable Economic Development Assessment (SEDA) de BCG, tiene aún un mayor impacto en el bienestar que la económica.

Menor atención desde la política

Desde BCG advierten de la menor atención que reciben las desigualdades sociales (como las diferencias en el acceso a la atención médica o la educación), a pesar de que existe, según el estudio, una correlación mucho más fuerte entre la igualdad social y el bienestar que entre la igualdad económica y el bienestar. Además, también resaltan cómo afectan a los índices de felicidad, pues estos niveles son mayores cuanto más altos son los niveles de igualdad social.

Pero, ¿a qué se debe que los gobiernos no le presten a las desigualdades sociales la atención que merecen? Enrique Rueda, senior advisor de BCG, subraya que, “mientras que los indicadores económicos reciben atención con regularidad, no hay ni indicadores equivalentes ni momento para las cuestiones sociales”. El desempleo podría ser un buen indicador, pero como señala Rueda, “está a caballo de lo social y lo económico”. En relación a la desigualdad, Rueda apunta al mismo motivo: “El coeficiente Gini está bien establecido como medidas de desigualdad económica (con respecto a ingresos), pero no hay equivalente social”.

El discurso de la meritocracia

Mariano Urraco, sociólogo y profesor de esta materia en Udima, pone el foco en que los políticos, “sea como sea, dirán siempre que luchan para reducir la desigualdad social”. Pero el problema, a su entender, es que “la igualdad es un valor en declive. Ahora, lo que está en auge es la diferencia, que adopta diversas formas, como en el propio discurso de la meritocracia”. Según nos explica Urraco, el capitalismo se fundamenta en la idea del logro individual y este discurso de “tener lo que cada uno se merece” está muy arraigado en nuestra sociedad. 

Por otra parte, el experto de Udima apunta al origen económico de las desigualdades sociales y la dificultad para mencionar siquiera medidas que puedan combatirlas: “La redistribución de la renta a través de los impuestos, que sería el mecanismo básico para luchar contra la desigualdad social, tiene un rendimiento negativo en el discurso político”. Y de estas medidas impopulares no se salva casi nadie. “Incluso la izquierda parece abjurar de estas cuestiones, en un claro ejercicio de cálculo electoral que, de alguna manera, invisibiliza el problema”, comenta Urraco.

¿Señales de alarma por la desaceleración?

Podríamos pensar que los síntomas de desaceleración económica predicen un aumento aún más importante de la desigualdad social. Pero Rueda considera que “no está clara esta relación directa”. De hecho, resalta el hecho de que ha aumentado a pesar de los “periodos con buen ritmo de crecimiento”. Es más, puede interpretarse, a partir de la experiencia de las últimas décadas, que “a mayor crecimiento, más rápido crece la desigualdad”, sostiene. La propia desaceleración, por lo tanto, podría ser el acicate para que desde los gobiernos “se consideren opciones de política social que reduzcan la desigualdad, tanto la objetiva como la percibida”, asevera.

Al fin y al cabo, estas medidas responden a una necesidad social, porque “ante cualquier situación de desaceleración, el margen de maniobra de los individuos particulares para enfrentarse a tal coyuntura es muy distinto en función de la posición que se ocupe en la escala social”, apunta Urraco.

Obviamente, las políticas y decisiones de cada país a la hora de afrontar las desigualdades no son las mismas. Aquí está la clave, afirma Rueda: “Lo que hemos visto (en el SEDA) es que hay grandes diferencias: al mismo nivel de ingresos per cápita o al mismo nivel de crecimiento, los países tienen evoluciones distintas”. Invertir en bienestar es un valor que, lejos de ser un escollo, contribuye al crecimiento. Con el SEDA, “demostramos que los países que convierten mejor la riqueza en bienestar también tienden a crecer más rápido que la media”. Con ello, y según nos cuenta Rueda, debemos descartar ideas como que “para incrementar el bienestar hay que sacrificar parte del crecimiento económico”.

Una problemática social, no individual

Dejando a un lado las repercusiones en el bienestar de estas desigualdades sociales, para Urraco, “inciden sobre todo generando una autoimagen negativa. El que se ve pobre y es etiquetado como tal, interioriza una serie de valores asociados a esa etiqueta, que le dificultan, a su vez, mejorar su situación; una situación que, obviamente, es un problema social, no personal”.

Ahondando en esta idea, Urraco insiste en que “la culpa de la desigualdad no es del individuo, por mucho que así se afanen en hacernos creer los discursos hegemónicos hoy circulantes, sino de la distribución social de la riqueza, que se realiza desde la cúspide, con todo lo que esto supone”. Y concluye su argumento recuperando el asunto de la meritocracia: “El discurso de que cada uno tiene lo que se merece, ocultando la desigualdad de condiciones de partida, cala muy hondo en nuestra sociedad, haciéndonos cada vez menos solidarios, menos comprometidos con un proyecto de sociedad unida e interdependiente”.

Panel de control de tres métricas

En todo caso, parece innegable la necesidad de prestar más atención a las desigualdades sociales. Al respecto, desde BCG han elaborado un panel de control de tres métricas, que “se trata de una especie de sistema de alarma que reconoce la importancia de considerar métricas que no solo sean económicas”, nos cuenta el portavoz.

Además de métricas económicas, como el crecimiento real del PIB per cápita, habría que valorar otras de bienestar, tanto de carácter objetivo (como el indicador SEDA), como subjetivo (donde entrarían los indicadores de felicidad o satisfacción). A través de este análisis transversal se podrán detectar los desequilibrios y “plantearse qué está pasando con el modelo socioeconómico, si no se está progresando en el objetivo más importante: el del bienestar o sentimiento de prosperidad”, asevera Rueda.