¿Por qué no damos boleto a la ropa que ya no nos ponemos?
Todo... ¿Vuelve?

Acumulamos más de lo que usamos y necesitamos: eso es un hecho. Si nos paramos a analizar con detenimiento el contenido de nuestro armario veremos que hay un número importante de prendas que no nos ponemos. Bien porque no son ya de nuestra talla, bien porque ya no encajan con nuestros gustos y estilo actual. Pero por un extraño poder magnético que nos arrastra, ahí siguen en el armario. Ocupando sitio, centrando cada día nuestra atención pero con el mismo resultado: muertas de la risa.
La explicación que le damos a tal fenómeno suele ser la de “es que todo vuelve”. Nos escudamos en el argumento de “yo tenía una blusa de lunares de cuando Barcelona 92 y fíjate, ahí están los lunares otra vez llevándose”. Claro que se llevan. Es que los lunares rara vez han dejado de llevarse. Cierto es que hay modas que se van y vuelven. Como las hombreras. Que lo dieron todo en los 80 y han vuelto a rondarnos. O los pantalones de campana. Pero sucede que lo que vuelve lo hace renovado.
La moda toma la esencia de lo que fue en su momento y lo adapta al hoy, al estilo actual. Y lo antiguo se ve antiguo. O peor aún: pasado de moda. Porque una cosa es un vintage. Esto es, una pieza de calidad, con un diseño a la altura de obra de arte. Y otra muy distinta que lo que sacamos del baúl de los recuerdos, sin solera, comprado para consumo rápido, estire el chicle sin alterarse por los siglos de los siglos.
Si quieres que la flauta suene y suene, aplícate en tus compras. Porque un armario bien pensado y bien invertido siempre tendrá una vida más larga. Las abuelas no compraban en Amancio y ahí están sus reliquias para goce nuestro.
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