Perdí mi 'satisfyer' durante media hora y creí morir (sin exageraciones que valgan)

A falta de novio, mi 'satisfyer' se ha convertido en mi muy mejor amigo (que diría Forrest Gump).

Carmen Raya con bocadillo de qué susto en Los Angeles
Carmen Raya con bocadillo de qué susto en Los Angeles / INSTAGRAM

Estoy en un momento de mi vida en el que, hablando claramente, parezco más una adolescente que una mujer adulta de 37 años, por lo menos en el plano sexual. Sin novio ni 'f*llamigo' al que poder recurrir, llevo unas semanas de masturbación que ni un chico de quince años en su primer viaje a un campamento de verano.

Y antes de que algunos de vosotros os ruboricéis por el hecho de estar leyendo que Carmen Raya se masturba (un saludo para mis padres, mi hermana y mis primos de Elche, todos los de Albacete tenemos primos en Elche, esto es así) os diré por qué os choca esta revelación.

[Te entiendo, querida]

Vivimos en una sociedad en la que estamos acostumbrados a que los hombres hablen abiertamente de que se masturban con esto de que si no se 'mueren' porque acumulan semen y bla bla bla... de la misma manera que creen morir cuando tienen una décima de fiebre. Nadie que yo sepa se ha muerto de eso, pero que TODO BIEN. Por no hablar de cuando se colocan el pene alegremente mientras estás teniendo una conversación con ellos en la máquina de café de la quinta planta de la oficina.

"Ay, es que es muy incómodo a veces", me decía mi amigo José Ramón un día que se colocó el paquete en todas mis narices con un gesto tan sutil como las operaciones estéticas de Renée Zellweger.

[Amiga, es humor, no te lo tomes a mal]

"A mí también me molesta llevar las bragas metidas por el melocotón y no me las saco delante de ti porque me aguanto y espero a estar sola para tirar de ellas como si de un tirachinas se tratara", le contesté mientras él ponía cara de "ya ha venido la feminista a decirme que tengo más privilegios por ser hombre". Los tiene, aunque parezcan absurdos, pero bueno, ese es otro tema.

Total, que con esto de que he vuelto a Madrid y lo de Tinder no me está yendo demasiado bien, me compré un 'satisfyer'. Sí, lo sé, "a buenas horas mangas verdes", pensaréis vosotros.. Es que que, queréis que os diga... en Los Ángeles me fue bastante bien a nivel sexual y no pensé que necesitara uno. Hasta que un día, andando por las calles madrileñas con mi amigo Alberto lo miré y le dije: "Vamos a por un 'satisfyer'".

[Esa es la actitud]

Alberto, que me conoce desde hace años y sabe como soy, no lo dudó ni un minuto. "¿Pero eso cómo va?", me preguntó mientras me cogí de su brazo y acudimos juntos a una tienda de juguetes sexuales. Una vez en ella, escogí el 'Love Triangle' mientras Alberto tiraba con el codo un pene negro de látex de 20 centímetros y la dependienta nos preguntaba si éramos pareja. "No, me lo compro para mí", contesté con una sonrisa en los labios como una niña con zapatos nuevos. ¡Y qué zapatos!

Si alguien tiene el número de teléfono de la persona que inventó el 'satisfyer', por favor, lo necesito. No sabéis los orgasmos que he tenido con este maravilloso invento que la tecnología nos ha regalado a las mujeres. Vaya, que cada vez que lo uso pienso que no puede ir mejor y... ¡sorpresa! Y bueno, también os diré que uso la masturbación para librarme del estrés y la ansiedad que me persiguen desde hace meses, pero eso es otro tema.

Total, que esta soy yo al final de cada día mientras ceno y hablo con mi novio imaginario:

Efectivamente. Sin embargo, una tarde, no hace poco, iba yo a dejarme llevar por el bello arte de darme placer cuando... ¡no encontré mi 'satisfyer'! Y a ver, así de primeras no me lo tomé tan mal... simplemente me puse así:

Aunque no os mentiré, lo que primero pensé era que me estaba haciendo 'ghosting' y que me había abandonado sin decir ni mú. Ya, sé que es imposible, pero como todos los hombres en mi vida me hacen lo mismo, ¿por qué mi 'satisfyer' iba a ser diferente?

Lo imaginé recogiendo en silencio su cargador para no quedarse sin batería en su huida hacia una vida mejor sin mí. Sin mirar atrás, sin pensar en los buenos momentos que hemos vivido juntos. Así que hice lo que cualquier persona en su sano juicio haría: hiperventilar.

Me puse a buscar por la casa con más nervios que los concursantes de Supervivientes justo antes de saltar del helicóptero. Y ojito porque vivo en un apartamento de no más de 30 metros cuadrados (lo sé, me envidiáis). Busqué en la cama, debajo de la cama, encima de la cama, sobre la almohada, debajo de la almohada, en el sofá, entre los cojines del sofá... Nada, desaparecido en combate. Y ahí me di cuenta de dos cosas: la dependencia que generan este tipo de juguetes y lo mal que estoy a nivel emocional. En serio que estaba preocupada por no encontrarlo y no poderme dar esos festivales unilaterales de placer.

Dispuesta a no quedarme sin mis orgasmos, hice dos cosas llevada por la desesperación: miré en la basura y en la nevera.

Sí, lo sé, pero por si las moscas no pensaba dejar ni un milímetro de mi casa sin rastrear. Hasta que llegó un momento en el que me dije: "Carmen, asúmelo, lo has perdido".

Pero cuando estaba a punto de perder la esperanza y tirarme a llorar en una roca como Ariel, vi la luz. Una pequeña luz intermitente. No podía ser. La luz procedía de una esquina en la que vi salir un cable. Así que procedí a acercarme lentamente para saber si era él.

¡Milagro! Ahí estaba él, descansando, dormido como si se tratase de La Bella Durmiente cogiendo fuerzas para volver a la carga (nunca mejor dicho). Un encuentro que celebré con más alegría que cuando los padres dejan a sus hijos en el campamento de verano (véase aquí el dominio de la escritura de la autora de este artículo que se refiere de nuevo a los campamentos de verano a los que hizo referencia al principio de este artículo).

Un hallazgo que me permitió volver a dormir cual Ariel en su primera noche con piernas humanas.

Síguele la pista

  • Lo último