NUEVAS FORMAS DE ACTIVISMO

Vigilias veganas o por qué los mataderos no tienen ventanas

El trance de acompañar al ganado de la granja a la muerte, una tradición animalista con 10 años de pedigrí en el mundo anglosajón, gana adeptos en España

Conoce a los activistas que se despiden de los animales antes de morir.

Conoce a los activistas que se despiden de los animales antes de morir. / periodico

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Mi primera vigilia vegana. Sí, existe tal cosa. En España, desde hace solo un año. En otras latitudes, desde hace 10. La idea nació en Toronto. La primera vez que se participa en una de ellas, la sorpresa es incluso mayor a la que se experimenta la primera vez que se oye hablar de ellas. Puede que ustedes, que leen estas dos palabras juntas por primera vez, vigilia vegana, se sientan ahora así, sorprendidos. Más lo estarían si hubieran presenciado una de ellas. La cosa consiste en que un grupo de veganos militantes, o sea, aquellos que hasta sustituyen el huevo de la tortilla de patatas por harina de garbanzo, se reúnen a las puertas de un matadero para acompañar a corderos, cerdos, vacas y gallinas en esos últimos instantes de sus respectivas vidas, minutos antes de ser desollados. Los acarician, les susurran palabras amables al oído, les dan de beber a morro en botellas de plástico… Puede que sea la primera vez en sus vidas que conocen el lado amable de los humanos. La despedida a veces desata una catarsis. Tras decir adiós a un rebaño de corderos, dos chicas se abrazan y lloran desconsoladas durante varios minutos. Por aquí, a esto se le llama vigilia vegana, o vigilia de tal o cual especie de ganado, pero en el mundo anglosajón, donde nació esta variedad de activismo, no se andan con melindres. Slaughterhouse vigil. Las vigilias del matadero, les llaman.

Lo fácil sería echar unas risas carnívoras sobre las vigilias, pero están ahí por algo, para recordar que no es casual que lo matadetos no tengan ventanas

Una advertencia antes de proseguir. Lo fácil sería convertir esta crónica en unas risas de carnívoro, retratar a los veganos de las vigilias como una variante excéntrica de los abrazaárboles, vamos, sorprender al lector con lo más raro de la experiencia, que no es poco, esas carantoñas en el cogote de una oveja aterrorizada, ese mirar a los ojos del animal y anunciar, para terminar el repaso, que hay una segunda parte de esta historia, de próxima publicación, que consiste en la visita a un santuario, donde animales rescatados de las granjas conviven en un ambiente de camaradería que desafía las leyes de la naturaleza. La advertencia es que esto, lo que viene a continuación, se va a poner desagradable. Por algo los mataderos no tienen ventanas.

Las ovejas tiemblan

Las vigilias son pacíficas. Eso hay que subrayarlo. Los activistas no cierran el paso a los camiones como bandoleros. Hay un pacto no escrito entre los organizadores del encuentro, los vigilantes del matadero y buena parte de los transportistas para que nada se tuerza. El camión se detiene a las puertas del recinto. En el caso aquí narrado, eso es dentro de Mercabarna, el gran colmado de cuatro millones de habitantes. La mayoría de los camioneros que llegan ya saben de qué va aquello. Durante cinco o 10 minutos, los veganos se aproximan a la caja del camión como si fuera el monolito de 2001. Unos hacen fotos y otros abrevan al ganado. Las ovejas tiemblan, “Las traen muy sedientas porque dicen que así la carne sabe mejor”, explica Óscar López, coordinador de la vigilia.  Participó en la primera celebrada en España, en noviembre del 2017. Desde entonces, cada mes se convocan varias.

Una vez que el camión reemprende la marcha, a la zona de descarga los activistas ya no pueden acceder. Lo dicho antes, hay quien llora, y hay quien tiene la amabilidad de explicar a los cuatro carnívoros que hemos ido hasta allá, de noche y con un frío que pela, el porqué de toda esa extravagancia. El propósito inmediato -dicen- es reconfortar a los animales, ser el equivalente carcelario de su última cena antes de que se conviertan precisamente en eso, en una cena, pero, a medio y largo plazo el plan es llenar el hueco narrativo que hay entre que el animal camina y ese instante final en que es presentado en luminosas bandejas en el supermercado, primorosamente despiezado, sin pistas claras del ganado que tiempo atrás  fue y sin detalles sobre lo cruel que fue su sacrificio, algo que podría incomodar al consumidor.

“Estamos aquí para ser testigos”, explica uno de los activistas a las puertas del matadero de Mercabarna. Así parece que es. Él y todos los demás van con la cámara en la mano para testimoniar que el momento es muy animal, por supuesto en el sentido negativo del término. Están ahí librando un pulso. La industria alimentaria, tal vez por prevenir, hace meses que ha comenzado a modular su discurso publicitario. En los anuncios de televisión aparecen granjeros que cantan al oído de sus vacas. En la pollería se venden huevos de gallinas “criadas en libertad”. ¡Menuda redefinición del libre albedrío! López, toda una veganipedia andante, explica por qué eso es un disparate. Una gallina realmente libre pondría entre 10 y 15 huevos al año. Viviría 15. Las gallinas ponedoras no sobreviven más de dos años. Antes de soplar las dos velas habrán puesto entre 400 y 600 huevos. A veces se les atascan y mueren. Esto es la versión avícola de ‘El cuento de la criada’. La versión porcina no es mejor. En algunas granjas, la edad de las cerdas no se expresa en años sino en el número de partos anuales.

Ninguna gallina libre, como las anuncia la publicidad, pone más de 200 huevos al año a costa de diezmar su esperanza de vida

Las vigilias españolas, pese al empeño de quienes participan en ellas por viralizarlas en las redes sociales, apenas llegan a los carnívoros. El relato no salta la valla. La animalista es una sociedad endogámica. Su suerte es que en Netflix y Youtube está disponible y con fama creciente un catálogo cinematográfico y documental que no deja indiferente. Merece la pena citar tres ejemplos, en riguroso orden de soportabilidad, porque, quedan ustedes avisados de antemano, el último es pretendida y brutalmente perturbador, algo así como una snuff movie vegana, donde la tesis de partida parecerá naíf, pues sostiene que los animales son las otras naciones de la Tierra, con las que hay que aprender a convivir, pero de repente el espectador se ve inmerso en una insorportable sucesión de imágenes crueles captadas con cámaras ocultas.

'OKJA', UN CARAMELO ENVENENADO

La primera parada obligada de todo aquel que pretenda comprender las razones de los colectivos veganos y animalistas (que, como en los diagramas de Ben Euler, tienen grandes zonas comunes) es Okja, una aclamada película de ficción de apariencia dulce, casi infantil, que narra la relación de amistad entre una granjera de la Corea del Sur más rural con un superlechón, o sea, una modificación genética del cerdo convencional concebida para acabar con el hambre en el mundo. El corazón de este caramelo cinematográfico es, sin embargo, muy amargo. Los espectadores, de la mano de la trama, terminan de forma inesperada y dolorosa en el interior de un matadero. El único elemento de ficción ahí son los superlechones, grandes como un hipopótamo, un logro genético con fines comerciales. Las técnicas de sacrificio y despiece son las que usa la verdadera industria cárnica. Okja, protagonizada por Tilda Swinton, es la mejor operación de comandos que podría concebir el ejército vegano. Un ataque sorpresa y por la retaguardia.

'COWSPIRACY', DONDE HASTA GREENPECE RECIBE

Luego está Cowspiracy, un documental que expone la principal prueba de cargo de los animalista, es decir, que la ganadería intensiva está matando el planeta más que la contaminación de los combustibles fósiles. El director y narrador, Kip Andersen, resume bien esa tesis en un frase. Cada hamburguesa que se sirve al cliente en un fast-food ha requerido el consumo de 2.500 litros de aguaCowspiracy tiene sus entusiastas defensores, aunque el estilo Michael Moore de Andersen, ‘enfant terrible’ dispuesto a meter en el mismo saco a McDonald's y a Greenpeace, genera a veces dudas.

'EARTHLINGS', UN BAÑO DE SANGRE DE REALIDAD

Cowspiracy, en cualquier caso, es la estación en la que cómodamente pueden apearse quienes no se atrevan con la siguiente y última parada, Earthlings, un documental lacerante, voluntariamente laceranteEarthlings. Narrado con voz monocorde por el actor Joaquin Phoenix y montado sobre todo a partir de escenas rodadas con cámara oculta, es un durísimo alegato animalista que detalla lo inconfesable de la industria avícola, porcina y vacuna, pero también cuán insana puede ser la relación entre humanos y el resto de animales en sectores como la industria peletera, las tiendas de animales domésticos y los circos. En 1949, Georges Franjul rodó, sin saberlo, el primer documental vegano de la historia, Le sang des bêtes. El sacrificio de un caballo con una pistola de émbolo cautivo que allí aparece (sí, la misma arma que emplea Javier Bardem en No es país para viejos) parece una chiquillada ante la sucesión de horrores que muestra Earthlings. Es una suma de imágenes de muy difícil digestión, la brutal cosificación de los animales (las jaulas de gestación, el despicado de los pollos para evitar el canibalismo en la granja, el humillante descornado de los terneros, la electrocución anal, el despelleje con el ganado aún vivo, el método kosher de sacrificio animal…), pero, por encima de todo encanece el alma la brutalización de muchos de quienes allí trabajan, como en una versión real y sin fin de experimento de la cárcel de Stanford.

Lo dicho al principio. La primera vigilia vegana sorprende, pero no solo por lo extraño de estar ahí, a las puertas de un matadero, para acariciar ovejas, sino por todo aquello que se descubre a la que se tira del hilo. Hay más, pero es materia para otro capítulo. Solo un ‘spoiler’. De vez en cuando, los animalistas logran rescatar algún animal en el corredor de la muerte. Van a los santuarios. Días después de la vigilia, visitamos uno. Solo les diré que he visto gallinas con jersey.

Continuará...