Muere en Barcelona la abuela de Europa, Ana Vela, a los 116 años

EL PERIÓDICO pasó con ella su 110 aniversario en la residencia de la Verneda donde vivía

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EFE / Córdoba

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Ha muerto en Barcelona la cordobesa Ana Vela Rubio, la mujer más anciana de Europa, pues nació en Puente Genil el 30 de octubre de 1901. Heredó ese título de longevidad el pasado 15 de abril, cuando se le paró el corazón a la italiana Emma Morano, hasta entonces no solo la abuela de Europa, sino la única persona viva que había nacido en el siglo XIX, en concreto el 29 de noviembre de 1899. Vela vivía desde el 2005 en una residencia del barrio de la Verneda. Llegó allí ya muy mayor, con 103 años. Ha fallecido con 116. Solo la superaban en longevidad en todo el mundo dos mujeres japonesas, aún vivas. Sí, los récords de edad suelen ser femeninos. En España, el hombre con más cumpleaños a sus espaldas es Francisco Núlez Olivera, que vive en Bienvenida (Badajoz) y que el pasado día 13 sopló las velas, 113 nada menos.

Resulta muy frío, sin embargo, despedir a Ana Vela solo con una competción de cifras, por muy sorprendentes que sean. Un periodista de EL PERIÓDICO, Mauricio Bernal, tuvo la suerte de celebrar con ella su 110 aniversario. Esta es, a continuación, la crónica que de aquella jornada escribió.

Crónica de un aniversario

“La mujer que cumple 110 años, la más longeva de Catalunya y la tercera de España, la persona para la que han montado todo esto, han colgado globos en las paredes, han traído una tarta, han convocado a las cámaras, a los políticos y a la prensa, está dormida. De vez en cuando abre los ojos, levanta la cabeza y tiene un instante de lucidez, de reconocer lo que la rodea, pero la mayor parte del tiempo está con el mentón sobre el pecho, los ojos cerrados, descansado la fatiga de su siglo largo y dejando que los demás celebren por ella.

En general, resulta frustrante. En el comedor de la primera planta del Hogar La Verneda, en el distrito de Sant Martí (Barcelona), se han congregado unas 50 personas para la fiesta de cumpleaños, y todas quieren y se esfuerzan para que sepa que esto ocurre y que ocurre por ella. El que más insiste es su hijo: «Levanta la cara, mamá, levanta la cara». Varias veces intenta él mismo levantársela, pero no hay manera. «Abre los ojos, mamá, abre los ojos». Juan tiene 81 años y ha viajado ex profeso desde Málaga para el festejo. Al final insiste tanto y le levanta tantas veces la cara que interviene su hermana: «Déjala, que está cansada...». Se llama Ana, como su madre, y se apellida Vela, también como ella. Tiene 84 años.

Madre de cuatro hijos

Ana, la madre, nació el 30 de octubre de 1901 en Puente Genil, Córdoba. Se hizo modista desde joven y en los años 40 viajó a Catalunya y consiguió trabajo en el sanatorio de tuberculosos de Terrassa. Tuvo cuatro hijos -una niña a la que el tifus mató a los 10 años, los dos que aún viven y otro hermano que murió hace poco, con 82-, cuatro nietos y varios biznietos. Cuando les preguntan cómo era, Juan y Ana dicen que trabajadora, activa, con carácter, buena madre, de naturaleza recia: «Siempre trabajó con la aguja, y siempre le gustó». Al Hogar La Verneda llegó por primera vez hace siete años; entonces caminaba, oía bien y tenía la cabeza tenía intacta. Ahora está en silla de ruedas, para que oiga le hablan alto y padece demencia senil.

«En la primera y la tercera planta están los que tienen mejor nivel cognitivo -explica un trabajador del centro-. En la segunda, los que son un poco más dependientes, los que necesitan más ayuda. En la cuarta se encuentran los que sufren de alzhéimer o demencia».

Allí arriba. Allí está Ana Vela.

El centro de atención

Parece en cualquier caso que es mala suerte que justo hoy la anciana esté apagada, que apenas abra los ojos, que no diga nada. «Estos dos últimos días, mientras hicimos los preparativos, estuvo despierta y alegre -explica David González, director del centro-. La verdad es que no sabemos hasta qué punto es consciente de todo esto, pero lo que sí sabe es que es el centro de atención. El problema es que hay unos días en que está más despierta, y de repente tiene momentos de apatía, como este...»

La abuela en cierto modo está ausente y eso obliga a sus dos hijos a hablar por ella, a dar las gracias, a hacer lo que su madre no puede como soplar las velas, abrir los regalos, sostener las flores. Él, Juan, aventura en un rapto que su madre vivirá aún cuatro o cinco años, y explica enseguida que la ve «muy bien». En el festejo hay representantes del ayuntamiento y de la Generalitat y este último al parecer ha venido a hacer política, o eso piensan algunos cuando le toca hablar y decide soltar un discurso. «Este viene a lo que viene...», susurran atrás.

Para entonces ha tenido ya lugar el momento puede ser que cumbre de la fiesta: Ana hija abre un regalo y resulta que es un mosaico de fotos de su madre. Se emociona, y quiere que su madre se emocione, que vea de qué se trata. «Mamá, mire, qué bonito...» Una vez. «Mamá, mire...». Dos veces. Mueve el mosaico, le toca la cara, lo intenta como puede. «Mire, mamá...» Y en ese momento ocurre. Ana Vela abre los ojos, parece que entiende de qué se trata, toma aire y lo deja escapar:

-Qué bonito”.

Que descanse en paz.