El testimonio
"Cuando estás en la calle para la gente eres escoria"
Miguel Fuster, ahora en la dirección de Arrels, vivió 15 años en la calle y fue brutalmente agredido
Rosa Mari Sanz
Periodista
Rosa Mari Sanz
Conoce bien la mirada del odio, del que busca el mal por el mal, de quien se cree superior de una manera brutalmente violenta. Miguel Fuster, dibujante de profesión y ahora en la directiva de Arrels, la oenegé que le ayudó a dejar la bebida y la calle, ha sido víctima de aporofobia durante los 15 años de angustia y desesperación que pasó al raso, entre 1988 y el 2002. Algunos de esos episodios de humillación, desprecio, incluso de una salvaje agresión, han quedado reflejados en unos cómics que muestran la locura y la soledad de esos años ahogados en alcohol. La infinidad de tragos no le ha hecho olvidar la noche que estaba en el Maremàgnum y dos chicos bien vestidos y con pinta de “niños bien” entablaron una conversación con él y, aunque acabaron marchando, regresaron para agredirle. «Lentamente el chico rubio se volvió hacia mí y me clavó los ojos», relata en la ilustración que recoge ese momento. Le lanzaron un adoquín a la cara que le partió el tabique nasal. Se fueron riendo. Fuster lo tiene claro: «Eran crueles y cobardes».
El mismo patrón que se ha encontrado de noche en más de una ocasión, como cuando acabó durmiendo en una alcantarilla escondiéndose de unos jóvenes en Les Planes, o los incidentes en cajeros de Sants, como el día en que se encerró y unos cinco o seis le increparon desde afuera y llegaron golpear el vidrio con litronas. «El cuerpo al final se acostumbra a todo», dice Fuster, quien acabó llevando dos cuchillos por lo que pudiera pasar. «Los he llegado a sacar, suerte que no los he utilizado nunca», dice.
«No puedes denunciar ni hacer nada, cuando estás en la calle para la gente eres escoria, incluso cuando sales la gente ya no te ve normal por el hecho de haber sido un indigente o de haber estado en la cárcel. ¿Pero la gente se piensa que hemos nacido en la calle? Puedes ser igual de buena persona que otro», defiende. Y prosigue: «En la calle te acabas fortaleciendo, pero no endureciendo. La infancia es lo que marca, y yo tuve una infancia muy feliz». De hecho, durante aquellos 15 años no perdió esa referencia, ya que muchos de ellos los pasó al raso cerca de la masía en la que sus padres fueron masoveros y él, un niño alegre y querido.
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