MOVIMIENTO SOCIAL

L'Hospitalet: 25 años de resistencia okupa

El municipio barcelonés, uno de los más densamente poblados de España, fue pionero del movimiento okupa, tal como recoge el documental 'Entrevies', que repasa su extensa y valiosa aportación.

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NANDO CRUZ

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La Vakería, La Lokería, L'Òpera, L'Astilla, L'Hortet, L'Eskola Encantada, La Bode, El Bloke, Kankún, El Retrete, La Casona, El Burdel, El Caserío, La Pua, Can Indigenea, El Pathio, La Casa del Terror, Can Lejía, El 5º Coño, El Krótalo, Cal Forner, La Lokomotiva, Les Vidrieres, Can Fullaraka, Can Amargós… Esto podría ser una relación de tiendas históricas y masías centenarias, pero no. Se trata de un recuento más reciente. Son algunos de los espacios okupados que han ido brotando en L'Hospitalet de Llobregat durante el último cuarto de siglo.

Cuando en Barcelona apenas se tenía constancia de Cros 10 (en el barrio de Sants) y la Kasa de la Muntanya (en Gràcia), antes de que el movimiento okupa cobrase visibilidad en 1996 con la entrada en la fàbrica Hamsa de Sants y en el cine Princesa en Ciutat Vella, L'Hospitalet inició su particular historia en el mundo de la ocupación por la puerta grande: tomando un edificio del siglo XVIII en el número 59 de la calle Mayor, a tres manzanas del ayuntamiento. La ocupación se consumó en 1991 tras la insistente negativa del consistorio de proporcionar un local a la juventud para reunirse y organizar actividades.

La Vaqueria era una casa grande y destartalada. Fue bautizada con ese nombre (la k llegó poco después) porque en la finca trasera, también ocupada, habían tenido vacas y vendían leche. Cuando llegaron los okupas encontraron los abrevaderos. Allí había espacio de sobra para todo tipo de actividades. Algunas personas vivían dentro pero, ante todo, nació como un espacio donde celebrar actos lúdicos y otros de carácter más crítico. Talleres, conciertos y charlas. Juerga, reflexión y, por supuesto, un bar. Se programaban actividades muy diversas. El público asistente también sería de lo más diverso

SOLIDARIDAD INTERNACIONAL

Esa primera ocupación de La Vaqueria es el punto de partida que toman Sheila y Bibian Escudero en 'Entrevies'documental que resume estos 25 años de ocupaciones, desalojos y nuevas ocupaciones. L'Hospitalet tenía todos los números para generar esta respuesta social. Es la 16ª ciudad más poblada de España y, según datos del INE del 2015, también concentra, en su frontera con Barcelona, el tramo de más densidad de población del país: 52.845 habitantes por kilómetro cuadrado. El acceso a la vivienda es un problema desde hace décadas. No es raro que esas primeras ocupaciones verbalizasen lemas ahora tan asumidos como 'La vivienda no es un lujo sino un derecho'. Hoy funcionan de forma más o menos coordinada cuatro plataformas antidesahucios distintas.

«Me llamaron de La Vakería para que fuese a dar una charla sobre Rigoberta Menchú y el movimiento indígena», recuerda Gabriela Serra. La hoy diputada del Parlament de Catalunya por la CUP formaba parte entonces de la oenegé Entre Pobles y tras una estancia en Guatemala fue a Oslo con la líder indígena. Aquella conferencia sobre la Premio Nobel pudo haberse organizado en un magno auditorio pero se celebró en la primera okupa de L'Hospitalet.

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FORMACIÓN DE ACTIVISTAS

Serra volvería a La Vake a impartir otras conferencias sobre solidaridad internacional. De hecho, varios habituales de La Vake viajaron a Centroamérica a participar en proyectos de cooperación. Aquella okupa, como tantas otras, sería un espacio de formación de activistas. Ella rondaba los 40, pero destaca con entusiasmo la diversidad generacional que se respiraba en aquel lugar. «Yo era la mayor allí, pero el público que iba a las actividades era aún mayor».

«La Vake era un centro social de verdad», recuerda Serra. «No solo había okupas jóvenes. Vivía una familia que había sido desahuciada y a las charlas iba gente del barrio, la misma que podías encontrar en la asociación de vecinos o el centro cultural. No todas, pero muchas okupas cumplieron esta función social y tenían un reconocimiento por parte de la ciudadanía», dice. También recuerda la importancia que se daba a la buena relación con el entorno. «La casa estaba en el centro y era importante tener el respeto del vecindario».

La periodista de L'Hospitalet Montse Santolino resalta en el documental cómo el movimiento okupa ha sido pionero en defender causas que hoy nadie en su sano juicio osaría cuestionar: la solidaridad internacional, el feminismo, el derecho a la vivienda, la diversidad sexual, la ecología y los huertos urbanos… Serra coincide: «En La Vakería había muchas mujeres y participaban en todas las actividades presencialmente y en la toma de decisiones. Y en esos años la diversidad LGTBI ya ni se discutía. Era una realidad presente y asumida».

PAYASA POR SU CULPA

Una joven actriz llamada Pepa Plana fue un día a La Vakería. Le habían dicho que la payasa vasca Virginia Imaz daba unos cursos. «Eran los Encuentros Desclowntrolados», recuerda hoy. «Aquello no eran cursos. Todo era más libre, más de aprender, compartir, intercambiar, improvisar, jugar y mostrar». Aquel contexto libre tenía una recompensa aún mayor: «El fin de semana mostrabas lo que habías aprendido a un público que te protegía y te permitía los errores. Era una piscina donde siempre había agua. No daba miedo lanzarte», celebra.

«Nunca se me pasó por la cabeza ser payasa. Yo fui para enriquecerme como actriz, pero una vez allí ya no hubo marcha atrás: me atrapó la payasa y dejé de ser actriz. Soy payasa por culpa de La Vakería», afirma. Naturalmente, cuando montó su primer espectáculo, 'De pé a pá', Pepa Plana lo presentó en La Vakería. «Y cuando la desalojaron, también actué en La Lokería», añade. 

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Sin embargo, la de Valls aprendió mucho más en La Vakería. «Aprendí de tolerancia, aprendí de diferencias, aprendí a adaptarme a los carismas de cada persona…», enumera. En realidad, aquella okupa fue su conexión con el mundo real. «Yo fui a una escuela activa y a esa primera generación que estudió bajo aquel tipo de pedagogía nos costó mucho adaptarnos. Aquel sistema era ideal, pero el mundo no lo era tanto», recuerda. «Discutirlo todo en la asamblea formaba parte de mi educación de EGB y encontrar gente como aquella en La Vakería me hizo decir: ‘¡Lo ves, tonta, como sí existen!’. Ahora todo el mundo habla de asambleas, pero entonces no era algo tan normal», valora.

PRIMER DESALOJO

La tensión entre La Vakería y el Ayuntamiento de L’Hospitalet, gobernado por Celestino Corbacho, fue creciendo hasta que a finales de 1997 se concretó la amenaza de desalojo. Gabriela Serra se encargó de «organizar una resistencia no violenta activa. Fue la primera vez que se hizo algo así en España. Programamos talleres con la gente que estaría dentro de la casa y la que estaría fuera –explica–, sabiendo que con este tipo de resistencia tienes un 90% de posibilidades de salir mal parado».

«Había personas con los brazos metidos en bidones con cemento. Otras estaban encadenadas por las muñecas, por los tobillos... Hubo que hacer un cálculo de riesgo, trabajar la convicción grupal, aprender a gestionar el miedo y la angustia… Hicimos tres o cuatro sesiones para prepararnos emocional, física y políticamente. Hubo incluso ensayos para saber en qué lugar podía sentirse más cómoda cada persona», detalla Serra. «Fue un trabajo muy interesante que sirvió como ejemplo para otros espacios como Can Masdeu y El Palomar». 

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El 3 de febrero de 1998 La Vakería fue desalojada. Aquel edificio del siglo XVIII es hoy un supermercado. Su derribo es un ejemplo brutal de cómo un ayuntamiento fomenta la desaparición de su patrimonio histórico. La crónica de aquella primera derrota para el movimiento okupa de L’Hospitalet está recogida en la canción La Vakería del grupo Terrorismo Sonoro. «Maldito 3 de febrero, día del juicio final / Mil furgonas de maderos reducen al personal / Mientras en comisaría no paran de interrogar / Convierten La Vakería en escombro / Para edificar viviendas para ricos / Para especular con la tierra del pobre».

MESTIZAJE, MÚSICA Y CIRCO

«El día del desalojo no solo había gente del movimiento antiglobalización y okupa. Había mucho vecindario», recuerda Serra. Aunque, obviamente, no todos los vecinos veían la ocupación con buenos ojos. Plana tiene su teoría al respecto. «En La Vakería también entendí que reír es una provocación. La risa puede dar miedo, puede hacer mucho daño a una persona cuando no está bien. Recuerdo situaciones en las que los vecinos se quejaban. Se quejaban por su propia infelicidad, porque nos veían muy contentos y felices», apunta.

Daniel Fernández es uno de habitantes de L’Hospitalet que fue a La Vakería a dar su apoyo contra el desalojo, aunque el día de autos no estaba allí. Su vida también estaría muy vinculada a esa okupa. Un sábado de 1996 fue a celebrar allí su cumpleaños porque tocaba Trimelón de Naranjus, la banda de Jairo Perera, el futuro Muchachito Bombo Infierno. Trimelón es una de tantas bandas de los años 90 que se curtieron tocando en las okupas de L’Hospitalet. 

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Años después, Fernández empezó a ensayar con su grupo en la okupa que tomaría el testigo de La Vakería: La Lokería. La Familia Rústika, grupo de mestizaje y circo tan influido por Trimelón como por el movimiento libertario de las okupas de L’Hospitalet, nació allí dentro y su primer concierto fue en la fiesta del primer aniversario del espacio. Fernández se rebautizó Dani Txarnego y empezó a echar más horas allí que en su casa, ya que se implicó en un taller gratuito de fotografía que ofrecía el centro. Un ejemplo de cómo La Loke atraía al vecindario. «También montamos una radio, pero nunca funcionó», confiesa.

HUERTOS, FEMINISMO Y TRUEQUE

El desalojo de La Vakería fue, según Santolino, «el momento más extremo de confrontación entre el colectivo okupa y el ayuntamiento. De hecho, tras ese episodio fuertemente represivo, todos los partidos del ayuntamiento menos PP y CiU aprobaron una resolución a favor de la despenalización de la okupación». En pocas ciudades es más cierto aquello de «un desalojo, otra okupación». Con el cambio de siglo, aparecerán en todos los barrios. Cada cual con su proyecto. L’Hortet apostará por un huerto urbano. El 5º Coño explorará la vivienda solo para mujeres. Kankún montará una tienda en la que no se acepta el dinero.

Hubo experimentos más fugaces, como Queeruption, que acogió en el 2005 un festival homónimo de otras sexualidades al que acudieron 600 personas de toda Europa. Y otros de más recorrido, como L’Òpera, que aguantó cinco años y en el 2005 acogió una huelga de hambre de 177 migrantes que reivindicaban la regulación de sus papeles. Aquel edificio se inauguró como cine y sala para conciertos de música clásica y en 1964 pasó a manos de Televisión Española. Cuando los okupas entraron llevaba décadas cerrado. Su desalojo en el 2007 no implicó el derribo, pero en el 2011 los vecinos denunciaron su lamentable estado. 

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El movimiento okupa de la ciudad ha vivido un tímido resurgimiento en los últimos años. Actualmente funcionan, entre otros, La Lokomotiva, el Ateneu La Pua, El Pahtio y L’Astilla. Este último ha batido ya todos los récords: en marzo cumplió ocho años. Era una carpintería junto a la vía no soterrada del la línea 1 del metro y hoy acoge un sinfín de talleres: serigrafía, salsa, forja, kick boxing... Ni los profesores pagan por el espacio ni los alumnos por las clases. Montan conciertos de punk, flamenco o cualquier otro estilo. Ahora ya son los propios vecinos los que se acercan a solicitar ese espacio común, bien sea para bailar danzas bolivianas o ensayar con el grupo de tabalers.

PREMI NACIONAL DE CULTURA

El 4 de junio del 2014, Pepa Plana acudió al Teatre Josep Maria de Sagarra de Santa Coloma de Gramenet a recoger el Premi Nacional de Cultura. Esos días, el barrio de Sants estaba en llamas por el desalojo de Can Vies. Sus palabras fueron estas: «Empecé siendo payasa en la casa autogestionada La Vakería, que ya no existe. Todo mi apoyo a las casas okupas». Bajó del escenario y ahí le esperaba el entonces conseller de cultura Ferran Mascarell para reprenderla por aquel gesto. «Acababan de desajolar Can Vies y yo no podía hacer ver que no provengo de allí porque vengo muy de allí», insiste hoy.

Veintitantos años después de que su vida diera aquel vuelco irremediable en esos encuentros desclowntrolados, Plana lanza esta reflexión: «Una casa okupa no es una casa del terror. Yo invitaría a todo el mundo a que entrase en estos espacios autogestionados porque allí pasan cosas… normales. Es gente normal con inquietudes normales que se reúne». Nada más y nada menos. 

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