El difícil salto hacia la secundaria

El instituto escuela ayuda a que los alumnos vulnerables no dejen las clases al llegar a la ESO

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MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / SANT ADRIÀ DE BESÒS

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El 3 de febrero de 1932, el Palau de Governador, situado en el corazón del parque de la Ciutadella de Barcelona, acogía por primera vez a algo más de medio centenar de estudiantes del que iba a ser el primer instituto escuela de Catalunya. Fue toda una innovación pedagógica: el centro introdujo la educación mixta de chicos y chicas, el uso del catalán como lengua básica, el laicismo, la supresión de las notas y los libros de texto, las salidas fuera del aula, la formación en valores sociales y morales, la introducción del ejercicio físico... "Ese modelo desapareció con la República y, luego, con el regreso de la democracia, en Catalunya apenas se desarrolló", relata Marta del Campo, directora del instituto escuela Sant Adrià de Besòs, en el barrio de La Mina, uno de los de más alta complejidad social y económica de Catalunya. "Y si no prosperó tras la Transición fue, en buena medida, porque a los gobiernos de CiU de la época no les interesó nunca poner en marcha un modelo público que podía suponer una competencia directa para la escuela concertada", agrega Del Campo.

La ley de educación de Catalunya, aprobada por el Parlament en el 2009, reintrodujo esa figura. "Tres años después, ya en el 2012, el Consell Superior d'Avaluació del Sistema Educatiu nos encargó que analizáramos su funcionamiento y las conclusiones fueron muy positivas, sobre todo en contextos vulnerables", explica Màrius Martínez, investigador del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Una de las claves, indica Martínez, es "el acompañamiento que reciben los estudiantes".

RIESGO DE RUPTURA

Si el salto entre la primaria y la secundaria ya es difícil para un alumno que tiene unas condiciones familiares, académicas y de entorno favorables, para aquellos a los que les falta el estímulo familiar o que viven en situaciones de alta complejidad, muchas veces supone una ruptura, el abandono completo de los estudios. Entre una etapa y la otra hay un cambio brusco en las asignaturas o currículos -que pasan a ser menos transversales y más especializados- y "el seguimiento directo del alumnado que hacen los maestros en las escuelas se transforma, en los institutos, en una mayor autonomía y autocontrol para los estudiantes", señala el profesor de la UAB y autor del estudio 'Los institutos escuela: apectos organizativos, curriculares y de orientación'. 

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Hay también importantes cambios en las relaciones sociales de los estudiantes, prosigue. "Cambian los compañeros que los han acompañado durante nueve años, desde P-3 hasta sexto de primaria, de manera que su grupo de referencia se deshace y se abren nuevas perspectivas y nuevas culturas juveniles", señala. "Y esto ocurre, además, en un momento de cambio personal clave, como es la adolescencia", añade Marta del Campo.

MISMO PROYECTO EDUCATIVO

La función del instituto escuela, que tiene un mismo equipo de profesores, un mismo proyecto educativo y que permite que los alumnos sigan con los mismos amigos, es que esa transición no se traumática. En el de La Mina, por ejemplo, "los alumnos de sexto de primaria y de primero de ESO hacen Educación Física todos juntos, en las instalaciones del instituto y los de cuarto de ESO realizan una actividad con los que terminan la primaria para explicarles su experiencia en secundaria y hacerles ver que pueden albergar expectativas de éxito", explica la directora.

En definitiva, "si para las familias que lo pueden pagar, el hecho de que un centro educativo tenga continuidad entre las dos etapas es un elemento tan importante y por eso eligen la concertada, ¿por qué no pueden tener esa continuidad los estudiantes más pobres o quienes apuestan por la pública?", interroga Martínez.