LA CARA B DE LA NAVIDAD

Mucho más que un gimnasio

HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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Que algunos de sus miembros tengan lazos de sangre es la anécdota. “Aquí, familia somos todos”, cuenta Tere Muñoz. El “todos” es literal. Tanto los socios de la cooperativa, como los fieles usuarios, que por “su Sant Pau” lo aguantan (casi) todo. El "todo" también es (casi) literal. Este miércoles, por ejemplo, un corte de agua. “Los avisos de los cortes de luz llegan antes y estás a tiempo de pararlos, pero con el agua, no -explica Ernest Morera, sobrino de Tere, socio y motor de la cooperativa-; con el agua cuando llega el aviso ya es tarde”. Lo que en cualquier otro gimnasio con piscina de la ciudad sería una tragedia, un drama, en el Sant  Pau es otra cosa. “Mira qué bien me ha quedado el pelo después de la piscina. Y sin ducharme, ¡mira!”, le comenta a Tere una tierna y sonriente vecina del Raval al subir las escaleras tras su clase de 'aqua gym'. Y no, no se trata de la magia de estas fiestas. En el gimnasio cooperativo Sant Pau el espíritu navideño se respira todo el año.

Esta vecina, como el resto de los usuarios -desde entrañables septuagenarias como ella, que llevan décadas acudiendo al gimnasio, hasta miembros del Sindicato Mantero, con el que tienen un convenio de colaboración-, todos entienden la situación del Sant Pau. Y no solo la entienden, sino que arriman el hombro todo lo posible. De forma muy resumida, esa situación es que el gimnasio-cooperativa cargado de deudas, cuya función social en el Raval reconoce y aplaude todo el que la conoce, tenía una orden de desahucio para el próximo 9 de enero. Un desahucio que finalmente no se producirá tras la campaña de apoyos, que han salido hasta de bajo las piedras.

Ese mismo miércoles sin agua corriente, un grupo de señoras se hacen fotos con sus móviles junto al frondoso árbol de Navidad. “Es tan grande porque son tres árboles empalmados. Aquí lo aprovechamos todo. No será de diseño, pero en este árbol cada adorno tiene su historia. La mayoría de las estrellas y las bolas las han traído ellas”, explica Tere en una de las mesas de eclécticos hules del bar del gimnasio. Tras las fotos, buscan a Laura, su monitora, para darle el regalo de Navidad que le han traído.

Laura es Laura Galán, cooperativista del Sant Pau, criada en su piscina. “Venía aquí a nadar de pequeña y ahora es monitora. Es la que los viernes por la mañana hace la natación para el grupo de mujeres musulmanas con sus bebés”, la presenta Tere.

JUNTOS Y LUCHANDO

En la recepción, junto al árbol de Navidad modelo Frankenstein, cuyo adorno estrella es una banderilla con el lema ‘Salvem el Sant Pau', un gran pesebre. Este sí, de lo más tradicional. “Era de mi madre. Pensé que si el día 9 de enero teníamos que marcharnos no lo haríamos con la cabeza baja. Si esta iba a ser nuestra última Navidad aquí, íbamos a pasarla juntos y luchando, como siempre hemos hecho. No bajar el pesebre era como admitir la derrota”, prosigue la mujer.

Al día siguiente del miércoles del corte de agua, el jueves de la lotería, con celebración doble en el Sant Pau. Por la mañana, los fijos de las siete tienen su ágape. Traen de todo, cava, turrones… Sí, lo traen. El desayuno lo hacen en el bar, pero la mayoría de los manjares los traen ellos de su casa. De casa a casa, claro. En la nevera del Sant Pau este miércoles ya hay cava. “Desde días antes ya van trayendo cosas para preparar el gran almuerzo. En este bar nunca me haré rica, ¡ya ves!”, cuenta. Por la noche, el jueves, la cena de los cooperativistas. También en el gimnasio, y también con platos traídos de casa. Cada uno lo que puede. "No están las cosas para ir a un restaurante".

Las cosas no están bien, pero están algo mejor que hace solo unos meses. El Raval entero se ha volcado en su defensa y todos los grupos políticos se han posicionado públicamente a favor de la necesidad de salvarlo. Ayuntamiento y propiedad están sentados negociando su futuro, en un ambiente mucho menos navideño, eso sí. Por el momento, esta Navidad las pasan allí. Que sean muchas más.