Una familia revela que los Maristas del Eixample la disuadieron de denunciar abusos sexuales

Tres víctimas del docente A. E., de distintas promociones del colegio La Immaculada entre 1977 y 1993, relatan cómo sufrieron tocamientos "en plena clase"

GUILLEM SÀNCHEZ / J.G. ALBALAT / BARCELONA

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El colegio de los Maristas de La Immaculada, situado en la calle Valencia de Barcelona, en el Eixample, también fue escenario de abusos sexuales de alumnos por parte de maestros. Este diario ha localizado a tres hombres que denuncian que fueron objeto de tocamientos mientras estuvieron escolarizados en el centro, entre los años 70 y 90.

Los padres de la primera víctima protestaron a la dirección del colegio en 1977. Pero la escuela no adoptó ninguna medida al respecto. La madre de la tercera, en 1993, se quejó del mismo profesor ante el director. En esta ocasión, el colegio sí aceptó apartar del centro al docente, pero a cambio de que la familia afectada renunciara a su intención de denunciar el caso a la policía.

PROTEGER EL PRESTIGIO

El director de los Maristas de La Immaculada disuadió a la madre, cuyas iniciales son M. C., de su propósito de denunciar al docente A. E. por los abusos sexuales que había sufrido su hijo. Los hechos tuvieron lugar después de las Navidades del curso 1992-93. Esta mujer se presentó en el colegio y pidió ser recibida por el director. “Su secretaria me dijo que no podía atenderme, pero en cuanto amenacé con acudir a la comisaría para presentar una denuncia, se reunió conmigo enseguida”.

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Lejos de cuestionar sus palabras, o de sorprenderse, a pesar de que la mujer acusaba de pederasta a un profesor de su claustro, el director del centro le respondió que el enseñante sería apartado del colegio y le prometió “que no volvería a trabajar con niños”. En contrapartida, trató de quitarle de la cabeza la idea de denunciarlo. En una conversación con EL PERIÓDICO registrada en vídeo, la madre asegura que el responsable del colegio le hizo ver que poner este delito en conocimiento de la policía supondría un duro golpe “para el prestigio” de la institución.

M. C. se arrepiente de haberse dejado convencer y por eso ahora, al lado de su hijo A., quiere contar públicamente su caso. Para proteger la identidad del hijo, ambos aparecen en el vídeo sin rostro y con la voz distorsionada.

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LA CIFRA DE VÍCTIMAS

El profesor A. E. fue tutor de un curso de EGB en La Immaculada durante al menos 15 años. Este diario ha podido contactar con tres víctimas distintas del docente: R., de 46 años, que sufrió abusos en el curso 1976-77. J., de 37 años, en el curso 1988-89. Y finalmente A. (el hijo de M. C.), de 32 años, en el curso 1992-93.

R., J., y A. no mantienen ninguna relación entre sí, pero sus relatos son casi idénticos. Todos tienen lugar en el interior de la clase del profesor A. E., su tutor. El primero lo tuvo en primero de EGB, con 7 años. El segundo en cuarto de EGB, con 10 años. El tercero en tercero de EGB, con 9 años

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Durante la clase, A. E. llamaba a su mesa a los alumnos varones. Los hacía ponerse en fila frente a él "para corregir" sus trabajos. Cuando llegaba el turno de cada uno, lo llamaba a su lado, de modo que el panel frontal de la mesa ocultara al resto de los chicos casi todo el cuerpo del menor y lo que hacía una de las manos del maestro. Lo que hacía esa mano, según los tres relatos, era tocarles los genitales. Esto lo vivieron "en repetidas ocasiones". A. no recuerda si por dentro o por fuera del calzoncillo. J. rememora que él iba “con chándal” y que el maestro le tocaba por debajo de la ropa interior, "para masturbarle". R., a pesar de que han pasado ya casi 40 años, lo tiene grabado en su memoria, y remarca que lo que él vivió, en plena clase, también superaba lo que podrían considerarse como simples palpaciones. 

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J. está seguro de que lo mismo que sufrieron ellos también tuvieron que padecerlo más alumnos. La elección de sus víctimas se regía por el sistema de "ensayo y error”. No manoseaba a todos los alumnos, pero sí lo intentó "con muchos": los que no supieron “cómo defenderse” son los que padecieron “los abusos de forma más continuada”, relata. Con los años, A. lo ha ido hablando con sus compañeros, que también vivieron lo mismo. Explica la "frustración" que sentían cuando se hicieron "mayores" mientras se daban cuenta de que "un adulto se había aprovechado" de ellos. Ninguno de estos tres, a los 7, 9 y 10 años de edad, "podía entender" -en palabras de A.- que un "modelo de comportamiento" como el profesor "de un colegio religioso" pudiera "portarse mal". 

Tras la entrevista con este diario, el hijo de M. C. ha enviado una denuncia telemática a los Mossos d’Esquadra para ponerles al corriente de los abusos sufridos a manos del profesor A.E.. Ni J., ni R., de momento, van a dar este paso. 

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QUEJAS IGNORADAS

Los padres de R. acudieron a hablar con la dirección en 1977 para denunciar los tocamientos que había sufrido su hijo. Su madre lo descubrió accidentalmente, cuando R. volvió un día a casa con la cremallera del pantalón rota. “Me preguntó cómo podía haberme roto de ese modo la cremallera”, recuerda. “Le conté que había sido mi maestro cuando me tocaba". Sus padres se reunieron con la dirección, y él cree recordar que a raíz de aquel encuentro los tocamientos “cesaron”. Pero la escuela no impuso más medidas. A.E. siguió dando clases y R. siguió siendo su alumno. Si, casi 14 años después, en 1993, el director del colegio no cuestionó las palabras de M.C., fue porque el centro ya había recibido otras quejas de otros padres con anterioridad. "El director me dijo que ya estaba al corriente de lo que hacía este profesor", rememora M. C., la madre de A. Hasta entonces, la escuela se había puesto del lado del docente. En 1993 la dirección lo apartó del centro, pero evitó la denuncia y la investigación policial y la causa judicial consiguientes.

Este diario ha intentado sin éxito conocer la versión de la dirección del colegio La Immaculada. Un portavoz de los Maristas ha remarcado que no les consta ningún incidente de pederastia que implique a A. E.