la censura del cuerpo femenino

¿Quién teme a los pezones?

El físico de las mujeres es un permanente reclamo sexual. Sin embargo, las artistas que exploran su cuerpo y su sexualidad topan con la censura. La creadora Ana Álvarez-Errecalde cuenta aquí su experiencia.

Ana Álvarez-Errecalde

Ana Álvarez-Errecalde / periodico

NÚRIA MARRÓN

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Antes de empezar a leer, seguramente la foto que ilustra esta página les habrá sumido en una hipnosis súbita. Y seguramente también, entre el puñado de palabras que se ajusten a sus sensaciones no figurarán adjetivos como inapropiado y/o obsceno. Sin embargo, esta poderosa imagen de la artista argentina afincada en Barcelona Ana Álvarez-Errecalde fue censurada en Facebook y en la portada del último número de la revista Hip Mama: los vendedores, que no ponen reparos en mostrar traseros contoneantes como los de Playboy, consideraron que la obra Simbiosis -en la que la creadora concentra esa «relación simbiótica de la maternidad en la que cada ser es completo por sí mismo pero se reinventa y se fortalece en la relación que establece con el otro»- contenía algo tan incómodo, que si el pezón, que si la edad del niño, que debía ser vetado.

Miren ahora un poco más a la derecha. Seguramente también habrán estado un rato observando el díptico de la artista El nacimiento de mi hija, que ha dado la vuelta al mundo, imaginarán que causando todo tipo de reacciones. Y seguramente también habrán recalado en el rostro exultante de la creadora. En que el cordón aún late y ella no va vestida de verde, ni está estirada con los pies en alto, ni tiene un gotero ni un pelotón de gente diciéndole qué debe hacer. Ana parió a su hija en casa y plasmó en estas imágenes «el subidón de amor y energía» que sintió al hacerlo. «Me creía capaz de escalar el Himalaya», recuerda.

Entre Hollywood y la Iglesia

La artista explica que esa sangre, esa placenta que ni las propias parturientas suelen ver, no buscan los titulares fáciles ni tampoco decirle a nadie cómo debe parir: «Hemos crecido con las imágenes de partos asépticos y medicalizados de Hollywood que muestran a mujeres desquiciadas que necesitan que les recuerden cómo respirar, y con maternidades virginales fruto de la iconografía religiosa -dice-. Creo que lo que hace falta es ver y escuchar otro tipo de experiencias que ya han vivido muchas mujeres, para que las próximas generaciones sepan que el gozo, el respeto, la libertad y la sabiduría del instinto también pueden formar parte del parto».

 

Pues bien. Colgar en Facebook una foto en la que se le veía ante este díptico le costó que la red pulverizara su página, con material y contactos, sin previo aviso. No hubo explicaciones ni reparaciones, pero su caso apareció en medios como The Huffington Post y el Daily Mail, y su imagen dando teta a su hijo contribuyó a que este medio social levantara días atrás el veto a las fotos de lactancia. Una victoria, sí. Pero a estas alturas de su carrera, Ana afirma que cuando una mujer representa su cuerpo fuera de lo que toca -básicamente, cuando no apela al deseo masculino-, el velo de Facebook no es el único con el que se topa.

La artista es madre de tres hijos. Y de madrugada, cuando «la calma» reina en casa, cuenta que empezó a fotografiarse hace 15 años, durante su primer embarazo. La maternidad, explica, la «transformó completamente» porque el bebé venía con una situación neurológica muy compleja. «Si ser madre siempre es un desafío, serlo de un niño que toda la vida será dependiente los es aún más: la demanda física y emocional es permanente». De este apego nació su interés por representar el cuerpo como «un territorio por el cual transcurren nuestras experiencias y que va quedando marcado por estas huellas».

 

Son precisamente sus trabajos sobre la maternidad -el del parto y un libro titulado Cesárea, más allá de la herida- los que han sufrido gruesas y finas mordazas. Por ejemplo: se ha encontrado, explica, con medios que piden entrevistas y fotos, y luego acaban en un cajón porque alguien de la dirección las considera «demasiado fuertes». «Un argumento increíble, porque en esos mismos medios no hay reparo en publicar fotografías de guerras y niños muertos por bombardeos o matanzas de algún secuestro». En el circuito artístico, asegura, también ha topado con silencios camuflados: exposiciones en las que sus obras «terminan colgadas en el lugar más alejado de la entrada», y jurados de concursos que la felicitan pero, bajando la voz, se disculpan por «no poder» colgar su obra en un espacio público, «cuando luego en ese mismo sitio sí se exhiben fotos eróticas o desnudos documentales de tribus exóticas».

 

¿Cuál es el nerviosismo, pues? «Creo que el problema que suscitan estas imágenes es ver la autonomía, el poderío y la subversión que transmite la maternidad no domesticada -dice-. No creo que la censura se deba a los desnudos en sí, sino al cuestionamiento político y social que hacen sobre los intereses económicos y a las conveniencias médicas que han robado poderosas experiencias de parto, lactancia y autoestima a tantas mujeres. También hay un cuestionamiento artístico, porque deja en evidencia que el arte también puede servir para hablar de algo más que de arte».

 

Algo más, para Ana, es, por ejemplo, la maternidad, que demasiado a menudo se vive «casi en secreto, como un defecto, una debilidad o un trámite». Toda su obra es un desafío a las jaulas. Sus Tres Gracias Sangrantes, por ejemplo, parodian a través de la menstruación las gracias que abundan en la historia del arte «y cuyo fin era el deleite heterosexual masculino, la satisfacción a terceros». «Mucha gente negará que se sigue reprimiendo la sexualidad, con tanto sex shoptuppersex y porno al alcance de un clic, pero la sexualidad empaquetada es una sexualidad reprimida, porque implica que lo que no está dentro del paquete 'está mal' o 'no se hace'». La menstruación para los publicistas es, asegura, «un líquido azul que huele mal»; el control sobre las mujeres «alcanza debates sobre la legalidad o ilegalidad del aborto y avala un sinfín de intervenciones durante el embarazo y el parto que finaliza con una tasa altísima de cesáreas», y la desvalorización de la vejez «envía cada vez a más señoras a la búsqueda frustrante de la eterna juventud». «La sexualidad -añade- está reprimida, porque deja de ser una vía para la autorrealización y el vínculo sincero y se convierte en un reflejo de lo que el mercado espera de nosotros como consumidores».

 

El foco ahora recae sobre Ana, pero los tangos con la censura los bailan cada día otras muchas artistas y activistas, o simplemente usuarias de las redes sociales cuyas cuentas son cerradas porque -anatema- se fotografían y sus cuerpos tienen más estrías o kilos de los que deberían. 

La contestación, sin embargo, es ruidosa. Y una de las que más sonora la hacen es la periodista norteamericana Soraya Chemaly, que desde el Huffington Post señala las vergüenzas a la prensa, a las redes sociales y a las políticas que vetan el desnudo femenino que forma parte de la protesta política o del discurso artístico. No solo lo hacen por puritanismo, mantiene ella, sino también porque estas mujeres «desafían el sexismo del statu quo». «Cuando esto sucede se les está negando la libertad de expresión -denuncia Chemaly-. Y en un contexto en el que la mujer recibe trato de objeto sexual, el silencio al que son sometidas es doble». Ana Álvarez-Errecalde lo subraya a su manera: «Cuando fotografío pezones es porque forman parte de un cuerpo y de una experiencia vital que tiene algo que aportar. Me gusta encontrar esas historias que pueden confrontar con pluralismos la historia única que nos han enseñado».