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"No cambiaremos el mundo tuiteando desde el sofá"

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NÚRIA MARRÓN

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Dicen que a veces sus interlocutores, cuando los miran, fruncen el ceño con perplejidad, como si acabaran de aterrizar procedentes de otro planeta. «Supongo que porque vemos las dificultades desde un ángulo distinto», sopesa Mohamed El Amri, que acaba de ser reconocido como emprendedor social. Ese vemos incluye a su antecesor en el cargo, Felipe Campos, que un día se matriculó en Económicas para convertir el esplai en el que ejercía de voluntario en un centro de lleure y acción social que hace un poco mejor la vida de muchas familias, niños y jóvenes en el barrio de la Torrassa, de L'Hospitalet.

-Cuénteme, Mohamed, algunos de esos ángulos insospechados.

 

-Mohamed El Amri: siempre hemos intentado buscar soluciones nuevas a problemas viejos. La Xarxa de Convivència de Roses, por ejemplo, echó a andar cuando unos chicos, la mayoría inmigrantes, empezaron a saltar a los patios de los colegios para jugar a fútbol. Era solo eso: ¡jugar a fútbol! La policía iba, los sacaba y hasta la próxima. No había conciencia de mediación. Un día, un concejal vino en mi busca. En aquel momento, yo presentaba un informativo local y supongo que de alguna manera debía de verme como el marroquí de éxito. Y entonces un grupo de gente probamos con la solución más sencilla: ir a hablar con ellos y ofrecerles un lugar para jugar. «¿Y quién se responsabiliza?», nos preguntaba el ayuntamiento. «Nosotros», dijimos. Así que les ofrecimos material y pusimos a un monitor que también se preocupaba por las deficiencias que tenían.

-Vaya, que le dieron la vuelta.

-M. A.: Sí, igual que en las cabalgatas de reyes. En la de Roses, algunos extranjeros iban y gritaban: «¡Son falsos! ¡Van disfrazados!». Y la gente, claro, se ponía muy nerviosa. Mucho. ¿Y sabéis que hemos hecho? Hemos convertido a esos chicos en agentes cívicos, en vigilantes de la rúa. ¡Ya no dicen nada! También hemos logrado que muchos jóvenes se hagan voluntarios y que en comidas populares sirvan la fideuà a personas mayores que, igual si se los hubieran encontrado por la calle, les habrían tenido miedo. Rompemos clichés.

Felipe Campos: yo creo que, aunque suene a tópico, la crisis está poniendo las cosas muy, muy difíciles, pero también está sacando lo mejor de las personas. Yo, como tú, Mohamed, veo cada día héroes y heroínas que luchan para dar oportunidades a sus hijas, y para cuidar de sus familiares. La gente cada vez sale más a la calle a reclamar los derechos colectivos y hay muchas iniciativas que trabajamos a pie de calle para apoyar a personas que luchan pero que necesitan ayuda, tanto en el día a día como en la incidencia que hacemos en los políticos, que a veces no miran hacia donde deberían.

-¿Y hacia dónde deberían mirar?

-F. C.: en mi barrio, por ejemplo, hay muchos niños que no tienen un referente adulto cuando salen del cole porque sus padres se ven obligados a encadenar trabajos. Así que chavales de 10 años cuidan de hermanos pequeños. Y más allá de los problemas de malnutrición, también hay muchos que no tienen una alimentación saludable, problema que se agrava cuando acaba el colegio. Luego hay familias que viven en una habitación y allá comen, duermen, hacen los deberes... Pero no está todo perdido, ¿eh? Al contrario: creo que cada vez somos más conscientes de que la política va con nosotros, de que las cosas pueden cambiar en la medida en que nos impliquemos en nuestros barrios, no solo votando cada cuatro años. La xenofobia, como dices, Mohamed, es cosa de todos. Por tanto, hemos de empezar a desmontar rumores, porque si no la inercia nos puede llevar a vivir situaciones muy difíciles.

-Perdonen, pero mientras se desviven para impulsar oportunidades, el Gobierno baja impuestos a las rentas más altas y se propone cambiar becas por préstamos.

-M. A.: pues si les permitimos que lo hagan, es que también somos culpables. Mucha gente dice «la política no me interesa», cuando en el día a día sí que nos influye y hace que tengamos unas oportunidades u otras.

-F. C.: la participación, creo yo, es vital. «¿Tú por qué te concentras en tu barrio?», me suelen decir. Pues hay una frase, y ahora me pondré ñoño, que dice que mucha gente pequeña en lugares pequeños cambiará junta el mundo. Hemos de conocer estas iniciativas y las hemos de conectar. ¡Eso sí que generará cambio! Y luego está aquel lema de piensa global, actúa local. ¡Cómo puedes hablar de cambiar el mundo si en tu casa no has hecho nada! ¡Si solo tuiteas en el sofá! Los problemas que vivimos son concretos y necesitan respuestas urgentes. Hemos de empezar por algún lado, por abajo e ir sumando.

-M. A.: y también debemos generar espacios para compartir experiencias, para que la gente que hacemos cosas no nos sintamos satélites o locos solitarios...

-Pero un poco especiales sí son. Uno, Felipe, no suele ir a Esade para dedicarse al tercer sector.

 

-F. C.: [se ríe] En realidad, empecé a estudiar ingeniería informática y a hacer de voluntario en Itaca. Aquello me cambió la vida. Entonces era un esplai de fin de semana pero ya empezábamos a ver que en la Torrassa pasaban cosas. Organizábamos colonias y había niños que no podían ir por dinero.  ¡A mí me habían cambiado la vida y algunos chavales no podían disfrutarlas! A todo esto, entré un poco en crisis, la informática no era lo mío y quise hacer educación social. «Para cambiar el mundo y trabajar en el tercer sector, también necesitamos economistas y abogados», me dijo un amigo. A mí me gustan los números y la planificación, pero no tenía demasiada fe. Aun así, empecé la carrera y la acabé. Incluso, es cierto, he hecho algún máster en Esade.

-Lo mirarían como a un bicho raro.

-F. C.: En la facultad lo pasé relativamente mal. Me llamaban «ONG, comunista». Estos estudios te proyectan hacia el sector privado, donde manda el capital. Pero yo siempre digo que el mejor máster lo he hecho en Itaca, porque hay otra forma de gestionar, de entender el dinero, las personas y la redistribución de la riqueza. En 10 años, hemos pasado de gestionar 400 euros de presupuesto a medio millón, generamos puestos de trabajo y oportunidades a 300 niños cada día y 1.000 a la semana. Estas 1.000 historias son nuestro motor.

-Hay, por tanto, satisfacciones. 

F. C.: ¡Muchísimas! En estos 10 años, por ejemplo, en Itaca he visto crecer a niños en situaciones difíciles que han estudiado, se han formado y ahora son compañeros míos de trabajo y están brindando oportunidades a otras familias. ¡Eso no tiene precio!

M.A.: Para mí, mi mayor satisfacción es cuando un chico me dice: «¿Me ayudas a hacer un currículo?». «¿Qué puedo estudiar el año que viene». Eso quiere decir que ha recuperado la autoestima. Nos han machacado de forma espectacular diciéndonos que somos una generación perdida. Unos ni-nis. Nuestra idea es ver cuáles son los problemas de cada chico y hacer palanca en sus talentos.

-¿Y cómo es crecer en Catalunya llamándose Mohamed?

 

-M. A.: fácil si te portas bien. Pero a los que no son modélicos se les da la espalda. Por cierto, no me gusta la palabra integrar, parece que significa que tienes que dejar de ser tú. Prefiero el término coexistir.

 

-Coexistir.

M. A.: sí, yo llegué con 3 años de Marruecos y siempre fui consciente de que mi familia era diferente. Me sentía un poco en tierra de nadie. Los de allí decían que era de aquí. Y los de aquí, de allí. Vivía el día a día como entre el yin y el yang. La comida. Las costumbres. Muy pronto, un tío mío empezó a llevarme a la biblioteca, y allí me aficioné a leer y a escribir. ¡Incluso hacía teatro! Con 13 años quedé finalista en un concurso literario y empecé a publicar artículos en la prensa local. Visto ahora, resultaba bastante gracioso: que si acaba el curso, que si empiezan las vacaciones... Creo que siempre he tenido facilidad para romper barreras mentales.

-Tengo entendido que ahora le piden consulta desde El Vendrell, Vic y Salt. ¿Qué les dice?

 

-M. A.: que la solución es trabajar en el día a día, no en ir en contra de Plataforma per Catalunya: es peor darles protagonismo. En Roses hemos llevado a cabo estrategias innovadoras como una librería social y un viaje a Marruecos de cinco catalanes y cinco catalano-marroquís. En Salt, por ejemplo, expliqué que en la India hay un teléfono para atender a los niños. «¿Por qué no creamos el teléfono de la convivencia?», les dije. Así, si alguien tiene un problema puede llamar a un centro de mediación y este recoger todas las dificultades y buscar soluciones. Faltan planteamientos nuevos que cambien los paradigmas.

-Y hablando de novedades, como emprendedores sociales, ¿qué esperan de esta segunda transición?

-M. A.: que los ciudadanos recuperemos el poder, que despertemos y que abramos los ojos, porque todo depende de nosotros y si hay injusticias es porque las permitimos: somos el motor de todo y debemos volver al significado de la palabra ciudadanía implicación. Ah, y también me gustaría que los políticos, que tanto hablan de emprendeduría e innovación, empezaran a aplicarse el cuento.

-F. C.: estamos en el buen camino. La utopía, para mí, es una realidad prematura. Y creo que las cosas no siguen exactamente igual. La presión está llegando a todas partes y ciertas estructuras se tambalean. Creo que es bueno poner los temas en cuestión e intuyo que la política y el Estado cambiarán y también lo harán nuestras vidas.