Gente corriente

Jordi Mateu Zorita: «Mi deber es proteger la alegría de vivir del niño»

Otra manera de educar es posible. Lo argumenta este padre de tres niños, maestro y exasesor de Ensenyament.

«Mi deber es proteger la alegría de vivir del niño»_MEDIA_1

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GEMMA TRAMULLAS

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Como un brote verde que asoma en el solar más árido, la escuela pública Congrés Indians de Barcelona ha transformado una plaza de cemento y varios barracones en un espacio cálido y acogedor donde se practica la «educación viva» sin pizarras ni pupitres. Es uno de los centros que Jordi asesora.

-¿Cómo era usted cuando iba a la escuela?

-Tímido. Formaba parte del colectivo de niños invisibles, los que no se sienten mirados y avanzan con más pena que gloria. La escolarización significó tener que reprimir constantemente mis propios intereses.

-Importaba el currículo, no la persona.

-Hasta los 16 años fui un alumno mediocre. No tenía recursos, madurez ni capacidad de abstracción para asimilar el lenguaje de los libros de texto. De pronto, en segundo de BUP, se despertó en mí un interés por el conocimiento. Me levantaba a las cinco de la mañana para leer y me esforzaba, no para sacar buenas notas sino porque me gustaba.

-¿Qué pasó?

-Antes no estaba psicológicamente maduro para poder extraer conocimientos y comprensiones a través del lenguaje abstracto de un libro de texto. Piaget ya decía que la etapa de las operaciones abstractas no empieza hasta los 13 o 14 años. Sin embargo, la escuela a veces parece un telediario, un bombardeo de información árida, superficial, no vivida, solo escuchada o mirada en un libro de texto, y eso deja pocas comprensiones.

-Y quita las ganas de aprender.

-Existen tres necesidades básicas: sentirse protegido, sentirse vinculado y reconocido, y sentir que tienes suficiente autonomía para desplegar tu deseo interno, tu curiosidad. Si no me siento seguro contigo, si no me miras con cariño ni me consideras válido, pierdo las ganas de aprender.

-Muchos somos producto de un sistema autoritario y directivo y nos apañamos.

-No nos apañamos bien, ni como individuos ni como sociedad. El nivel de infelicidad, de alienación respecto a lo que yo deseo, de insensibilidad hacia lo que tú deseas y de inconsciencia sobre el valor de la vida es... No, no nos apañamos nada bien.

-Con esas ideas, ¿cuánto tiempo duró como maestro dentro del sistema?

-Estudié Magisterio y trabajé 12 años como maestro y nueve como asesor del Departament d'Ensenyament. Ahora sigo formando parte del sistema asesorando escuelas como coordinador del Centre de Recerca i Assessorament d'Educació Viva. Dentro del sistema se pueden hacer muchas cosas. Siempre he estado rodeado de maestros con un amor y una dedicación tremendas. La crítica que hago al sistema educativo no es a las personas, sino a las ideas que estructuran el sistema.

-¿Si la escuela no es viva, está muerta?

-No. Todas las escuelas son vivas, pero su grado de vitalidad depende del grado en que respeten las tres necesidades básicas. No hace falta ir a una escuela alternativa. Cuando un maestro de secundaria de un centro tradicional te mira y está por ti, aunque sea directivo y haga exámenes y exija un temario, eso ya es una vivencia total de educación viva. No se trata de aplicar unas prácticas pedagógicas concretas, sino de acompañar a los niños para que no pierdan la alegría de la vida.

-¿Las experiencias más transformadoras las ha vivido en casa o en el aula?

-En casa. Cuando en un enfado con tu hijo, con tu pareja o con tus padres aparece tu propio dolor, tu autoestima dañada, tus expectativas no cubiertas, tu rabia... entonces tu reacción no responde a aquella situación, sino a tu propia mochila vital. El objetivo de la vida -y esto es algo muy íntimo- es tomar consciencia de nuestras mochilas para aligerar su peso; solo entonces recuperaremos la sensación de un niño que está fresco. Mi hija de 2 años es el ejemplo de la alegría profunda del ser. Mi único deber como padre y educador es proteger esta alegría de vivir de los niños.