El papa Francisco, en la cárcel

El papa Francisco, durante la misa de Jueves Santo en la basílica de San Pedro.

El papa Francisco, durante la misa de Jueves Santo en la basílica de San Pedro. / EFE / ETTORE FERRARI

ROSSEND DOMÈNECH / Roma

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El papa Francisco ha pedido este Jueves Santo a los sacerdotes que sean “pastores con olor a oveja”, que equivale a vivir en medio de la gente, “en las periferias donde hay sufrimiento, sangre derramada, ceguera que desea ver y donde hay cautivos de tantos malos patrones”. Por la tarde ha visitado la cárcel de menores de Casal del Marmo, en la periferia de Roma, donde lavó los pies a 12 jóvenes, entre ellos dos chicas, una católica y otra musulmana, lo que no había sucedido nunca. Las imágenes de la ceremonia fueron retransmitidas sólo en diferido, porque el papa Bergoglio la consideró como un momento privado.

Durante el sermón a los reclusos, el papa Francisco dijo que "los grandes y poderosos deben servir a los demás, a los más débiles, que es cuanto yo intento hacer con el corazón". Al final de la misa, lavó los pies de los 12 menores y se los besó, estando con las dos rodillas en el suelo, según informó el portavoz Federico Lombardi. Antes de volver al Vaticano, celebró un encuentro con la totalidad de los reclusos, unos 50, en el gimnasio del centro penitenciario.

Durante la celebración de la mañana, dedicada a la bendición de los óleos que serán usados por los sacerdotes durante el año para varios ritos, el papa Francisco dijo que si el cura “no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor”, lo que comporta una diferencia, porque los gestores “ya tienen su paga”. “Puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso”, añadió. De esto, dijo el Papa, “proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con olor a oveja”.

La misa del jueves de Semana Santa se ha celebrado en la basílica de San Pedro, con la presencia de numerosos fieles y de unos 1.600 sacerdotes. “La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite y amargo el corazón”, dijo.

Explicó que a los buenos sacerdotes se les reconoce, porque su pueblo “anda ungido con óleo de alegría”. “Se le nota cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia”, subrayó, explicando que “nuestra gente agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana”. Agregó que “cuando el óleo baja hasta los bordes de la realidad, ilumina las situaciones límites y las periferias donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe”.

Durante el rito manifestó en varias ocasiones su contrariedad a que el maestro de ceremonias le colocase la mitra en la cabeza, que quiso hacer por sí solo, manteniéndola encima de su sillón cuando decía la misa o en su regazo cuando estaba sentado. Un detalle más que se añade a los numerosos gestos que ha realizado desde su elección, como renunciar a vivir “por el momento” en los apartamentos papales, que considera “demasiado grandes para mi”.