La historia

Anecdotario del cónclave

Capilla Sixtina 8 Los cardenales reunidos en el cónclave que eligió Papa a Juan Pablo II, en 1978.

Capilla Sixtina 8 Los cardenales reunidos en el cónclave que eligió Papa a Juan Pablo II, en 1978.

ROSSEND DOMÈNECH
ROMA

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Corría el año 1878 cuando un cónclave debía elegir al sucesor de Pío IX y uno de los papables cobraba ventaja sobre los demás. Pero en plena clausura, uno de los cardenales electores quemó su papeleta mientras gritaba que el gran favorito iba por las calles «haciendo los cuernos a las señoras con las que se cruzaba». «Ya no debíais haberle hecho cardenal y encima ahora ¿le queréis Papa?», gritó desaforadamente.

La historia de los cónclaves, la más amplia de las relacionadas con una institución, es un compendio de grandezas, miserias y, en el fondo, lo es también de la humanidad de la jerarquía católica.

El más corto de estos procesos duró un día y el más extenso, 1.006 jornadas. En un principio, el obispo de Roma era elegido en asambleas festivas por el clero y los cristianos de la ciudad. Lo que era un asunto interno dejó de serlo con la supuesta conversión del emperador Constantino, quien con un mero edicto se otorgó un papel protagonista en la elección del Pontífice. El poder civil irrumpía en una cuestión hasta entonces de naturaleza estrictamente religiosa.

Los boicots a Rampolla

La intrusión política duraría hasta principios del siglo pasado, cuando los cardenales se disponían a elegir como sucesor de León XIII al favorito, el cardenal Rampolla del Tindaro. Fue entonces cuando se levantó el polaco Jan Puzyna, anunciando el veto del emperador austro-húngaro, Francisco José, que junto a Francia y España gozaba de aquel privilegio. Rampolla no debía ser Papa porque era considerado filofrancés y antiaustriaco, argumentó Puzyna. Simultáneamente, Moscú amenazaba con la rebelión de los católicos eslavos si salía elegido un Papa proaustriaco. Las dificultades se sumaban cuando Rampolla fue acusado de masón y pertenecer a los Templarios. Finalmente el elegido fue Pío X, en cuyo pontificado (1903-1914) suprimió el derecho a veto.

La intromisión de Constantino abrió la puerta a que en adelante los emperadores revocasen la elección de un nuevo Papa. Hasta el punto de que en el siglo XI, Enrique III nombró a cuatro papas de forma sucesiva, ya que ninguno era de su agrado. De manera que desde entonces, la elección de los papas corrió a cargo exclusivamente de los cardenales.

Benedicto IX, que debía de ser de armas tomar, fue Pontífice tres veces. El emperador y tío suyo le impuso el papado, pero fue expulsado por disoluto. Volvió a serlo en un año (1045), pero vendió el cargo. Al morir el sucesor fue nombrado otra vez, pero no tardaron en echarle.

Comida racionada

El cónclave de 1268 del que salió elegido Gregorio X ha pasado a la historia no solo como el más largo, sino también como el más novelesco. Las divisiones entre las facciones cardenalicias eran tales que no acertaban con el sucesor de Clemente IV. Hasta que los habitantes de Viterbo, donde se reunieron, les encerraron bajo llave, después les racionaron la comida y finalmente les destaparon el techo. Era invierno y la idea del encierro gustó al elegido, que lo impuso por ley: los cónclaves debían durar tres días, a partir de los cuales se reducía progresivamente la comida.

Las divisiones de los cardenales entre angevinos, aragoneses y nobles romanos complicó la vida del que sería llamado Celestino V. Cuando le llamaron desde Roma para decirle que había sido el elegido era un fraile asceta, que vivía en el monte. Al llegar y ver cómo estaban las cosas se trasladó a vivir a Nápoles, convirtiéndose en el primer Papa que renunciaba.

En el siglo XII, surgió la norma de los dos tercios de los votos. Y en el siglo XVII, Gregorio XV decidió que un Papa podía ser elegido por aclamación, compromiso (de un grupo delegado) o con el apoyo de dos tercios de los votos. Juan Pablo II adoptó esta última como la única válida. Pablo VI había excluido a los mayores de 80 años en 1975.

De un cónclave celebrado en 1521, el mordaz Pietro El Aretino escribió que no acababan de decidir el nuevo Papa «al andar pendientes de las mujeres, la comida y la política». En otro de 1590, la corona española convenció a los cardenales de que huestes de bandidos estaban por asaltar el cónclave y les ofreció protección si votaban a un candidato cercano (Gregorio XIV). La elección de un candidato reformista costó cara a Urbano VI (1378). Al empezar a cambiar las cosas, los cardenales le destituyeron y eligieron a Clemente VII. Con estos dos pontífices se produjo un cisma que duraría 40 años y exigiría un concilio para sanearlo. Justo a la inversa de una consecuencia del Concilio Vaticano II, que monseñor Marcel Lefebvre no aceptó y declaró ilegítimos los papas elegidos desde entonces.