El precio de los pisos lleva a un jubilado a vivir en su furgoneta

El hombre ya está empadronado en el vehículo donde se instaló hace 5 años

MAURICIO BERNAL / BADALONA

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El mayor lujo que Castillo se permite es tener cuatro jaulas, y dentro de cada jaula un pájaro, y es un lujo porque de vez en cuando se encierra en la furgoneta nada más que para oírlos cantar, y dice que cuando los cuatro hacen coro él se queda más o menos flipado, más o menos cautivado. Lo demás es material imprescindible, mercadería para la supervivencia: un espejo, un paraguas, una escoba, un ventilador pequeño, una linterna, una radio, varias botellas de agua, bolsas de patatas, una imagen de la Virgen con el Niño en brazos. La furgoneta es el hogar de Castillo y solo cabe lo indispensable.

Castillo duerme, hace la siesta, se asea, de vez en cuando lee, escucha las noticias y se deja embelesar por el canto de sus pájaros en una furgoneta Mercedes del año 95. En cuatro, tal vez cinco metros cuadrados, seis en el mejor de los casos, se amontona, por así decirlo, su vida. Tiene 70 años y su nombre de pila es Manuel, pero en el barrio de Sant Roc, en Badalona, se le conoce por su apellido. "Al principio vivía en una Renault, pero tenía que dormir sentado y por la mañana tenía dolores en todo el cuerpo. Luego pude comprar la Mercedes, y lo primero que hice fue poner un somier y un colchón. Y tiene los techos altos, por lo que puedo colgar la ropa sin que se arrugue".

UN DIVORCIO DIFÍCIL

El principio fue en el año 2002, cuando la jueza que llevaba el divorcio de Castillo sentenció que el piso compartido pasaba a manos de su exmujer. Se trataba de una vivienda de protección oficial a la que había accedido durante los años de la dictadura --"Me la dieron a mí, no a ella"--, y en la que había vivido, primero solo y luego acompañado, durante más de dos décadas. Castillo había nacido en 1937 en Cabra de Córdoba (Andalucía), había emigrado a Barcelona, se había instalado en las barracas del barrio de Somorrostro y más tarde en una de las enclenques casas de las laderas de Badalona. Su piso de Sant Roc era poco menos que su tesoro, y cuando la jueza le ordenó desalojar hizo todo lo posible, primero, por quedarse, y más tarde por que le dieran otra vivienda protegida. Lo sigue haciendo, de hecho. Ni entonces ni ahora ha tenido el dinero necesario para pagar un alquiler.

"Cobro una jubilación que no llega a los 500 euros mensuales, y eso a duras penas alcanza para vivir", explica. Primero en la furgoneta Renault, luego en la Mercedes, Castillo instaló su hogar en plena calle, justo enfrente del edificio donde se encuentra su antiguo piso. "Para que cada vez que ella abra la ventana tenga que verme ahí delante, para que no se le olvide cómo me he visto obligado a vivir por su culpa".

UN PIONERO

Probablemente Castillo no es el primero que tiene que vivir en estas condiciones, pero no cabe duda de que es un pionero en lo que se refiere a conseguir el reconocimiento oficial de su vivienda: en marzo del 2003 logró que el ayuntamiento lo empadronara en la furgoneta, y para que no cupiera duda de que ese pedazo de vado le pertenece, empapeló las ventanillas del vehículo con copias del documento y marcósutrozo de acera con pintura amarilla. Encima, con letras negras, escribió su teléfono, su nombre y el número de matrícula de la furgoneta. Pero lo que más destaca es la expresión sencilla que da nombre al conjunto, como si Castillo se hubiera propuesto bautizar su terruño al igual que otros lo hacen con sus haciendas en el campo: "La Furgoneta".

Es parte de su dignidad; que nadie piense que la ha perdido. Castillo se ducha en un campamento de obreros del barrio, paga por que le laven la ropa, come cada día en el mismo restaurante y solo mueve la furgoneta una vez al año, para las vacaciones. "Que consisten en estacionarme en otro sitio, en una carretera, o al lado de una gasolinera". ¿Un bicho raro, Castillo? Si lo es, no le va a la zaga a la ministra que un día puso de moda el minipiso.