CONVULSIÓN EN LA POSCONVERGENCIA

Riesgo de fractura real en la posconvergencia

David Bonvehí

David Bonvehí / ACN / BERNAT VILARÓ

Fidel Masreal

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Para entender qué pasa hoy en lo que durante más de 40 años se llamó Convergència hay que ir a la cárcel. Primero, para ver la entrada del extesorero de Convergència, Daniel Osàcar, en el centro penitenciario de Brians 2, condenado por corrupción en la sentencia del saqueo del Palau de la Música. Y después para ver como los 'exconsellers' independentistas presos en Lledoners, de la mano del 'expresident' desplazado a Bruselas para eludir la cárcel, Carles Puigdemont, proponen dejar de lado la actual marca y organización (PDECat) y fundar un nuevo partido (otro más) con la independencia como única bandera y con Puigdemont como líder indiscutible. Una propuesta que la mayoría del partido ha rechazado de forma clara, porque sigue apostando por mantener viva la formación con una personalidad propia.

El riesgo de ruptura es cierto, según dirigentes del partido e incluso algun miembro del Govern. Y existe solo una baza que puede salvarlo: la necesidad de unos (los fieles a Puigdemont) y otros (los partidarios de la marca posconvergente y su ideología de centro-derecha) de no perder las elecciones ante ERC. De no perder más poder, cargos e influencia.

Una votación contra los presos

La reunión de la dirección del partido este viernes fue larga y formalment educada, pese a algún golpe sobre la mesa del secretario de organización, el habitualmente templado Ferran Bel. El presidente, David Bonvehí, intentó como siempre templar gaitas cuando los críticos defendían a los presos ("nunca les ha faltado nada y nos conjuramos para que no les falte nada"). Pero se tuvo que llegar a una votación para dirimir fuerzas. Cuatro votos a favor frente a dieciseis en contra de la iniciativa de Josep Rull, Jordi Turull, Joaquim Forn junto al 'exconseller' Lluís Puig, bendecida por Puigdemont, filtrada a los medios de comunicación previamente y con el apoyo de destacados consellers como Damià Calvet o Meritxell Budó. Tres dirigentes no votaron.

En conflicto desde el 2017

Desde hace años la esencia del conflicto es la misma: Carles Puigdemont es el líder indiscutible de este espacio, pero se niega a someterse al dictado de un partido que asocia a Convergència (de ahí a atender a la imagen de Osácar u otras de los últimos años sobre financiación irregular) y considera una marca absolutamente amortizada. Quiere manos libres. Las tuvo para hacer la lista electoral a su medida, en el convulso otoño del 2017 bajo el 155, apartando a los nombres más convergentes y logrando una victoria contra pronóstico. La tuvo para apartar a Marta Pascal de la dirección del partido, tras haberse enfrentado por el apoyo a la moción de censura a Rajoy. La tuvo para fundar la Crida Nacional per la República -organismo que intentó sin éxito unir a todo el independentismo- al margen del partido en el que todavía milita. Y la tuvo para purgar de las listas de los comicios generales a quienes defienden la negociación y el pacto con el Estado, como Carles Campuzano y Jordi Xuclà, militantes ya del PNC que hoy se funda.

Pero esa última purga dejó heridas que todavía sangran. David Bonvehí, sustituto de Pascal en una complicada operación de encaje de bolillos entre sectores, es consciente de que el poder real del partido actualmente, que son sus alcaldes, no quieren desorientar más a los votantes. En pocos años se les ha convocado en nombre de Convergència, del <strong>Partit Demòcrata Català</strong>, del PDEcat, de Democràcia i Llibertat, de Junts per Catalunya... Quieren políticas de centro y moderadas y no una entente con la CUP, como propugna el Consell per la República de Puigdemont.

Así, el PDECat ha dado algunos golpes de autoafirmación. En especial, el pacto con el PSC en la Diputación de Barcelona -que Puigdemont inicialmente bendijo y después cuestionó- y la decisión de consultar a las bases sobre si había que disolver el partido. La respuesta fue mayoritaria: debía mantenerse el espacio propio. Así lo ratificó el máximo órgano entre congresos, el consejo nacional, tras un tenso debate en diciembre, que por 182 votos a favor y dos en contra decidió que era "pieza clave" de JxCat y que debía "transitar" hacia JxCat (que pasaría de ser una marca electoral a una formación política) como "proyecto amplio". Es decir, manteniendo la personalidad del partido. 

Una vez constatada la fuga moderada hacia el <strong>Partit Nacionalista Català</strong>, Bonvehí ha mantenido los puentes con este nuevo actor ante la posibilidad cierta de una ruputura interna del PDEcat que le lleve a pactos con el PNC. Todas las opciones están abiertas. Los puigdemontistas darán ya una batalla sin cuartel contra lo decidido por la dirección del partido. Ya se ve en las redes sociales desde este viernes, sin piedad.

Batalla abierta y frontal

Y es que Puigdemont, tras meses de silencio durante la pandemia, ha levantado la veda. Ha mostrado su apoyo explícito a la propuesta de disolución (cuyos defensores sostienen que no es necesariamente tal, de entrada) y le han seguido cargos destacados, mostrando su indignación. La próxima batalla puede ser un consejo nacional en julio. Y el tiempo se acaba porque las elecciones estan en el horizonte de otoño. Los críticos cuentan con esta tensión para doblegar al PDECat. Y cuentan con el activo electoral de Puigdemont.

En juego está el poder en un espacio que un día lideró un solo hombre, Jordi Pujol, y que hoy es un reino de taifas. Así se demuestra cuando se pregunta a unos y otros donde se situan en el eje izquierda-derecha y si creen necesario volver a la vía unilateral.