debate soberanista

L'Hospitalet responde a la violencia con votos

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Carles Cols / Barcelona

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Las colas para votar han desbordado toda previsión en L’Hospitalet, segunda ciudad de Catalunya, un municipio que se supone que es impermeable a la lluvia fina del discurso independentista, pero con un tejido reivindicativo de aúpa, y como prueba del nueve el encierro de 223 días que los ‘yayoflautas’ de Bellvitge protagonizaron para salvar el CAP del barrio. Indignados por las informaciones sobre la violencia policial que a partir de las nueve de la mañana comenzaron a llegar desde Barcelona, las colas en el Institut de Bellvitge, ya notables antes de abrir el colegio electoral, crecieron más allá de lo imaginado. Hubo desconcierto en el trono de este feudo socialista, en el que se sienta Núria Marin. Antes de que su ciudad la sobrepasara por la izquierda, hizo lo impensable. La Policía Nacional se presentó en el Institut Can Vilumara para iniciar su rueda de actuaciones en la ciudad. Allí fue Marin en persona, no bien recibida por algunos manifestantes, quejosos de que se hubiera opuesto al referéndum, pero la alcaldesa fue a los suyo, a por el comisario al mando a exigirle que pudiera fin al asedio al instituto.

En Can Vilumara hubo dos heridos que precisaron atención hospitalaria, varios ataques de ansiedad y cristales rotos. Vecinos y exalumnos del centro habían hecho guardia en la calle durante más de 24 horas para abrir ese colegio electoral, que el viernes fue desalojado antes incluso de que terminaran las clases nocturnas. La policía se fue del instituto. Parecía que camino de Bellvitge, donde todas la votación se desarrollaba en dos de los cinco puntos inicialmente previstos. En ese viaje de las furgonetas policiales, no largo en distancia, pero nada fácil, porque Bellvitge pone a prueba la versión más actualizada de cualquier navegador de a bordo, hubo un tenso cruce de palabras por teléfono entre Marín y el delegado del Gobierno, Enric Millo.

"Los niños, fuera, por favor"

La tensión en el Institut Bellvitge era palpable. Por ‘whatsapp’ llegaban los mensajes. La policía estaba a apenas dos calles. En las puertas de centro educativo se pedía a los padres que no entraran con sus hijos en el recinto para que la llegada de los agentes no les pillara dentro, una ratonera, un largo pasillo que terminaba en una sala con cuatro mesas con urnas. Muy poéticamente, lo que son las cosas, un versión escolar del Guernica de Picasso presidía la escena. La caravana policial, sin embargo, se fue. Si fue mérito de Marin no es fácil de determinar. Tan difícil como antipipar por ahora hasta qué punto el PSC ha quedado descolocado por los acontecimientos del día, antes incluso de los incidentes de Can Vilumara.

Puestos a elegir un lugar en el que tomar la temperatura del 1-O en L’Hospitalet, Bellvitge parecía una buena opción, un barrio sin apenas banderas en los balcones. No hacía no 24 horas, el título elegido como previa del referéndum era ‘El 1-O pende de un hilo en barrios como Bellvitge’. El propósito era subrayar la aparente soledad de la docena de personas que durmieron la noche del viernes en el Institut Bellvitge, doblemente meritoria, porque en otros puntos de votación cercanos, como el Institut Europa, la dirección impidió la entrada en las instalaciones ya desde un primer momento.

El eco del Balmes

A las cinco y media de la madrugada, las cuatro urnas ya estaban en las mesas. A las ocho, eran unas 100 las personas que esperaban a las puertas del instituto. Entonces sucedió lo que estaba fuera de guión. Las primeras imágenes que vieron los presentes a través de las redes sociales eran las del Institut Jaume Balmes, decano de Barcelona, un centro admirable, con un prestigio ganado a pulso, un referente en la comunidad educativa. Era las primeras escenas de violencia. A mediodía habían votado en aquel lugar de Bellvitge, pese a las interrupciones por problemas técnicos, unas 2.500 personas. Los responsables de la organización en ese punto de votación no conseguían salir de su asombro.