CONTRACRÓNICA

Un día para la libido en el Parlament

El pleno fue un día histórico, adjetivo manido, e histérico, con más interrupciones y más largo que un partido de críquet

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Carles Cols

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Día histórico y día histérico. Dos por uno en el pleno del Parlament del 6 de septiembre del 2017. Hay que remontarse al 30 de septiembre del 2005 para encontrar un precedente de una jornada tan incierta en el parque de la Ciutadella. En aquella ocasión, la incertidumbre era por el 'sí' o el 'no' de la aprobación del Estatut en la Cámara catalana. Sin ánimo de recordar batallitas del Capitán Tan, fue una sesión incluso menos previsible que la de este 6 de septiembre. En el 'bwin parlamentario' se pagaba más por la victoria del 'sí' que por la del 'no'. Fue el día en que José Montilla entró como un huno en el Parlament, donde no era diputado, para enmendar la ley y, de paso, a Pasqual Maragall. Fue un día (aunque esta sea ya una expresión sin sentido tras tanto uso) histórico, pero no histérico. Para eso, sin duda, el 6 de septiembre del 2017.

Un bazar de platós se preparó para el pleno como si fuera un gran premio, pero pasó la de Fernando Alonso

El Parlament era desde las nueve de la mañana un bazar de platós de radios y televisiones, pero, ley de Murphy, cómo no, ocurrió lo peor. El pretendido choque de trenes entre quienes representan la mayoría en votos y quienes suman más diputados entró de lleno en un inescrutable debate reglamentario. Se dirá que se veía venir, pero ahí estaban los platós de televisión, a menos de 20 metros del hemiciclo, tratando de salvar la decepción del momento. Conexiones en directo para que una vez más los invitados recapitularan lo que cualquier catalán, ‘indepe’ o no, sería ya capaz de recitar como un mantra hare krishna, porque el argumentario del ‘procés’, pro o contra, a estas alturas se lo sabe hasta el alumnado de P-3. Total, por rematar el capítulo dedicado a las expectativas, las primeras horas de la mañana fueron a la tertulia política lo que Fernando Alonso a esos entusiastas periodistas deportivos que retransmiten el gran premio de turno y pasa lo de siempre.

Como dijo Oscar Wilde...

El pleno, con todo, fue excitante, un calificativo extraño, pensará más de uno, pero tómese como referente lo que dejó dicho nada menos que Sigmund Freud cuando el emperador Francisco José I le declaró la guerra a Serbia: “Por primera vez en 30 años siento que soy un austríaco y tengo ganas de darle otra oportunidad a este imperio no demasiado prometedor. Toda mi libido está dedicada a Austria-Hungría". No era un hombre que utilizara el término libido al tuntún.

El pleno fue excitante en este sentido. Las posiciones de partida no eran nuevas. El bloque de Junts pel Sí i la CUP hace meses (años ya) que ha hecho suya una máxima de Oscar Wilde –“mis deseos son órdenes para mí"— aunque ellos se refieren a la cosa como el “mandato democrático", pero jamás pasaban de las palabras a los hechos. El bloque contrario es cierto que tiene un currículo notable de incursiones tras las filas enemigas (léase querellas, o la “amenazocracia”, como dijo Carles Puigdemont), pero la sesión del 6 de septiembre era, formalmente, el primer choque con fuego real en el campo de batalla, aunque si se prefiere huir de la terminología militar, se puede optar por decir que fue el primer partido de críquet entre independentistas y unionistas, ya saben, ese deporte indescifrable donde hasta se hacen pausas para comer. Pues eso. Más de tres veces se interrumpió el pleno para que la Mesa del Parlament, divididísima, rodeara los obstáculos que por el camino iba soltando la oposición. Carme Forcadell trató de dirigir el pleno. Su tono fue a veces el de “niño, cómete la verdura". Digamos que la mitad del pleno se pasó tres pueblos de la pirámide alimenticia.

Por si alguien cree que se ha cruzado el Rubicón, recuérdese que (a) es un río ridículo y (b) que César actuó con respeto al reglamento marcial

Fue una jornada indiscutiblemente atípica. Por ahí seguro que hay quien escribe que el bloque independentista ha decidido por fin cruzar el Rubicón. La comparación es tal vez inapropiada. Primero, porque el Rubicón, como río, no es gran cosa. Es una cuenca de menos de 25 kilómetros. No de ancho. De largo. Y, después, porque se supone que las huestes de Julio César lo hicieron con más respeto por el reglamento marcial del que Carme Forcadell mostró con el parlamentario. Frente al Rubicón, según la versión de Suetonio, César pronunció su ‘alea iacta est’, o sea, aquello de la suerte está echada, pero según Plutarco lo dijo en griego, lengua más ‘hipster’ entonces, así que la traducción exacta sería más bien “que empiece el juego”, que es lo que se supone que por fin ha ocurrido en la política catalana, y de qué manera.

El obstetra pálido

Tal vez alguien reparara en la retransmisión de televisión en el señor de la americana de color rosa. Sí, aquel que susurraba informaciones valiosas a Forcadell cuando esta no encontraba la salida reglamentaria. Es Joan Ridao. Merece unas líneas.

Actualmente es letrado del Parlament, pero en el 2005, como portavoz de Esquerra, se ganó el título periodístico de ‘padre del Estatut’. Célebre era la anécdota de que cuando Pasqual Maragall tenía una duda sobre la carta magna catalana en curso, no le preguntaba a los suyos, sino que pedía que le trajeran a Ridao. Si no fue el padre, fue el obstetra, el Dexeus de la política catalana. El caso es que este jurista y politólogo, orador brillante, le dedicó meses de su vida a puntos y comas del Estatut, a matices que parecían arcanos para la mayoría, a plantar la semilla del Consell de Garanties Estatutàries, a ponerle apellidos precisos a las competencias autonómicas y mucho más con gran pasión.

Ridao no es un independentista sobrevenido. Eso es obvio. Era extraño, sin embargo, verle ahí, pálido, de rosa pálido, asistir al ninguneo del Consell de Garanties Estatutàries que el ayudó a traer al mundo por parte de los diputados de la mayoría.