DÍA MUNDIAL CONTRA EL CÁNCER

Caterina Mieras: "Al ser médico, eres pesimista, no te puedes autoengañar"

A la 'exconsellera' de Cultura le diagnosticaron un tumor de mama hace más de dos décadas

La 'exconsellera' de Cultura Caterina Mieras, en su consulta médica privada.

La 'exconsellera' de Cultura Caterina Mieras, en su consulta médica privada. / periodico

NEUS TOMÀS / BARCELONA

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"Me estaba duchando y lo noté. Por su consistencia no tuve dudas. Estaba acostumbrada a tratar tumoraciones cutáneas y subcutáneas. Por la mañana, cuando llegué al hospital, me fui a ver a un compañero de radiología para hacerme ya las pruebas. Solo llegar le dije: 'Tengo un tumor de mama'". Su colega le respondió que no podía ser, pero las pruebas le dieron la razón a ella. "Tuve que animarle yo", recuerda Caterina Mieras rememorando una escena de hace más de dos décadas. Era una mujer de 42 años, activa y activista, madre de tres niños, y una reconocida profesional con una plaza de dermatóloga adscrita a medicina interna en el Vall d’Hebron que compatibilizaba con la consulta privada y las clases en la Universitat Autònoma de Barcelona

– ¿Qué es lo primero que pensó? 

– Pensé que menos mal que mi madre ya estaba muerta y así le ahorraba el disgusto. Yo fui una joven rebelde y siempre he tenido una actitud muy vital. Pero en ese momento no pude evitar imaginarme que una cosa tan gorda le habría causado un disgusto enorme. 

Ese día, tras someterse a una ecografía y a una mamografía que confirmaron su diagnóstico, atendió a los pacientes que tenía en la agenda. "Antes caminé un rato para poder coger fuerzas", confiesa.

– ¿Ser médico no ayuda a afrontar una enfermedad como esta? 

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– Al contrario. Nosotros tenemos una visión muy sesgada de la realidad. Eres mucho más pesimista porque solo vuelven los pacientes a los que les va mal el tratamiento. Además, si eres médico es más complicado autoengañarse. Para sobrevivir todo el mundo necesita tener esperanza. Y eso es difícil cuando estás bien informada.

Expeditiva y resolutiva, según su propia descripción, llamó al cirujano que quería que le operase lo antes posible. Hubo algún colega que se molestó por no haber sido el escogido (lo interpretó como una falta de confianza). "Habría necesitado tener tres o cuatro pechos para que nadie se enfadase", ironiza. 

Esa es también una diferencia con los pacientes que no son médicos. Poder elegir en manos de quién te pones. La otra diferencia es que pueden hablarle con más franqueza. 

– ¿Qué le dijo antes de entrar en el quirófano?

– Entonces no era como ahora y cuando entré todavía no tenía toda la certeza de cómo era el tumor. Le dejé claro que extirpase todo lo que tuviese que extirpar.

A partir de ese momento, asumió que era una paciente y que no podía discutir las decisiones que tomase su médico. 

– ¿Se blindó de alguna manera contra el pesimismo?

– Durante un tiempo deje de leer revistas médicas. Ahora está todo en internet, pero en ese momento yo estaba acostumbrada a ir a la biblioteca y consultarlas. Incluso aquellas informaciones que no tuviesen que ver con mi especialidad. Siempre me había interesado todo aquello relacionado con las mujeres, los efectos de los anticonceptivos o los de determinadas medicaciones... Y en ese momento la vista se me iba a todo lo que estuviese relacionado con el cáncer de mama.

En 'The Lancet', una de esas prestigiosas revistas, ella misma había publicado en 1982 el diagnóstico de un sarcoma de Kaposi al primer paciente de sida español. En esa época, Mieras no dormía solo de pensar en la dimensión social que iba a tener esa enfermedad, en ese momento todavía tan desconocida como temida. "Era como ver a la gente tomando el sol en la playa mientras veías cómo se acercaba el tsunami".

Ocho años después, su angustia era otra. Estaba enferma y, a pesar de su vitalidad, la pesadilla era despertarse. "Yo estaba convencida de que me moría, de que no vería los Juegos Olímpicos de Barcelona. Así que empecé a planificarlo todo para que a mis hijos no les faltase de nada", revela la 'exconsellera'. 

– ¿Cuántos años tenían? 

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– La mayor, 14; el niño, 12, y la pequeña, 7. Mi enfermedad les ha marcado mucho. Siempre digo que no tuvieron adolescencia. O al menos que la aplazaron. Eran muy formales y no nos dieron ningún disgusto. Como si no quisieran crear ninguna situación de riesgo. 

Una vez superada la dureza de la quimioterapia y abandonada la peluca, empezó una nueva etapa. La de aprender a planificar a corto plazo, el que hay entre control y control médico. "La jubilación te importa un bledo", resume. 

Es una reacción que califica de "instintiva", nada racional y que no hace distinción entre clases sociales ni niveles de estudios. Reconoce que, por más años que pasen, un enfermo sigue pensando que no se ha curado. Y que cambia la percepción de dos conceptos fundamentales: el cáncer y la muerte.

– ¿Qué les dice a los pacientes que están pasando por lo mismo que pasó usted? 

– Que deben tener claro que morirse es un accidente que todos sufrimos porque estamos vivos. Cuando tienes cáncer, el entorno te sitúa en el bando de los condenados a muerte. Y hay que luchar contra esa sensación. Cuando has llegado hasta aquí, no hay que tener miedo. A veces mis pacientes me preguntan: "¿Doctora, usted no se jubilará?". ¿Y sabe qué les contesto?

– ¿Qué les contesta?

– Siempre les digo que no he dejado nada para cuando me jubile. No he dejado nada pendiente para el día siguiente.