EL PULSO SOBERANISTA

'Presidents' en la Moncloa: cuatro décadas de amores y desamores

Josep Tarradellas y Adolfo Suárez, el 24 de octubre de 1977, día de la toma de posesión como presidente de la Generalitat.

Josep Tarradellas y Adolfo Suárez, el 24 de octubre de 1977, día de la toma de posesión como presidente de la Generalitat. / periodico

FIDEL MASREAL / BARCELONA

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Hace 39 años, el ‘president’ TarradellasTarradellas culminaba la operación retorno a Catalunya con una entrevista en la Moncloa con el presidente Suárez. La reunión fue mal, pero a la salida, ante los micrófonos, Tarradellas dijo: “El cambio de impresiones ha sido sumamente satisfactorio: excelente”. La historia de las reuniones entres presidentes de la Generalitat y del Gobierno central desde la recuperación de la democracia es la historia de un ‘peix al cove’ y de una tensión competencial y de poder muy mal disimuladas. Eso y la no menor política de gestos. No en vano Tarradellas salió de ese encuentro, un lunes 27 de junio de 1977, con el cargo y la institución reforzados: “Yo soy el presidente de la Generalitat, el problema es si los interlocutores lo aceptan o no, creo que es una entrevista histórica que significa mi reconocimiento y el de Barcelona”

Como es lógico por su larga etapa al frente del Govern, el 'president' que más veces pisó la Moncloa es Jordi Pujol. Hasta 17 entrevistas con Felipe González sin contar las que mantuvieron en Barcelona. Y otras tantas con José María Aznar, sin incluir también alguna cita en la capital catalana. Algunas de las entrevistas con Aznar constituyeron un récord por su duración. Seis horas estuvieron ambos negociando el 14 de enero de 1998 para solidificar su pacto de estabilidad en las Cortes y el Parlament.

CON GONZÁLEZ, DE MENOS A MÁS

Sin duda la relación política más notable en estos encuentros fue la que forjaron González y Pujol. Y eso que el 'caso Banca Catalana' y la LOAPA (la ley de Armonización Autonómica) fueron un inició de relación más que frío. Pero en 1983 ya empezaron el llamado “posloapismo” y una larga senda de encuentros públicos y secretos basados en el conocido posibilismo convergente. Y siempre con la tensión latente y las buenas palabras pendientes de concreción en asuntos competenciales. “Ha sido como si Felipe y yo hubiéramos labrado un campo o lo hubiéramos limpiado de malas hierbas; ahora debe florecer la cosecha”, dijo Pujol tras una cita de más de cuatro horas en 1983.

Cuando los votos de CiU eran decisivos, es cuando, en lenguaje pujolista, se arrancaban “dividendos”. El marco constitucional y estatutario todavía no estaba en cuestión. En el 87 dijo Pujol tras una entrevista: “No queremos otro Estatut ni otra Constitución” pero avisó de que tal vez se tendría que buscar una redacción nueva. Y en el habitual juego de palabras y conceptos en la cuestión identitaria, González afirmaba en el 91 que se reconocía “el hecho diferencial” catalán. Ambos llegaron a pactar incluso la escenificación de la retirada del apoyo convergente al Gobierno socialista, en el 95. De esta larga etapa quedan negociaciones clave como la entrada en la UE, los Juegos Olímpicos o la batalla por mejorar la financiación autónomica con tramos de gestión del IRPF.

LA FOTO DEL MAJESTIC

Con Aznar sin embargo el efecto fue el contrario. De más a menos. La escenificación de un pacto que parecía imposible en el Hotel Majestic, con foto incluida del encuentro de líderes con sus respectivas esposas, todavía hoy escuece en Convergència. Lo cierto es que el pacto fructificó y generó posteriores largas citas en La Moncloa. Citas que se repetían con periodicidad casi trimestral. Y en el marco de la voluntad mutua de darse estabilidad por el bien de la economía, la tensión de siempre: la financiación autonómica, las competencias y la identidad. Pujol se quejaba de la cesión a Euskadi de los impuestos especiales. Luego llegaban las buenas palabras y Pujol daba un “margen de confianza” para resolver, por ejemplo, la financiación sanitaria.

MARAGALL Y ZAPATERO

Sin duda que los inquilinos de la Moncloa y el Palau perteneciesen a la misma família política permitió otro clima cuando los interlocutores fueron José Luis Rodriguez Zapatero y Pasqual Maragall. Al menos al principio.Pero la reforma del Estatut dio a ambos motivos más que suficientes para tensar cada vez más sus encuentros. Hasta el extremo de que el ‘president’, que confiaba en una nueva relación federal distinta a la negociación pujolista ("los 'consellers' de la Generalitat no se sientan sobre un 'cove' sino sobre un momtón de argumentos y razones”, argumentaba) pronunció palabras mucho más contundentes que las de Pujol respecto al futuro de Catalunya y España y los riesgos de la desafección.

Su sucesor, José Montilla, insistió en ello y en un congreso del PSC en el 2008, en presencia de Zapatero, le dijo: “Te queremos, pero queremos más a Catalunya”. Finalmente fue Artur Mas quien en la Moncloa protagonizó el pacto con Zapatero que rebajó el Estatut antes de que el Constitucional lo cercenara con más contundencia. Una cita a la que el entonces líder de la oposición acudió en coche para evitar ser visto en los aeropuertos de El Prat o Barajas.

MAS Y RAJOY, VIEJOS CONOCIDOS

Mas ha explicado en alguna ocasión que acabó desengañado con Zapatero. Algo parecido le pasó con Mariano Rajoy, si bien ambos han mantenido la tradición de los encuentros secretos durante horas, en plena etapa ya de auge soberanista. Empezaron dándose un margen de confianza paraseguir negociando competencias e identidad, fruto de una relación personal larga, nacida en la época en que uno era ministro y otro ‘conseller’ y ya negociaban competencias.

Un margen que se quebrón en septiembre del 2012 cuando tras presentar su pacto fiscal al presidente del Gobierno afirmó, en una comparencencia no en Moncloa sino en la delegación del Govern que la reunión con Rajoy no había ido bien. El anverso de esa frase de Tarradellas. Un anverso que quizás escondía una parte puesto que nunca se ha dejado de establecer un canal de comunicación entre los llamados ‘fontaneros’ de una y otra parte.

Sin duda, la fase independentista ha dado al traste incluso con las sonrisas en las fotos habituales en las escaleras del palacio de la Moncloa. Y lograr una reunión entre Rajoy y Carles Puigdemont ha sido tarea de encaje de bolillos con mensajes cruzados sobre el interés mutuo, incluida unas declaraciones de Rajoy a un falso 'president' por teléfono, fruto de una broma radiofónica.