Pequeño observatorio

La portera era el ángel de la puerta

La encargada de mi edificio llegó a pagar recibos por cuenta de vecinos que no estaban en su piso

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JOSEP MARIA ESPINÀS

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Volvía a casa y cuando me he parado delante del portal me he dado cuenta de que no llevaba la llave. Tenía dos opciones. Esperar a que alguien saliera o entrara o llamar a un vecino para que me abriera la puerta. En la casa vive bastante gente para que no tenga que esperar mucho. Siempre hay alguien que sube o baja.

He pensado en la señora Pepita que en otros tiempos hacía de portera permanente y estaba muy atenta a los que querían entrar o salir. Me hubiera abierto el portal. Afortunadamente mi casa tiene muchos vecinos, sumando los temporales –los turistas– y es que ya hace varios años que ocupan un piso del edificio.

Y he pensado en aquella señora Pepita, siempre atenta al movimiento de la escalera de vecinos. Si alguien me tenía que traer a casa un paquete, yo podía decirle con toda tranquilidad: «Déjelo en la portería». Era una mujer que incluso llegaba a pagar algunos recibos por cuenta de los vecinos que en ese momento no estaban en su piso. Y me parece que un día, sabiendo que yo era goloso, me regaló un dulce de los que alguien le había llevado.

Siempre estaba en la brecha, podría decir al pie de su observatorio. Parecía tener una salud de hierro, pero un día el hierro se le acabó y yo pensé que nos quedábamos indefensos. Gente de este tipo no hace discursos ni recibe medallas. Solo se preocupan de hacer lo que tienen que hacer y hacerlo bien.

Me atrevo a decir que las buenas porteras de las casas comparten el mismo deber, el mismo deseo,  que los porteros de los equipos de fútbol: que no te metan un gol porque estás distraído.

Los grandes castillos, los palacios importantes, han tenido siempre una gran portal. Era un espacio de entrada a otro mundo. La puerta de casa no es el portal de Belén. La gente no la traspasa por adorar a nadie. Porque hoy solo quiere llenar los buzones de papeleo.