¿Oprah 2020? Estamos de broma, ¿no?

Oprah Winfrey, con un premio en la gala de los Globos de Oro, el pasado 7 de enero.

Oprah Winfrey, con un premio en la gala de los Globos de Oro, el pasado 7 de enero. / AFP / FREDERIC J BROWN

Ramón Lobo

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Nos quejamos mucho de lo nuestro que no llega a "lugar de mierda" en lenguaje trumpiano, y hacemos bien, pero se nos olvida lo de los otros, aquellos que teníamos como ejemplo. Francia padece a Marine Le Pen; el Reino Unido sufre a Nigel Farage que ahora sugiere un segundo referendo sobre el 'brexit', e Italia no se quita de encima a Silvio Berlusconi que, aunque parezca mentira, marca el ritmo de la campaña electoral. Y EEUU tiene a Donald Trump. Algo no funciona en las democracias occidentales.

El liderazgo conlleva un componte ético, de ejemplaridad. Sirve de referencia para diferenciar el bien y mal. Afecta a toda figura pública, desde políticos a deportistas.

Barack Obama lo tenía por ser el primer presidente negro de la historia de EEUU, por el simple hecho de llegar a la Casa Blanca. Era la prueba de que el esfuerzo se premia. Donald Trump representa lo opuesto. No solo hace buena la célebre frase de "cualquiera puede llegar a ser presidente de EEUU", sino que se autodescalifica como modelo por el tono matón de barrio. Es vulgar, violento y maleducado.

Escupe gran parte de su incontinencia en Twitter, pero también en las reuniones con sus colaboradores. La última gracia sido llamar agujeros de mierda a El Salvador, Haití y varios países africanos. Alguien debería explicarle la contribución de su país en la creación de guerras civiles y en el mantenimiento de dictaduras que han asolado gran parte de Centroamérica. EEUU no es inocente.

Los demócratas

Los demócratas siguen 'missing', perdidos en combate, desde las elecciones del 2016. Aún no se han recuperado del mazazo. No han dado con el discurso ni con la persona. Su antritrumpismo militante alimenta a un presidente ego maníaco que disfruta con que hablen de él, aunque sea mal.

A los nombres de Joseph Biden, ex vicepresidente con Obama, y del senador Bernie Sanders se ha unido el de la estrella de la televisión estadounidense Oprah Winfrey, que ha comentado a su entorno que no descarta presentarse a las elecciones del 2020. La idea ha cosechado destacados apoyos en Hollywood, como el de la actriz Meryl Streep que ve en ella la voz de una líder. Oprah agita varias banderas, sobre todo la del feminismo.

Ha sido asomarse a la puerta de la política y le han llegado las críticas, como la del cantante Seal que la acusa de hipocresía, de haber callado durante años lo qué sabía sobre Harvey Weinstein, el productor acusado de ser un depredador sexual. La senadora Elisabeth Warren, la demócrata más a la izquierda junto a Sanders (es decir, socialdemocracia europea), la ha despachado con ironía: "No sé si EEUU está preparado para tener otro billonario de presidente".

Mercancía informativa

Lo significativo del 'caso Oprah' es que un no-anuncio se haya convertido en mercancía informativa por parte de los medios serios y en tema de chismorreo masivo en las redes sociales.

La peor lectura: damos por buena la idea de que la única posibilidad de derrotar a Trump es a través de un personaje casi de ficción, de una actriz que se interpreta a sí misma en un programa de televisión. Todo es una impostura, menos las consecuencias. Vivimos en medio de una banalización galopante que afecta a todo, desde el periodismo a la política. No se salva casi nadie.

Francia tiene un Gobierno de millonarios, lo mismo que EEUU. En España no llegan a tanto, pero andan sobrados por encima de la media. Elegimos a los muy ricos para que se bajen los impuestos y paseen su glamur (no en el caso de Trump) por las televisiones y sintamos el deseo de ser como ellos. Es como si todo fuese una ilusión, un gran truco de magia.

Ser rico es el deseo confeso de la mayoría, por eso guardan colas durante horas para comprar un décimo cuando la verdadera lotería es vivir en el primer mundo, comer tres veces al día y tener agua potable.

Los muy ricos se mueven en una burbuja de riqueza que les impide el contacto con la realidad. Les pasa también a los políticos. Entran en un mundo en el que solo se escuchan a sí mismos y a los medios que les bailan el agua. Es un mundo sin corrientes de aire.

Una encuesta, porque ya hay una en circulación, indica que Oprah no tendría posibilidades de derrotar a Sanders o a Biden en unas primarias demócratas. Tampoco las tenía Trump que, según el polémico libro de Michael Wolff, solo intentaba mejorar su marca personal.

Nos iría mejor si en vez de dejarnos llevar por los efectos especiales y los embrujos regresásemos a la sustancia, a las ideas, a las propuestas. Ganarían los Sanders, ganaríamos todos.