IDEAS

Evolución del 'caganer'

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Ramón de España

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Una amiga que vive en Gracia me envía una foto de un 'caganer' de tamaño natural que le han plantificado en el barrio sin previa celebración de un referéndum al respecto. El mamotreto es espantoso y hay que verlo para creerlo. Consiste en un trozo de madera en forma de señor acuclillado cuya cabeza es un reloj cuadrado rematado por una campanilla. Les aseguro que causa impresión en foto, así que no quiero ni imaginar cuales pueden ser sus efectos en la realidad, aunque intuyo que nada tendrán que ver con el síndrome de Stendhal. Igual se trata de una nueva tradición milenaria recién inventada lo de sacar al 'caganer' de su hábitat de siempre, el belén. Y el 'caganer', por lo menos, es inofensivo, no como el alegre 'correfoc' que, no hace mucho, se descontroló y acabó reduciendo a cenizas el apartamento de una amiga que vive en la calle de Verdi: el engendro con cabeza de reloj solo puede darte un buen susto.

Cada Navidad me da por reflexionar sobre el 'caganer', al que detesto y admiro a partes iguales

Cada Navidad me da por reflexionar sobre el 'caganer', al que detesto y admiro a partes iguales. Le detesto por insensible, por pasar olímpicamente de un evento que va a cambiar el curso de la historia por una urgente necesidad de aliviarse. Y lo admiro por su carácter práctico, como si le estuviera diciendo al niño Jesús: "Vale, tú serás el hijo de Dios y darás mucho que hablar, pero a mí me ha entrado un apretón y esto hay que solucionarlo. En cuanto termine, voy para allá a alabarte".

Tuve una infancia sin 'caganer' (y sin 'tió') porque mi padre, a quien Dios le había negado el privilegio de nacer en Cataluña, le parecía una grosería y una ordinariez (el hombre nunca acabó de entender la obsesión nacional por las heces). Si lo hubiese sabido en su momento, le habría dicho que esa figura creada a finales del XVII y consagrada en el XIX se supone que trae suerte (así se explicaría la falta de ella en la lotería que mi progenitor soportó a lo largo de su vida), pues sus deposiciones fertilizan la tierra y son símbolo de prosperidad. Objeto de colección, los 'caganers' evolucionan con el tiempo y por eso podemos encontrar este año en la Fira de Santa Llúcia unos que se limpian el culo con el artículo 155 de la Constitución, anacronismo de mucho éxito entre 'procesistas'. Sobre la obsesión catalana por las cacas ya hablaremos otro día. O mejor no, que ya está el ambiente bastante crispado y es Navidad.

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