ANÁLISIS

El imperio de la política

Después de tanto estrés social, los catalanes siguen encastillados en dos bloques enfrentados. Solo el diálogo y el pacto pueden deshacer el nudo. Rajoy y su estrategia catalana son los grandes derrotados del 21-D

Mariano Rajoy, este viernes, durante la rueda de prensa que ha dado para comentar los resultados del 21-D.

Mariano Rajoy, este viernes, durante la rueda de prensa que ha dado para comentar los resultados del 21-D. / periodico

Luis Mauri

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Las urnas catalanas dejan un buen saldo de perdedores , algunos con perjuicio notorio, como el líder de ERC, Oriol Junqueras, y un gran derrotado: Mariano Rajoy. La catástrofe electoral del PP en Catalunya es superlativa. El bloque independentista retiene la mayoría en el Parlament pero no ensancha su base social. Carles Puigdemont se alza con la hegemonía del nacionalismo catalán. Y los populares pagan los platos rotos del artículo 155 de la Constitución, mientras que su competidoren el espectro de la derecha nacionalista española, Ciutadans, acapara el rédito.

No es infrecuente que las fuerzas políticas promovidas o sobrealimentadas por una fuerza opuesta con el propósito de debilitar a una tercera (el rival principal de esta última), acaben estallándole en las manos al promotor. Hace muchos años ya que el PP de Rajoy concluyó que la inflamación del nacionalismo catalán era un arma eficacísima para neutralizar a los socialistas en la pugna bipartidista española. La sobreexcitación del conflicto catalán dispara las contradicciones en el área socialista, fuerza hasta el límite las costuras entre el PSOE y el PSC y le quita aire electoral a este. El PSOE, a diferencia de lo que le ocurre al PP, es incapaz de ganar el Gobierno de España sin obtener una buena cosecha de votos en Catalunya.

Desde el Estatut

A esto se ha dedicado Rajoy, por activa o por pasiva, desde los tiempos de la negociación del Estatut. Cuando a partir del 2012 Artur Mas metió en la carrera independentista a la fuerza hegemónica del nacionalismo catalán, el líder del PP no vio motivo para revisar su política catalana: desconocimiento de la realidad, desdén hacia el adversario e inflamación del conflicto. Esa siguió siendo su pauta en los años siguientes, a medida que la crisis catalana se agudizaba y la sociedad se fracturaba en dos bloques parejos. 

El inmovilismo del PP, su negativa a admitir la existencia de un problema político de primera magnitud y a abordarlo como tal, es decir, mediante el ejercicio de la política en vez de la represión policial y la intervención judicial, es la clave del fracaso de Rajoy en el 21-D. El relato independentista estaba cimentado sobre una fabulación: la secesión unilateral sería sencilla, rápida, cómoda y fructífera, la UE esperaba con los brazos abiertos al nuevo estado y los capitalistas se disputaban el turno para invertir en él. Nada de eso era verdad. Pero la cerrazón del Gobierno al diálogo, la injustificable represión del 1-O y una severidad judicial extrema han pesado más que el descubrimiento de la quimera. 

Lo que indica el 21-D

Después de tanta fractura, estrés y malhumor social; después de la exclusión de la mitad de los catalanes de la acción del Govern; después de los porrazos y las encarcelaciones y los malos datos económicos; después de tanta energía colectiva derrochada; después de todo eso, los catalanes siguen enfrentados en dos bloques. Los independentistas dominan el Parlament, pero no amplían su apoyo popular y carecen de mayoría para insistir en la unilateralidad. Los no independentistas vencen en número de votos, pero están atados de manos en la Cámara.

¿Cómo deshacer el nudo? El 21-D solo indica un camino, que pasa por el destierro de las fabulaciones y los desprecios, la asunción mutua de la realidad y el establecimiento del imperio de la política, es decir, de la negociación y el pacto.