Análisis

¿Para qué deben servir las elecciones del 21-D?

Investir a un 'president' huido o encarcelado no parece la mejor forma de encauzar la nueva etapa que debe abrirse en Catalunya

Puigdemont, en una rueda de prensa por videoconferencia desde Bruselas.

Puigdemont, en una rueda de prensa por videoconferencia desde Bruselas. / periodico

ARGELIA QUERALT

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Una semana más, el tacticismo de Puigdemont sigue condicionando la campaña. Ahora nos entretiene con la posibilidad de volver a España antes de las elecciones o el mismo día que estas se celebran para poder votar. Sea cuando fuere, su vuelta provocará, sin duda, su detención por orden judicial. Puigdemont debe valorar si cruza la frontera y es detenido, lo que solo puede permitirse que pase ante las cámaras dado que será su último acto de campaña, o quedarse en Bélgica, alejado del meollo electoral.

Esta situación, como la prisión de Junqueras, nos plantea un nuevo reto constitucional: ¿puede un privado de libertad provisional ir al debate de investidura a defender su candidatura? Y si tiene éxito, ¿puede ir a tomar posesión? Lo que está claro es que, mediando orden judicial de prisión, esta se mantendrá pese a la investidura.

Superar la confrontación social

Ahora bien, demos un paso atrás y reflexionemos sobre lo que nos estamos planteando: hacer president de la Generalitat a una persona privada de libertad o huida, a una persona que no podrá ejercer su cargo durante algún tiempo. ¿Realmente la ciudadanía se puede permitir tal situación? ¿No es un lujo excesivo este planteamiento en la ya de por sí precaria situación de la política catalana? Las nuevas elecciones deberían llevarnos a un nuevo escenario en el que empezar a superar la confrontación social y la polarización política en la que estamos inmersos. Es cierto que algunos consideramos que la privación de libertad de Junqueras es desproporcionada, ya que existen otras medidas cautelares igualmente efectivas y menos gravosas (no así la potencial privación de libertad de Puigdemont, que ha demostrado su voluntad de sustraerse a la acción de la justicia). En todo caso, desde una perspectiva política, son muy inoportunas. No obstante, la justicia es un poder autónomo que funciona conforme a sus propias reglas: la aplicación del derecho, como debe ser.

Sentirnos cómodos entre nosotros

Centrémonos en el ámbito de lo político, de gestión de lo público. ¿Qué necesita Catalunya en estos momentos? La respuesta está clara: un Govern que la dote de cierta estabilidad, que nos restituya en el marco constitucional, no para conformarnos sino para serenarnos. Un Govern que gobierne, si me permiten la redundancia. Un Govern que deje a un lado la independencia como objetivo exclusivo y que, en cambio, repiense la estrategia para que los y las catalanas podamos volver a sentirnos cómodos entre nosotros. Investir a un president huido o encarcelado (aunque sea preventivamente) no parece la mejor forma de encauzar la nueva etapa que necesariamente debe abrirse en Catalunya. Y que nadie se confunda: esto no significa renunciar al independentismo, ni al federalismo, ni aceptar el statu quo. Más bien todo lo contrario: debemos reconducir una situación enrarecida en extremo para poder plantear legítimamente las reivindicaciones de cada cual, también las territoriales, eso sí, siguiendo todos las mismas reglas de juego.