Pequeño observatorio

Las terrazas hacen vivir a las ciudades

Una gran ciudad es una escuela donde se debe aprender a pactar

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JOSEP MARIA ESPINÀS

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Al lado de mi casa hay una terraza con unas cuantas mesas. Ahora, si los días son fríos, no se instalan muchos clientes, pero no es extraño que se sienten algunos turistas venidos de países más fríos.

Es una terraza que habitualmente tiene mucho éxito. Ahora la llevan unas personas evidentemente orientales. No me he sentado nunca en aquellas sillas, no he tomado ningún café ni ninguna bebida, pero cuando paso por aquella esquina –que no es un chaflán– a menudo la chica oriental me hace una gran sonrisa. Evidentemente, no sabe quién soy. Podría decir que, simplemente, es un guiño visual.

Hace pocos días he sabido que la alcaldesa Colau ha pactado flexibilizar la ordenanza de las terrazas. Supongo que no es fácil, y celebro que haya un acuerdo entre el gremio y el gobierno municipal. Porque las terrazas son espacios de sociabilidad.

Yo soy partidario de las terrazas de los cafés, siempre que la ocupación no sea excesiva hasta el punto de que obligue al viandante a dar un rodeo. Hace años, encontrándome en un país nórdico, viví una curiosa experiencia. Había salido el sol y un centenar de personas desbordaban una plaza para recoger el calor.

Leo que la aplicación estricta, por parte de los comuns, de la normativa elaborada en Barcelona en el mandato anterior propició la retirada de más de 2.000 sillas de las terrazas de la ciudad. Ahora parece que el acuerdo entre el gobierno municipal y el gremio permitirá que bares y restaurantes de Barcelona recuperen muchas de las mesas.

No siempre es fácil distinguir los usos de los abusos, y en una ciudad como Barcelona... El exagerado Rousseau sentenció que las ciudades eran el abismo de la especie humana. A mí me parece que una gran ciudad es una escuela donde se debe aprender a pactar.