Trump a las claras
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
El mismo que ha sacado a EEUU de la UNESCO, del Acuerdo de París, de la Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes y de la Convención sobre Municiones en Racimo es el que acaba de echar por la borda la paz en Palestina. Al reconocer a Jerusalén como capital de Israel, Trump pone la guinda a un amargo pastel que tanto sus antecesores como los de Netanyahu se han encargado de cocinar desde hace décadas con un único propósito: el dominio total de la Palestina histórica.
No es esta decisión lo que invalida a Washington como intermediario honesto, sino el balance de años de favoritismo israelí, asumiendo el coste de avalar a quien diariamente viola la ley internacional como potencia ocupante, mientras los Veintiocho han preferido mirar para otro lado y la Liga Árabe ha mostrado claramente que la solidaridad con la causa palestina es apenas humo.
¿Qué es lo que más asusta?
En el paso que acaba de dar Trump no es fácil determinar qué es lo que más asombra (por no decir asusta). Podría ser su ilimitada autoestima, al creer que un paso como este no arruina el pretendido proyecto de paz que está pergeñando en la actualidad (con un equipo en el que basta con analizar los perfiles de Jared Kushner, Jason Greenblatt y David Friedman para entender que no será una propuesta equilibrada). Todo indica que sigue convencido de que puede lograr, con ayuda de Riad y su dinero, que un debilitadísimo Mahmud Abbas acabe firmando un simulacro de paz que sería su ruina y la de su pueblo.
Nadie cuestionará el statu quo
Lo mismo cabe decir sobre su convicción de que, más allá de las sobreactuadas criticas de rigor por parte de todo tipo de dirigentes occidentales y musulmanes, ninguno se atreverá a cuestionar un statu quo que en el fondo todos han aceptado. Y lo malo es que este cálculo puede estar muy ajustado a la realidad si se tiene en cuenta lo ocurrido en los 70 años que ahora se cumplen desde un Plan de Partición que ya era un buen ejemplo de propuesta desequilibrada y generadora de conflicto. Del mismo modo que Washington sabe que ningún gobierno va a tomar medidas de fuerza sobre el terreno contra Tel Aviv, con mayor razón sabe que ninguno se atreverá a reformular seriamente sus relaciones con el hegemón mundial por una causa, la palestina, que todos consideran perdida desde hace tiempo.
Mucho más alucinante si cabe es que Trump se crea también capaz de contener la reacción de los palestinos y otros árabes y musulmanes, sin olvidar a los grupos violentos de la zona, con Gaza como foco principal de inquietud. Solo cabe suponer que cuenta con que los primeros serán reprimidos por sus respectivos gobiernos, aceptando sin reparos las violaciones de derechos que eso pueda suponer, y que de los segundos ya se encargará Israel (con la colaboración de la Autoridad Palestina), aprovechando cualquier gesto de desesperación violenta para lanzar otra operación de castigo.
Visto así, la cuestión no es tanto si ahora se iniciará una nueva Intifada, sino si alguien estará dispuesto a comprar la “paz” que Trump quiere vender.
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