Fantasmas

La sensación de solidez escasea en Catalunya. Son demasiados sentimientos y logros los que se tambalean

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EMMA RIVEROLA

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La política catalana es compleja. Eso lo sabemos todos los que habitamos estos poco más de 32.000 km2, pero más los que solo se pasean ocasionalmente por estos lares. No respirar a todas horas los efluvios de tantos sobresaltos, seguro que es más relajante, pero favorece las meteduras de pata. Especialmente si se tiene debilidad por el verbo provocador. 

Pablo Iglesias lleva meses entrando y saliendo del conflicto catalán sin encontrar el tono, aunque ahora hable casi en susurros. Tan pronto reniega de la causa independentista, como le lanza guiños de complicidad o escupe balas de cinismo que, en el escenario, se convierten en bombas atómicas. 

Adversarios y aliados

La última ha sido la acusación al Govern cesado: "quizá sin quererlo, o a lo mejor sin buscarlo, habéis contribuido a despertar el fantasma del fascismo".  Y sí, es cierto, no hay nada mejor que un nacionalismo para despertar a otro, las banderas expuestas con ánimo de conquista llaman a las contrarias y el lenguaje de unos y otros despierta el odio, pero el fascismo es un fenómeno demasiado complejo y que bebe de demasiadas fuentes como para arrojarlo a la cara de adversarios políticos. Adversarios que, además, Iglesias trata a veces como tales y, a veces, como aliados.

La sensación de solidez escasea en Catalunya. Son demasiados sentimientos y logros los que se tambalean. Al fin, somos muchos los que nos conformamos con muy poco. Basta con un asidero de coherencia. Y de sentido común.