CULTURA DE LA MUJER OBJETO

'La Manada' y el porno

La presunta violación de los Sanfermines se parece bastante a la representación que la industria pornográfica hace de las mujeres

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NAJAT EL HACHMI

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Llega una chica, con apenas ropa, se encuentra con unos hombres que a lo mejor ni conoce o se los presentan al minuto. Sin que nos demos cuenta, pocos segundos después, ya están todos desnudos practicando una orgía. La anatomía es el centro de todo, no faltan primeros planos con todos los detalles, las carnes y sus flujos, sus contracciones. La escena se parece bastante al mostrador de una carnicería cualquiera. Lo único es que en ella unos, los hombres, suelen estar de pie, llevan la iniciativa, mueven de aquí para allá un cuerpo que ya ni recordamos de quién es.

La mecánica manda, la cámara necesita el objeto flexible, manejable, con una ductilidad increíble, que es capaz de doblegarse y estirarse como no hemos visto nunca fuera de la películas de este tipo. Un objeto que poco se parece a una mujer, captado al instante por el espectador como este quiere que sea captado: sin voluntad, siempre dispuesto a todo tipo de manipulaciones, sin resistencia y disfrutando de unas prácticas que algunas mujeres, muchas mujeres, manifiestan no disfrutar. Pero el disfrute de la mujer objeto presentada ante la cámara, el cuerpo de plastilina penetrado por todos los sitios penetrables, lo suponemos por los sonidos que emite, cuando puede, cuando no tiene la boca llena, y por las caras que pone. Nos dicen así, no solo cómo tenemos que comportarnos en la esfera más íntima de la persona sino cómo tenemos que expresar nuestro goce.

Durante un tiempo a mi generación nos convencieron de que nos tenía que gustar el porno. Nos dijeron que para ser modernas, liberadas y desinhibidas, para demostrar que sí, que de verdad nos gustaba el sexo, teníamos que ver películas de este tipo y si podía ser, imitar aquellas prácticas en nuestra vida cotidiana, que eso sería una especie de conquista de un grado superior de libertad. Después nos poníamos al tema, intentábamos ser espectadoras diligentes dejando a un lado los prejuicios con los que cargábamos, fruto seguramente de una educación aún demasiado represiva, e intentábamos mirar. Entremedio nos tapábamos los ojos, y nos sentíamos incómodas de una forma que no podíamos explicar, nos conmocionaba profundamente lo que veíamos y no entendíamos por qué. Y mirábamos al compañero de al lado, posible responsable que hubiéramos accedido a visionar el material en cuestión, y a él no parecía pasarle nada de lo que nos pasaba a nosotras.

Una conmoción interna que dura días

Después descubriríamos que a la mayoría de mujeres no nos gusta el porno, así de simple. Ver porno no nos resulta ni erótico ni alentador y ni de lejos nos pone. La sensación que nos provoca a muchas es exactamente la misma que provoca un muerto en la carretera. No puedes dejar de mirar, no puedes apartar la vista del muerto, pero de ningún modo podrás afirmar que lo que ves te gusta, que te pueda resultar atractivo en ningún sentido. Y te provoca una conmoción interna que dura días, no puedes dejar de pensar en el muerto en la carretera, alguien que ya no está, que estaba justo en el momento previo al accidente y de repente, ya no está.

Durante un tiempo a mi generación nos dijeron que nos tenía que gustar el porno para ser modernas, liberadas y desinhibidas

Las mujeres en el porno, que si arriba que si abajo, usadas como muñecas inertes, rasgadas por aquí y por allá, objeto de violaciones sistemáticas en grupo por hombres con quienes ni se han saludado, todas son muertos en la carretera. Y nosotras nos las miramos y sentimos la sacudida de nuestros fantasmas de mujer y ellos se los miran y no recuerdan que unos segundos antes de la película, justo antes del accidente, ellas también eran personas vivas con una personalidad, una vida y no solo un cuerpo flexible y rasurado presentado en bandeja para el disfrute de quien mira. 

Una consecuencia devastadora

El porno es una cultura y en esta cultura las mujeres tenemos las de perder. Millones de hombres en todo el mundo acceden a ella en una edad en la que aún no han tenido ninguna experiencia sexo-afectiva. ¿Por qué tendrían que pensar que las relaciones entre mujeres y hombres son distintas a las vejatorias del porno si es lo que han visto desde jovencitos y no se les ha contraeducado para desmontar la idea de que lo que ven es lo más normal del mundo? El porno explota el deseo de los hombres y coloniza las fantasías de las mujeres, de modo que nos convencen también a nosotras de que el triste papel de sus actrices es el que tenemos que hacer si queremos gozar del sexo. Una consecuencia devastadora porque las fantasías resultan instrumentos imprescindibles para la plenitud sexual y que estén contaminadas de imágenes pornográficas no hace más que disminuir las capacidades imaginativas de cada uno. 

El porno explota el deseo de los hombres y coloniza las fantasías de las mujeres

La presunta violación ocurrida en San Fermín se parece bastante a la representación que la industria del porno hace de las mujeres. Incluidas las elipsis características del género: no hace falta conocerse de nada, no se necesita consentimiento y una vez que los machos están satisfechos, la peli ya se puede acabar.