Opinión | Editorial
La epidemia de la violencia sexual
El maltrato machista se dispara entre los jóvenes en Catalunya mientras las cifras de víctimas siguen creciendo
El asesinato de una ciudadana alemana ayer en Vinaròs a manos de su expareja, que se desplazó expresamente desde Alemania para perpetrar el crimen, eleva hasta 45 el número de mujeres víctimas mortales de la execrable violencia machista en España. Una nefasta estadística a la que hay que sumar el lamentable aumento de menores que pierden la vida convertidos en inocentes objetos de venganza del agresor. No ha podido pues tener peor preámbulo el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres que se conmemora hoy en todo el mundo para denunciar y combatir una epidemia que avanza de forma silenciosa y globalizadora.
Las cifras son muy negativas: entre el 45% y el 55% de las mujeres europeas han sufrido alguna forma de acoso sexual desde los 15 años de edad y en España ese porcentaje se sitúa en el 50%. En Catalunya, siete mujeres y un bebé han sido asesinados en lo que va de año. Seis de las víctimas habían comunicado a su entorno que padecían violencia de su pareja, pero nadie tomó iniciativa alguna para defenderlas. El monstruo del machismo acecha bien cerca: una de cada tres barcelonesas han sido víctimas de episodios de violencia sexual grave, como amenazas, propuestas de mejora laboral si mantenían relaciones sexuales, intento de violaciones o, en el caso de los menores, exigencias de fotografías de contenido sexual u obligación de ver pornografía.
Pero el fenómeno exhibe aristas muy preocupantes cara al futuro. El maltrato machista se ha disparado en Catalunya a edades cada vez más tempranas. Los Mossos ya han detenido este año a 29 jóvenes por maltrato a su pareja, lo que pone en videncia la ineficacia de las estrategias puestas en práctica hasta la fecha y la necesidad de su revisión desde las raíces. Porque el problema no es solo de Código Penal ni de pactos políticos para ayudas finalistas a la víctima cuando muchas veces hay poco remedio. El desafío es social y colectivo. Son necesarias decididas intervenciones multisectoriales, que vayan desde un sistema educativo que fomente la igualdad de género, pasando por una mayor sensibilidad de policías y jueces, hasta nuestras conductas más cotidianas teñidas de micromachismos que creemos de baja intensidad pero que ayudan a alimentar al monstruo.
La violencia hacia las mujeres no es fruto de un trastorno mental de un criminal despechado, sino que hunde sus tentáculos en la base de una sociedad patriarcal que permite la discriminación y el desprecio hacia la dignidad femenina y de la que el machismo violento es su más despreciable derivada. El formidable reto al que nos enfrentamos nos interpela a todos.
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