Dos miradas

Exceso y vanagloria

Para 'La manada', tan decisiva era la agresión como la inhumana culpabilización de la víctima

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JOSEP MARIA FONALLERAS

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Cada detalle que nos llega del juicio de estos indeseables que se llaman La manada hace que la indignación y la rabia aumenten de volumen hasta que ensordecen la decencia de una oreja que ya estaba dañada desde el día que el mismo juzgado trató con consideración a los (presuntos) violadores. Seamos cuidadosos con el lenguaje, sí, de acuerdo, y pensemos que solo se trata de una supuesta violación porque parece que la chica «no se sintió en ningún momento incómoda». ¿No se sintió incómoda en un espacio cerrado donde cinco machos que ya tienen notables antecedentes de violencia, cinco machos que, además, grabaron sus heroicidades, la acosaban mientras ella estaba en estado de shock ante el empuje de esta jauría de animales hambrientos?

La táctica de estos individuos («el poder del lobo reside en la manada») es mantener la falacia de una hipotética colaboración de la víctima, una de las vejaciones peores que hay una vez se ha cometido el delito. Hacer creer que, de hecho, no solo es su culpa sino que ella fue el factor imprescindible (y desencadenante, pues) de la acción. El machismo (el más violento o el más discreto) no es vomitivo solo porque articula la humillación y el desprecio sino porque hace ostentación de ellos. Y el caso de Pamplona es paradigmático en este sentido. Para La manada, tan importante era el exceso como la vanagloria. Tan decisiva la agresión como la inhumana culpabilización de la víctima.