ANÁLISIS

Realismo económico de Trump

Trump (izquierda) estrecha la mano de Xi al final de su conferencia de prensa conjunta, en Pekín, el 9 de noviembre.

Trump (izquierda) estrecha la mano de Xi al final de su conferencia de prensa conjunta, en Pekín, el 9 de noviembre. / periodico

Albert Garrido

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La vertiente económica de la visita de Donald Trump a China es resultado de la 'realpolitik' aplicada a cuatro datos ineludibles: el superávit comercial chino de 350.000 millones de dólares y con tendencia a crecer, el hecho de que los bancos chinos son los primeros tenedores de deuda soberana estadounidense, el dúmping social que abarata extraordinariamente las exportaciones chinas y la cotización del yuan por debajo de su supuesta paridad real con relación a las divisas fuertes (el dólar, el euro y la libra esterlina, entre otras).

Cada uno de estos capítulos contribuye en alguna medida a situar los productos chinos en una posición de ventaja en los mercados occidentales, y constituyen una competencia poco menos que desleal en todos ellos, incluido el estadounidense. Al mismo tiempo, la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), decidida por Trump como parte de su neoproteccionismo, reclama una compensación con la apertura de nuevos frentes de negocio, del que el chino es el que más oportunidades ofrece, aunque es también el que a más contrapartidas políticas obliga.

¿Cuáles son estas compensaciones? Dejar de ver en Taiwán un aliado 'ad hoc' si las relaciones con China no son todo lo fáciles que desea la Casa Blanca, aceptar sin mayores remilgos la expansión marítima china -reclamación de la soberanía sobre algunos archipiélagos y construcción de islas artificiales- y articulación de una relación económica Pekín-Washington en condiciones de igualdad. Platos que con toda seguridad no son del gusto de Trump, pero que responden a una realidad objetiva: Estados Unidos ha dejado de ser la potencia económica por antonomasia del Pacífico.

Desequilibrio comercial

Los 'think tank' occidentales coinciden en subrayar dos datos para ilustrar la disposición del presidente Xi Jinping a corregir el desequilibrio comercial con Estados Unidos. El primero es la capacidad expansiva del comercio chino hacia Europa, quizá a costa en parte de las exportaciones estadounidenses hacia la UE. El segundo es la necesidad del sistema financiero chino de imbricarse en las finanzas globales. En ambos casos, el objetivo perseguido es mantener el crecimiento del PIB por encima del 7% anual para sostener el ritmo de creación de empleo y, según los gurús del partido, aumentar el consumo interno para no fiarlo todo o casi a las exportaciones.

Para desventura de Trump, el esquema de Xi coincide en el tiempo con su ratificación imperial en el último congreso del partido, mientras las urgencias comerciales de Estados Unidos se ponen de manifiesto en el peor momento posible: la popularidad del presidente está por debajo del 40% y las elecciones del último martes han transmitido señales de agotamiento en el bando republicano. ¿Cómo argumentará Trump a los defraudados por la salida de la crisis económica -electores suyos, se dice- que la competencia china no se combate, sino que se negocia? Empiezan a confirmarse las advertencias de Paul Krugman y otros acerca de la inconsistencia del nacionalismo económico trumpiano.