Al contrataque
La falta absoluta de respeto
Carles Puigdemont le ha faltado el respeto al exilio. Al real, al de verdad. Y también a los 'Jordis' y a los independentistas
Antonio Franco
Periodista
ANTONIO FRANCO
Carles Puigdemont le ha faltado el respeto al exilio. Al real, al de verdad, al que tanto daño le ha hecho a miles y miles de catalanes. Su escapadita –en avión y con hoteles, quizá con los gastos pagados– mancilla esa idea porque es un capricho y no un exilio.
Les ha faltado el respeto a los 'Jordis', y al resto de consellers. Su fuga de hecho acaba justificando la adopción de medidas cautelares por parte de la justicia española. Puigdemont demuestra que unas fugas –que nadie cree que estuviesen en las cabezas de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart– son posibles.
Les ha faltado el respeto a los independentistas de base. Les pidió resistencia desde sus casas, sus trabajos y la calle, mientras él ya pensaba en Bruselas. También a la mayoría de sus compañeros de liderazgo, que tienen la dignidad de responder ante la justicia.
De modo que no era solo una falta de respeto a la verdad (ha mentido mucho), al trabajo profesional y político bien hecho (no hace falta perspectiva para que sea reconocible la chapuza) y a la coherencia. Aceptando ahora, por conveniencia puntual, unas elecciones idénticas a las que rechazó culmina ese desastre táctico y estratégico que tanto ha fortalecido al lamentable fabricante de independentistas Mariano Rajoy.
El nacionalismo
soberanista tiene mala suerte con sus líderes. Sus tres presidentes de la Generalitat
han
desprestigiado la institución
El nacionalismo soberanista tiene mala suerte con sus líderes. Sus tres presidentes de la Generalitat han desprestigiado la institución. El Jordi Pujol sermoneador implacable no pagaba impuestos y según todos los indicios favorecía el enriquecimiento ilícito de su familia carnal. Artur Mas manchó al Parlament con su chantaje frontal, en sesión con luz y taquígrafos, a no contribuir a mejorar el autogobierno si Pasqual Maragall investigaba el 3%, y solo ha reconocido tarde y mal (después de su deprisa, deprisa) que Catalunya no estaba preparada para lo que él puso en marcha.
La sombra de la duda
Puigdemont quizá por light, frío y calculador ni siquiera se atrevió a arriar la bandera española del Palau de la Generalitat, ni osó asomarse al balcón tras simular la secesión, ni consiguió el más mínimo apoyo internacional a su relato. Ese nacionalismo soberanista, cuyo único capital decente son muchos ciudadanos de base, se lo tendría que mirar.
La sombra de la duda ante tanta incoherencia se centra ahora en una sospecha dolorosa. ¿La represión que podía decantar las cosas se soñaba física, como la del 1-O, con policías enloquecidos, y además continuada? ¿Era eso lo que consciente o inconscientemente se dejaba sobrevolar sobre el sincero pacifismo de la gente de la calle? Porque aquí se ha aludido mucho a la India de Gandhi, pero con un discurso superficial que ocultaba las detenciones masivas y toda la sangre derramada en aquel referente. Si hubo una milésima de eso, ¡qué vergüenza, qué desprecio hacia la gente que movilizaban!
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