Análisis
A por ellos (de nuevo)
Puigdemont hizo ayer de hombre de Estado, pero el gesto que esperaba no llegó
Josep Martí Blanch
Periodista
JOSEP MARTÍ BLANCH
Pierde el Estado. Pierde Catalunya. Gana el PP. En el corto plazo y solo bajo el prisma de la mirada partidista, sectaria, ultra. Ayer España volvió a pagar el peaje de no tener en el Congreso un partido de ultraderecha que dé cobijo a los que piensan que en política se trata de humillar, ningunear y ganar con aquello que protege el escroto. No existe como partido, pero sí está en las instituciones. Es una parte del PP. La que ayer se impuso y decidió no aceptar el ofrecimiento de Carles Puigdemont de convocar elecciones con garantías de que el Estado no aplicaría, a partir del sábado, un nuevo Decreto de Nueva Planta camuflado bajo el número de un artículo de la Constitución española, el 155.
Ganar por 10-0
El president de la Generalitat arriesgó su futura entrada en las enciclopedias por la mañana. Hizo de hombre de Estado. Provocó bajas en su partido. Enervó a una parte muy sustancial del soberanismo. Recibió insultos. Descubrió cuán exigentes, maleducados e infantiles son algunos acompañantes cuando no acontece lo que ellos desean. Contentó también a otros. Lo hizo esperando una garantía que no llegó. Un gesto, una verbalización que hiciese real que convocando elecciones el Estado se abstendría de arrasar las instituciones catalanas. No pasó. A las 5 de la tarde la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, subió al atril del Senado a sobreactuar y a hacer evidente que es cierto que quiere ganar 10-0, y que incluso un 8-2, pongamos por caso, le parece insuficiente. Mala decisión. No para su partido, sí para el Estado que dice defender.
Tener razón no garantiza victorias. Ni el bien gana siempre al mal
Todo parece indicar que el Parlament aprobará finalmente la declaración de independencia. Afrontamos un futuro, en el mejor de los casos, incierto. La república nacerá amparada en un referéndum que los propios observadores internacionales invitados por el Govern no reconocen, sin posibilidad de recaudar impuestos, sin capacidad de tomar el control de su territorio, con media Catalunya en contra, con el monopolio de la fuerza en otras manos y con Europa avalando las medidas de represión dictadas por el Estado. Pocos triunfos para un recién nacido. Se dirá que se tiene la calle, la gente, los comités de defensa de la república y la certeza de que la razón democrática está de parte del soberanismo, que a cada petición de diálogo ha recibido un portazo en las narices. Pero digan lo que digan los libros de autoayuda, lo cierto es que tener razón no garantiza victorias. Ni el bien gana siempre al mal. Ni siempre lo justo se impone a lo injusto. La política mide fuerzas y declara vencedores y perdedores. No hay más.
El soberanismo leyó mal los resultados de las elecciones del 2015, que no dieron aval a la unilateralidad, y ahora se aferra a un referéndum que fue un acto de heroicidad y valentía pero que quedó abortado en sus garantías por una represión jurídica primero y una represión policial brutal el día de autos. Pero esos errores palidecen ante los que cometen los actuales responsables políticos del Estado, que han dejado claro en las últimas horas que el «a por ellos» no era una anécdota sino su cántico preferido. Ya vienen. Estaremos en pie.
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