Ventana de socorro
En una playa sueca
El modesto mensaje del cine y los cineastas en estos días es `más unidos, más Europa¿
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE
El viernes pasado pisé la playa de piedras donde Ingmar Bergman rodó hace 60 años El séptimo sello. Se llama Hovs Hallar, está al sur de Suecia, en la región de Skane, a hora y media de Malmoe. EFA, la Academia de Cine Europeo de la que formo parte, otorgaba al paraje el sello de Tesoro del Cine Europeo, una distinción que en España tiene ya Cardona porque allí rodó Orson Welles Campanadas a medianoche. La Academia Europea busca recordar a los europeos que por allí pasen, sean cinéfilos o no, que el cine es un código de imágenes y emociones que nos permite relacionarnos más allá de las fronteras, el idioma y el tiempo o el lugar que habitemos.
Se rinde así homenaje tanto a los técnicos y actores que hicieron un film memorable, como a los espectadores del pasado y del presente. Porque el cine, como los libros, la música o el teatro, tiene la propiedad de viajar en el tiempo, pues está hecho, más que de celuloide o impulsos electrónicos, de la experiencia que recrea. Décadas después de que un grupo de suecos recrearan en una playa rocosa una partida de ajedrez entre un caballero medieval y la muerte, otra generación seguía viéndola y aterrándose cuando se emitía por la tele en España.
La cultura como nexo
En una Europa donde ascienden movimientos nacionalistas y euroescépticos, el modesto mensaje del cine y los cineastas es más unidos, más Europa. La prueba es que de todos los miembros de la Academia de Cine Europeo, las que hicimos el esfuerzo por viajar hasta allí y no perdernos la ceremonia en un lluvioso día de octubre fuimos una británica y una española, países sacudidos por las rupturas. Las dos sabemos que del mar del Norte al Mediterráneo y al Atlántico, el pegamento que nos une es la cultura, las narraciones con las que nos identificamos.
Dicen que a Bergman no le gustaba gritar «¡corta!» como suelen hacer los directores. Él decía «¡gracias!». Pues eso. No cortemos lazos. Demos gracias a quienes hacen más por unirnos que por separarnos. Existen. Empecemos a escucharlos.
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