La deriva de Turquía
Un modelo que nunca existió
El rumbo emprendido por Erdogan lleva a aguas embravecidas cuyo puerto de arribada es jugar el partido de la hegemonía regional en el Mediterráneo oriental al precio que sea
Albert Garrido
Periodista
ALBERT GARRIDO
El modelo turco ha dejado de serlo para convertirse en una pesadilla, en el lúgubre presagio de un futuro sectario. Cuando Recep Tayyip Erdogan llegó al poder (2003) pareció que el islamismo político tenía un espejo donde mirarse a la altura del siglo XXI, acorde con el legado recibido de la república laica y con el auge de los partidos y movimientos confesionales en el orbe musulmán.
Fue un espejismo, el inicio de una fractura social irreparable entre los defensores de la herencia de Mustafá Kemal Atatürk y los promotores de un nuevo Estado sometido a los requisitos de una religiosidad retrógrada –muy conservadora por lo menos–, coartada última de un sistema autoritario.
«Erdogan es peligroso», ha declarado a este diario Hamza Yaçin, absurdamente detenido en España durante 56 días. Lo es, y además resulta imprevisible al frente de un gran país, depositario de una rica tradición cultural, que es a un tiempo socio de la OTAN, aspira a serlo un día de la Unión Europea –a lo que se ve, un día cada vez más lejano– y mantiene una confusa relación de amor-odio con Rusia. Y lo es, al mismo tiempo, porque ha ordenado el Estado de acuerdo con sus necesidades –las de él, no las del Estado– mediante el recurso final a un extraño golpe (julio del 2016) de gran utilidad para desencadenar una purga en todas direcciones.
A raíz de las primaveras árabes y de su efervescencia ideológica inicial (2011-2012), surgió el modelo turco como una referencia para islamistas moderados a las puertas del poder. A pesar de que Erdogan había dado muestras de apego a un autoritarismo intranquilizador, pareció aún entonces que estaban a salvo la división de poderes, la libertad de expresión, el Estado aconfesional y algunos otros rasgos de las democracias saneadas.
Nada está hoy resguardado: el rumbo emprendido lleva a aguas embravecidas cuyo puerto de arribada es jugar el partido de la hegemonía regional en el Mediterráneo oriental al precio que sea. Adiós a la vía turca para un islamismo puesto al día que acaso nunca existió.
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