Economías para todos

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Liliana Arroyo

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Cada vez hay más voces que apuestan por repensar la economía y el crecimiento. El sistema actual alimenta la competencia con el objetivo de acumular beneficios -aunque sea a costa de vulnerar derechos humanos y empeorar la situación del planeta-. Poco nos dice sobre los beneficios no económicos o más allá del propio lucro. Hay un abismo enorme entre las lógicas del capital y lo que maximiza el bienestar común.   

El dinero no es bueno ni malo per se, porque en origen es un símbolo, un lenguaje que todos entendemos y pone un valor concreto a lo que consumimos. Entendemos que dos es más que uno y nos sirve como referencia para comparar entre productos. Pero en realidad, el precio de un kilo de manzanas nos dice más de la ferocidad negociadora de la cadena de supermercados que de los costes de producción en el campo. Lo mismo ocurre con la ropa o los electrodomésticos, y que lo más barato sea lo que viene de más lejos rompe cualquier lógica racional.

El precio es en realidad una estructura de valor ligada a la oferta demanda. Lo peliagudo es cuando lo tomamos como medida única y olvidamos que marca la línea de quién accede y quién no. Sigamos con las manzanas como consumo básico: no es lo mismo el valor que tienen aquí que en Estados Unidos, donde por cada manzana puedes comprar cuatro bollitos industriales. Está claro qué eliges si tienes cuatro hijos con hambre y solo un dólar en el bolsillo. Si extrapolamos eso a todo el país, nos sirve para intuir qué ocurre cuando el mercado no va alineado con la equidad.

Podemos reivindicar aquí el poder de los consumidores, pero es una falacia elitista mientras no existan opciones reales entre las que elegir. La opción de no comprar o comprar menos existe, aunque no es fácil prescindir de según qué. Y si existen alternativas respetuosas con el planeta, las personas o los productores locales, seguramente están en tiendas especiales lejos de tu casa o valen el doble que la opción convencional.

La buena noticia es que están proliferando respuestas interesantes y que pueden tener largo recorrido. De parte de los consumidores, surge la cooperación y la demanda agregada. Por ejemplo coordinando en el barrio varias familias que contactan con los productores directamente y hacen pedidos conjuntos. Socialmente es ideal porque fortalece el tejido social, pero implica un tiempo que no todos los hogares pueden o quieren asumir.

Desde las marcas, las opciones sostenibles y positivas cada día toman más fuerza. Porque ya no entendemos las empresas que apuestan por modelos depredadores ajenos a los derechos humanos o el cambio climático. La preocupación por los impactos sociales, económicos y medioambientales está a la orden del día y empiezan a ocupar foros internacionales importantes. La máxima de la economía solidaria, la Bolsa Social, los negocios responsables y las 'BCorps' es que el bien común sea rentable y prioritario. La economía, o se repiensa desde la equidad y la justicia o el colapso será irreversible.