Análisis

Catalunya en el purgatorio

Un cuasi-estado en el limbo no sería bueno ni para los que juegan con la incertidumbre como pilar de su estrategia política

EL PROCÉS VIAJA A BRUSELAS

EL PROCÉS VIAJA A BRUSELAS / periodico

CRISTINA MANZANO

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Mucho se ha hablado estos días de si el camino hacia la independencia de Catalunya se parecía más al de Kosovo o al de Eslovenia; si se fraguaba una fragmentación al estilo de la extinta Yugoslavia –sin guerra de por medio, afortunadamente– o si sería posible un divorcio como el que llevó a cabo la antigua Checoslovaquia.

No se ha hablado tanto, sin embargo, de un posible día siguiente de tal calibre que acabase derivando en un conflicto congelado. El propio Kosovo, Nagorno-Karabaj, Abjasia, Osetia del Sur, Transnistria, incluso las zonas separatistas de Ucrania –ejemplo que tanto gusta también, últimamente, a los independentistas catalanes–, son solo algunos ejemplos en los contornos de Europa.

Lejos del glamur de una aspiración idealizada, estos cuasi-estados viven en una realidad paralela y disminuida, tratando de funcionar como países normales, mendigando reconocimientos internacionales y guardando un complicado equilibrio con estados terceros –mejor dicho, con su fuerza militar– que les permiten mantener sus fronteras frente a sus antiguas capitales. Es el caso de Rusia, en la mayoría de ejemplos citados, o de la comunidad internacional (ONU, OTAN y UE) en el caso kosovar.

Algunos de ellos logran garantizar un mínimo de estabilidad a sus poblaciones mientras llega el ansiado momento de su inserción en la comunidad de naciones. Otros transitan durante años, décadas, entre el limbo y el purgatorio, sin que prácticamente nadie, salvo ellos, se muestre interesado de verdad en resolver su situación.

La UE rechaza mediar

¿Podría convertirse una figurada Catalunya independiente en un conflicto congelado? Ahora mismo parece difícil que así fuera. Desde luego, el juego de fuerzas militares está descartado en un proceso que se ha caracterizado, precisamente, por su carácter pacífico. Otra cosa sería la congelación política, una situación de estancamiento buscada por los independentistas para ir ganando tiempo y, sobre todo, la posibilidad de una mediación internacional. Sin ser descartable, tampoco es una opción previsible.

Como se ha repetido hasta la saciedad estos días pasados, el primer referente para dicha mediación habría sido una Unión Europea que hasta ahora ha rechazado de plano ese papel. Es más, en el espíritu de casi refundación que recorre Europa en los últimos meses, no es concebible que los Veintisiete pudieran permitirse una crisis permanente en el cuarto país del club, una vez descontado el Reino Unido. Además de su nulo interés en permitir precedentes que pudieran ser imitados en muchos otros estados.

Está, por último, el factor económico. Es indudable el impacto negativo que la prolongación de la crisis institucional tendría en la economía, catalana y española primero, pero europea después. En medio de la tímida recuperación que recorre la UE, primer paso para empujar los avances que permitan afrontar un futuro sólido, sería un grave contratiempo también para Bruselas.

Una Catalunya en el purgatorio no sería buena para nadie, ni siquiera para los que juegan con la incertidumbre como pilar de su estrategia política.